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     Número 39 - Octubre de 2012


ARTÍCULOS / CRÓNICA
B e r e n i c e
Paula Camila Osorio Lema. Fotografía: C.

Y si tu ojo te sirve de escándalo o tropiezo,
arráncale: más te vale entrar tuerto en
el Reino de Dios, que tener dos ojos y ser
arrojado al fuego del infierno
Mc 9,42-49

Han pasado exactamente dos semanas desde el asesinato de Berenice. Es medianoche y llevo ya 46 horas preguntándole por ella a todo el mundo en el pueblo. En Santa Bárbara solo se habla de ella, aunque a nadie le “consta” nada pero “eso dicen”, y desde el crimen los niños del colegio se despiden con un “que la bruja los acompañe”. Se comenta que ya no está en el cementerio, que se voló el domingo con el ventarrón que recorrió el parque a la misma hora en que el obispo los regañaba a todos por hablar de brujas. Se dice también que tenía muchos enemigos, que se merecía un castigo, que hacía vudú, que cocinaba gatos para comérselos, que cuando estaba lavando las culebras reptaban por sus piernas, que a la noche se soltaba el pelo largo, oscuro y crespo y se ponía a “hacer cosas”, que su mamá también era bruja y su papá “era un muan”; que enfermaba a las niñas porque eran bonitas y ella no, y que las pobres muchachas la veían en los sueños y en los trances repetían su nombre: Berenice, Berenice, Berenice.

Semanas atrás los medios habían dicho que la “supuesta bruja del pueblo” había sido incinerada en una hoguera en el patio de su casa, enfrente de sus seis perros. Citaron a un par de vecinas, a la hermana, al cura, al comandante y al alcalde, quien dijo que había un sospechoso detenido y explicó que en su casa habían encontrado apenas un par de imágenes del Corazón de Jesús y el Ángel de la Guarda, cosas que “no usa quien practica la brujería”. Dijeron además que las bolsas con que se la veía no estaban llenas de plantas para hacer maleficios, sino del fique con el que hacía artesanías. Contaron que de Remedios habían traído un brujo para acabarla, y alguno más descachado afirmó que se llamaba Verónica. Todos los medios locales dijeron que en lo corrido del año habían sido asesinadas en Antioquia 150 mujeres. Pero ninguno dijo que su nombre significa “portadora de victorias”, ni debió haber pensado en la Berenice engendrada por Poe en un viaje de opio, sílfide cataléptica a la que un tipo “nervioso” arranca los dientes en su tumba, y menos aún en la de Caicedo, mujer infernal a quien los adolescentes lamen los dientes y luego olvidan, aunque la amen.

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En una silla, con las manos en el regazo, en el mirador de la casa de C. y C., está sentada doña A., una vecina de ‘Bere’. Habla rápido, dice muchas cosas, entre ellas que ha tenido “unos nervios” desde ese día, “el señor nos favorezca”. Hay también un par de vecinos, el señor del pueblo que reza, D. y la esposa. Todos comentan, y en esas D. dice “brujas, que las hay las hay, pero yo de esa señora no digo nada”. Doña A. habla de Berenice y la junta de acción comunal, de lo que corre de boca en boca, de la “pela” que le dieron el año pasado, de los tiros que le pegaron al sobrino por defenderla. El miércoles que la aporriaron la hermana alertó a “la ley” y se la llevaron para el pueblo. A la noche doña A. recibió una llamada en la que le decían que habían matado a Berenice a machetazos, pero al otro día se la encontró en misa. “Le cogieron un odio… Pero ella no era mala, porque donde fuera mala había hecho muchas cosas”, dice.

La conversación se diluye cuando llega el momento de ir a la novena de una muerta que no es Berenice. Es a pocos metros de la casa de C. y C., en un antejardín donde hay cerca de cuarenta personas y una decena de árboles que el viento sacude con furia.

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En Santa Bárbara son tan comunes las historias de brujas como en otros pueblos de Antioquia, y en esas historias las brujas escapan de sus cuerpos en la noche para volar como bolas de fuego y trepar encima de los hombres, quienes sienten que no pueden respirar y amanecen con chupados cuyo origen no pueden explicar. “¿Por qué amanece un hombre chupao estando solo? Ese es el problema… Dicen pues los viejos… O sea, a mí no me consta, porque a mí no me ha llegao un animal de esos, pero la maldá sí existe. En la misma Biblia dice que el diablo salió del cielo con una maldá de ejército a atacar a Dios, y esos demonios quedaron aquí en la tierra”, dice don J. Lo que sí es propio de Santa Bárbara, cuenta P., es que lleguen brujos, indios y gregorianos que adivinan la suerte y curan las enfermedades.

Cada tanto la gente repite el viejo adagio “pueblo chico infierno grande”. Dice P., durante muchos años funcionario municipal, que allí el rumor nace, se reproduce, se escribe sobre la piedra y no muere nunca. R., funcionario del hospital, dice más o menos lo mismo: “el chisme es el motor del pueblo”. P. cuenta que durante la época dura del paramilitarismo la gente iba a “hacer matar a alguien por un chisme, por una deuda, porque me la jugó”.

Mientras pela mangos bajo una sombrilla de colores, doña F. comenta que era vecina suya y le cuidó una anemia que la tuvo en cama muchos meses: “cuando yo estaba tan enfermita ella era la que me llevaba la lechita y los quesitos pa que yo comiera… Me colaboraba con los mandaditos, con los oficios, y le dábamos la comida porque era muy pobrecita. Cuando yo llegué a la Loma me dijeron: ‘¡Jm!, ¿usté se está juntando con esa bruja?’, y yo dije: ‘a mí no me consta porque no sé nada de ella’. Era una persona normal, decente. Me pongo a hablar lo que no es y viene y me lleva de las patas, con sombrilla y todo”, dice, y se ríe. Luego llegan otras dos señoras y empiezan a hablar de otras dos mujeres asesinadas en el pueblo: la administradora de un hotel en el que durante un tiempo se hospedó Berenice, Flor Ensueño, apuñalada en 2009; y Jenny Marcela, una muchacha decapitada en 2010 en Los Patios, un barrio del casco urbano.

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Berenice tenía 46 años, vivía sola en la casa que su papás le habían escriturado en vida, era morena y menuda, y según doña A. “por ser tan delgadita revelaba más joven”; dice R., quien vio el cadáver, que tenía los pechos de una muchacha de veinte. Era soltera y no tenía hijos, en parte porque se quedó beata para cuidar a los padres, en parte porque “le tenía el pánico a los hombres”, en parte porque “se tenía que ir santa pa Dios”. Quienes la conocieron cuentan que lavaba y limpiaba a cambio de comida, que pegaba “qué carreras” Loma arriba para ir a los cursos del Sena, que no decía nunca malas palabras. A los niños les buscaba juego a la salida de la escuela, que quedaba enfrente de su casa, y a cambio de unos pesos los mandaba a buscar boñiga para hacer abono. Para ella todo era pecado, y quizás por eso iba a misa todos los días y escuchaba el rosario en la radio por la mañana y por la noche. Lo único raro que tenía, dicen, es que amanecía a veces con un humor extraño que le quitaba las ganas de saludar a la gente.

Antes de que todo comenzara Berenice había sido líder comunitaria y pertenecido al grupo del adulto mayor, a la asociación de artesanos, a la de mujeres y a la Junta de Acción Comunal. A las reuniones iba con un cuaderno en el que escribía todo lo que se decía, aunque dice S., conocida de vieja data, que eran mamarrachos que ni ella misma entendía. Doña A. cuenta que a su marido le quitó el saludo porque una vez le dijo que esa labor le correspondía a la secretaria. La opinión general es que era tremendamente celosa con los bienes de la comunidad y ponía quejas cuando, por ejemplo, nadie recogía en el pueblo la comida del restaurante escolar. Cuenta S. que “la gente la fue aislando porque ella tenía un sentido de pertenencia, entonces veía en todo mundo como que le estaba haciendo mal a la vereda y empezaba a echale chiripas a la gente. Pero como ella no tenía niños en la escuela la fueron sacando, hasta que empezaron pues como a dañalen tanto el corazón que ya ella se derrotó también…”.

En octubre de 2000 Berenice amenazó al entonces presidente de la JAC, Álvaro, con denunciar la pérdida de unos dineros que la junta debía liquidarle a la comunidad. Después de eso se vio a la hija de Álvaro muy enferma, “toda tiesa, y flaquita”, y nació el rumor de que Berenice le estaba haciendo un daño.

Fotografía: C.
  
Después la cosa se calmó, pero otra queja, también por plata, provocó su expulsión definitiva de la junta en 2004. En los años venideros “enfermarían” otros tres, quienes, dice S., “empezaban a jalasen el pelo, tiraban con el pie, cosas como llamando la atención. Una de las peladas se quedaba callada y después hacía repulsa, y la mamá le pegaba horrible: ‘¡Berenice! ¡Berenice! Largala Berenice. Que la largués porquería’. Y pues yo creo que la gente es más loca que la misma Berenice”. Empezaron a decirle bruja y a hostigarla, y ella se volvió aún más solitaria; “de un momento a otro le metimos como la ignorada del siglo”, dice también S.

Tras casi diez años de acoso, en agosto de 2011 las niñas empezaron a decir que la veían en sueños, y una de ellas, Tatiana, se quejó de mareos. Ese día varios habitantes de la vereda se armaron de palos y machetes para sacarla, y según dicen el sacerdote calmó a la “turba” hasta que llegó la policía y se la llevó para el pueblo. Debió vivir un tiempo en casa de su otra hermana, pero unos meses después regresó a la vereda.

Cuenta O., el de la ebanistería donde trabajaba Diego, el marido de Tatiana, que los mareos eran embarazo, pero después de nueve meses el niño no quería nacer, según ellos por los rezos de Berenice. En enero había llegado a la vereda el tal brujo, un ex presidiario y extorsionista que se hacía llamar Ricardo, y por los días del parto, en una moto que conducía Diego, fue hasta la casa de Berenice y le pegó la “pela”. El forastero había dicho que había venido a darle “siete pelas”, y que él en cualquier momento podía convertirse en perro o en marrano. En abril, ante la amenaza de la segunda “pela”, el sobrino de Berenice enfrentó a Ricardo, que lo cogió a tiros y por poco lo mata. Berenice regresó al pueblo y por su propia cuenta buscó hospedaje en el hotel.

Allí, con N. y M., vivió cerca tres meses. No tuvo sino para pagar tres días, pero dice M., la esposa del propietario, que algo la conmovió y quiso adoptarla, “porque uno en la mirada sabe quién es bien y quién es mal”. Por eso la bautizó “la niña de la casa”, la llevó a la peluquería y al dentista, le compró maquillaje, cremas para la cara, ropa, zapatos, un par de piyamas y varios cucos, entre los que había, cómo no, unos rosados. “Ella era calladita. A veces ayudaba, otras veces se mantenía encerradita llorando”, dice M.

Si al hotel llegaban hombres Berenice se escondía, y se ponía a llorar cuando N., viendo cuánto le gustaban los niños, la molestaba con el tema y le decía que hiciera uno: “qué miedo los hombres, que me lo regalen”, replicaba. Más tarde, ‘Bere’ les confesaría que el primer y único novio que tuvo había tratado de abusar de ella, y desde entonces nunca había permitido que ningún otro hombre se le acercara.

Fotografía: C.
  
Cuando llegó, Berenice estaba flaca y comía muy poco, pero con el tiempo ganó peso, su piel curtida por el sol cambió de color y por momentos pareció hasta contenta. Pero un día dijo que tenía que irse, que aquella era su casa y no se la iba a dejar quitar, y no valieron ruegos. La que regresó a la Loma de Don Santos, dicen M. y N., era una mujer muy distinta a la que había llegado. Pero aun así la mataron. Desde entonces N. sueña con ella y en los sueños le dice que haga justicia.

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La Loma de Don Santos es una carretera empinada y estrecha rodeada por casas separadas entre sí por pocos metros. La casa de Berenice es la única que no se ve desde el camino, porque está al amparo de palmas, guaduas y plantas florecidas. Es una construcción precaria, con piso de tierra, una cocina, un baño y tres cuartos en los que se arruman toda suerte de trastos, entre ellos el monitor de un viejo ordenador, un chifonier, juguetes en desuso, una nevera y un pupitre vetusto. En la habitación del medio hay un altar con velas encendidas, obra de la hermana, y una puerta que da al camino; en el lado opuesto, junto a un cobertizo, hay otra, y a pocos metros una construcción de madera donde se guarecen una perra y nueve crías a las que les da teta. A poca distancia hay otro perro amarrado, y por ahí trotan otros dos, más pequeños, y tres gatos.

La hermana es delgadísima, habla también muy rápido, en la voz un resentimiento que la hace decir cosas como “¿Loma de Don Santos? La Loma de los malos, será…”. Enseña la casa, el sitio donde la encontró, la mancha de sangre junto a la cruz de madera. El miércoles que la mataron “rondó” la casa hasta las once de la noche y no vio nada. El jueves vio gente sospechosa pero a Berenice por ningún lado. El viernes un vecino le dijo que no la veían desde el miércoles y ella entró a buscarla. Cuando ya iba de salida la encontró en el piso de la cocina y vio los dientes partidos, la herida en la frente, el ojo, la piel oscurecida, y junto a ella una barricada con leños que los homicidas habían puesto para evitar que los perros se acercaran. Al lado de la perrera encontró dos escapularios, una botella con restos de gasolina y parte del pelo de Berenice, que no se sabe bien cómo llegó allí. El pelo está guardado en algún lugar de la casa, y ella le dice a una de las tres hijas que la acompañan que traiga la bolsa porque tiene intenciones de mostrarlo, pero por fortuna la niña no lo encuentra. “Ella sabía algo –dice– . Podía ser por alguna plata embolatada, porque por aquí las acciones comunales han sido de transporte de plata a bolsillos raros”.

Fotografía: C.
 

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Entre el miércoles 29 y el jueves 30 de agosto varios hombres, que pueden ser dos o tres, amarraron la puerta delantera de la casa de Berenice, entraron por la de atrás, la golpearon, la sacaron a rastras hasta el solar, le echaron gasolina, le prendieron fuego y la remataron de un hachazo en la cabeza. Los vecinos más cercanos, cuyas casas están a menos de diez metros, no se dieron por enterados. La hermana la encontró el viernes, y ese día, en el pueblo, apareció Diego con una mano quemada. Tatiana dijo “después de su muerte sentí como si hubiera vuelto a ver la luz”. Aunque los medios se encargaron de hacer eco del rumor, otras hipótesis salieron a flote. El alcalde del pueblo declaró a una emisora nacional que Berenice había tenido problemas por la sucesión de su casa, y N. cuenta que meses antes de la “pela” a Berenice le habían robado las escrituras. Se comentó también que el crimen podía tener relación con un cuantioso robo que le habían hecho a un hombre muy pudiente en cuya casa trabajó ella.

La velaron el sábado en la única funeraria del pueblo, y a pesar de la solidaridad que en la vereda siempre tienen con los muertos y sus dolientes, no fue nadie, apenas sus dos hermanas. Los que asomaban se iban cuando se daban cuenta de que la hermana había hecho sellar el cajón, en parte, dice, para vengarse: “así como nadie me avisó, no iba a dejar que nadie la viera”. Una testigo accidental cuenta que durante el rosario un gato no hizo más que “ñarriar”: “varias personas sí vieron un gato negro echado al lado del féretro; yo lo escuché, más no lo vi”. Después del velorio, cuenta S., la gente empezó a decir que quienes habían ido a acompañar a la muerta eran cómplices y también brujos.

El 25 de septiembre, la policía de Santa Bárbara detuvo a seis personas acusadas del homicidio agravado de Berenice: Álvaro, Diego, Tatiana, María, Fabiola y Esperanza. Según declaraciones extraoficiales, los capturados estaban emparentados con las tres familias en cuyas manos ha estado siempre la Junta de Acción Comunal. Fabiola, la mamá de Tatiana, lideró el acoso, hizo traer al brujo y lo hospedó en su casa; María, “una mujer del bajo mundo”, fue quien la contactó con él; Esperanza fue su “lugarteniente”. Diego, autor material, dejó la casa de Berenice sembrada con sus huellas dactilares. Ricardo, autor material, desapareció y está prófugo, como lo está el papá de Tatiana, Julio, que llegó a la vereda días antes del asesinato y días después se esfumó. Todos están detenidos menos Álvaro y Tatiana, que tienen prisión domiciliaria, él por una falla procesal y ella por ser madre lactante. En la casa de Álvaro encontraron un libro con conjuros, y en la de Berenice Que la muerte espere, un reportaje de Germán Castro Caycedo donde dice, entre otras cosas, que “el hombre es capaz de cometer las mismas atrocidades que le adjudica a Satán”. UC

Fotografía: C.