Número 111, octubre 2019

¿Quién quiere ser un reciclador?

Andrés Delgado. Fotografías: Juan Fernando Ospina

 

Fotografías: Juan Fernando Ospina


“Pienso, luego reciclo; keep calm and recycle”. Estamos en modo: salvar el mundo. “Piensa globalmente, actúa localmente”. Guardamos las tapitas plásticas, llevamos bolsa de tela al supermercado, llenamos dos y tres canecas de basura en la casa y no usamos pitillo ni para tomar cerveza, sabiendo que así la beba rinde más, o al menos eso dice el mito urbano. Reciclar está de moda. (Y pegar copys en inglés). Dont fuck up good planets are hard to find. Pero ¿quién quiere hacer la tarea en la calle? Nadie quiere ser reciclador.

“Lo más difícil de este oficio es la humillación y la vergüenza”, dice Arley Ríos, supervisor de planta de Ekored. Ahora es jefe, pero antes fue reciclador. El hombre es moreno, gordo y bajito. Tiene unos ojos brillantes que hablan tanto como su lengua, por ella pasa un verbo rápido y reflexivo.

Durante la segunda semana de rebusque, la cuñada de Arley lo descubrió abriendo una bolsa. En la casa de la novia no lo querían ni poquito “y luego de esa ponchada mucho menos”, dice Arley, “imagínese: pobre, negrito y reciclador”. Aun así, con el trabajo y el tiempo demostró de qué estaba hecho. “He vivido siempre en Manrique y de ese barrio no me voy, y ahora menos que me casé con mi novia, tengo mis hijos y casa de verdad y no un rancho de tablas”.

Ekored es una empresa dedicada al procesamiento de botellas plásticas, en el barrio Miranda, detrás del Parque Norte. Cada día llegan desde todo el país entre veinte y veinticinco carros atiborrados de botellas aplastadas, un promedio de dieciocho a veinte toneladas diarias. La compra mínima es de 150 kilos. Y no llega el reciclador en carreta, llegan los intermediarios entre el recolector y la industria, y vienen en camiones desde Cali, Bogotá o Neiva. En Ekored trabajan veintiún operarios, varios de ellos fueron recicladores, “y ya tienen moto”, dice Arley, “pequeña, pero motico es motico, y lo mejor es que todos dejamos de ser lo que éramos”. Nadie quiere ser reciclador. Nadie quiere dedicarse a esculcar basuras, así como nadie hoy por hoy duda de la importancia del reciclaje. Este es un oficio vergonzoso, sin importar que la basura sea un gran negocio.

Cada persona en el país consume un promedio de veinticuatro kilos de plástico al año, y el 56 por ciento es plástico de uso único, como pitillos y cubiertos, como el tenedor de plástico de Toy Story 4, Forky, flamante personaje estrella de Pixar que tiene como único propósito volver a un basurero. Muy raro, porque nadie quiere ir por allí. A menos que seas un reciclador y tengas que ganarte la vida esculcando desperdicios.

Arley Ríos cuenta que comenzó a recorrer las calles con una carreta cuando, aguantando hambre, una vecina que ya era experta lo invitó a buscar en las basuras. “Para mí fue una época muy difícil y requetefácil: difícil para conseguir trabajo legal, y requetefácil para juntarme con los pillos del barrio”. En ese primer día, hace quince años, se ganó dos mil pesos. Hoy por hoy, un reciclador juicioso puede hacerse diariamente entre veinte y treinta mil pesos.

Colombia genera unos doce millones de toneladas de residuos sólidos al año y solo se recicla el diecisiete por ciento. En el mundo, las estimaciones para 2050 son alarmantes, habrá doce mil millones de toneladas de desechos plásticos en entornos naturales. No es gratuito que en varios municipios y playas del país ya esté prohibido su uso. Nadie quiere ser un reciclador. Y nadie quiere ser un plástico. Su desprestigio ha llegado al punto que, incluso, se usa como adjetivo para nombrar la superficialidad. “Ella era una chica plástica de esas que veo por ahí”, canta Rubén Blades, “de esas que cuando se agitan sudan chanel number three”.

El término técnico es PET, polietileno tereftalato, una resina y forma de poliéster, usado en envases de bebidas y textiles. Casi dos millones de botellas pasan diariamente por la banda transportadora de Ekored que, a su vez, provee a la empresa Enka de Colombia, ubicada en Girardota. Antes de fundir el polímero en Enka, el proceso es muy simple, asegurar las botellas por colores: ámbar, transparente, aceite y verde. El éxito del proceso de reciclaje en Enka depende de la selección del material que recibe. Una botella verde nunca puede mezclarse con una blanca, ni una que contuvo aceite con una de jugo natural. La selección es radical, lo mismo que las parejas plásticas, según Blades, “diciendo a su hijo de cinco años no juegues con niños de color extraño”. Se eliminan tapas y productos de PVC que pueden contaminar el producto final. Por eso las bandas transportadoras y los operarios muy concentrados echando ojo, separando costalados de uno y otro color.

En el barrio Miranda, en Ekored, el precio del PET varía. El transparente se compra a 950 pesos el kilo y a 620 el verde. Y tiende a disminuir. El precio está sujeto a la especulación. En una cartelera a la entrada hay un aviso: “Les recordamos a nuestros proveedores que, por el dinamismo en las variables del mercado, desde el principio del año en curso se suspendieron las compras de material Hit, ámbar y aceite, hasta nuevo aviso”.

Según dice Arley, la diferencia entre el reciclador y el gamín consiste en que el gamín también busca comida en la basura, el reciclador no. “Además, el gamín rasga la bolsa y deja todo tirado”. Por el contrario, el reciclador, abre el nudo, busca, y vuelve a cerrar. “El reciclador es un profesional”. En Argentina se les dice “ciruja”, de cirujano, porque hacen una operación casi quirúrgica con la bolsa para dejarla intacta luego de hurgarla.

“Una mañana nos iban a matar en la 33”. Arley estaba con un amigo esculcando cuando salió un señor con revólver. “Nos apuntó muy enojado, y una vecina que nos conocía, nos defendió, no les haga nada, esos muchachos trabajan por acá, toda nerviosa la señora qué pecao, si no es por ella nos dispara, el señor estaba muy fastidiado como si fuéramos un par de ratas”. En general el prejuicio dicta que un reciclador es un gamín, un habitante de calle, un drogadicto, un alcohólico.

Más arriba se dijo que el PET se utiliza en la industria textil. Se llama ropa ecológica y se vende con la etiqueta Eko Pet Textil. Y usted puede alardear que la lleva puesta y quedar como una chica PET o un chico plastificado. Algunas empresas como Fabricato, Offcorss y Uniroca ofrecen camisetas con insumos a partir de botellas. Esto es posible gracias a que los recipientes PET se elaboran con los mismos derivados del petróleo con los que se elabora el poliéster. Cuando Ekored deja la mercancía en Enka, los envases se lavan y se trituran para obtener el granulado con el que se elabora una fibra sintética que se tejerá hasta formar una tela. Aproximadamente se necesitan tres envases de 2.5 litros para obtener un metro de tejido.

En otra oportunidad, una señora les regaló a Arley y a su amigo una ropa y unos zapatos, prendas que también se comercializan en la Plaza Minorista y en los bajos del metro, lugares en los que se puede encontrar desde una olla tiznada lista para nuevos usos y vibradores de diferente factura. Ya en el camino, revolviendo las bolsas con la ropa encontraron, metida en uno de los zapatos, una cadena de oro. Fue una alegría y un alivio, encontrar un tesoro en la basura.

Si Ekored, en el barrio Miranda, no compra material a los recicladores, en Recimed sí, dos cuadras abajo de la estación Prado. Allí llega el señor con carreta, la señora con costal, el reciclador mañanero y el trasnochador que prefiere la fresca de la noche. “Lo interesante de la cooperativa” dice Leonardo Gómez Marín, gerente, “es que agremia a los recicladores y trabaja para dignificar el oficio y mejorar su calidad de vida”. En la empresa se trabaja para que los recicladores suban su autoestima, formalicen su trabajo, tengan uniforme y sean reconocidos en la ciudad. Sabiendo que su tarea es muy importante para todos, para la ciudad, para el medio ambiente.

Reciclar está de moda, así vivamos en una “ciudad de plástico de esas que no quiero ver, de edificios cancerosos y un corazón de oropel”. En Twitter hay copys hípsters al estilo de “Una camiseta que diga: necesitas el agua, no el plástico, #MasAguaMenosPET, con gente de rostros de poliéster, que escucha sin oír y miran sin ver, #SalvemosElPlaneta. No hay que aportar granitos de arena, sino gotas de agua”. Y se proponen retos plásticos, digo, retos sobre el plástico: #30DíasSinPlástico, mezclados con campañas políticas: #JulioSinPlástico

¿Quién quiere ser reciclador? Después de ese encuentro fortuito con su cuñada a Arley Ríos se le caía la cara de la vergüenza cuando la gente conocida lo veía recorriendo las calles. “No te dejes confundir, busca el fondo y su razón”. Alguna vez, viendo bajar un bus de Manrique, y en mitad de cuadra, sin tener en dónde esconderse, volteó la carreta y se agachó detrás. “Y eso”, dice Arley, “eso, ofende mucho”.UC

Fotografías: Juan Fernando Ospina

Universo Centro N°111

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