Número 111, octubre 2019

CAÍDO DEL ZARZO

AIRES DE LIBERTAD

Elkin Obregón S.

 

… y Dantés ascendió a la superficie del mar, completamente libre…
Alejandro Dumas, El conde de Montecristo.

Siguiendo con los géneros o subgéneros fílmicos, llega al tapete el de las fugas. Cautivos que quieren fugarse, porque eso es, claro, lo que les pide la naturaleza. Gracias a los oficios de una amiga, tengo en mi escritorio una lista casi abrumadora; comprueba esta la persistencia del género, y, por decirlo de algún modo, la urgencia vital de esas historias. Van aquí unas pocas.

(Tres o cuatro versiones en el cine dan cabida a Edmundo Dantés, cuya insólita evasión de la inexpugnable fortaleza de If le permite convertirse —Dumas dixit— en el poderoso conde de Montecristo. Su increíble peripecia nos invita, ahora sí, a alzar el telón).

El agujero (Jacques Becker, 1959), cuyo escenario es una cárcel francesa, cuenta un minucioso plan de fuga. Varios reclusos excavan durante meses un túnel que será su vía de escape. La víspera del día señalado, uno de los presos ensaya la eficacia del plan; llega al final del túnel, desliza una tapa de alcantarilla, asoma la cabeza, respira (y nosotros con él) el aire de la noche parisina. Regresa a la celda, da el parte de triunfo. Pero hay un traidor entre ellos, y todo termina.

No obstante, hubo y habrá mejores aires: Stalag 17 (Wilder, 1953) sucede en un campo alemán de prisioneros. Un grupo de soldados norteamericanos planea y lleva a cabo con brillantez una fuga; también hay un espía en sus filas, pero, descubierto a tiempo, se le aplica la Ley del Talión (por cierto, Billy Wilder renueva aquí uno de sus temas claves, las falsas identidades. Pero eso hoy no es asunto nuestro).

Un mal cálculo de espacio me ordena pasar a vuelo de pájaro sobre varios favoritos:
El gran escape (John Sturges, 1963). Cincuenta oficiales aliados logran escaparse de una prisión nazi. Una vez afuera, en plena campiña alemana, están tan expuestos como bichos a la luz. Sin embargo, tres afortunados logran cruzar la frontera y darnos la ilusión del triunfo. Escape de Alcatraz (Don Siegel, 1979). El episodio fue real, no los pormenores: Clint Eastwood y dos compinches logran burlar los muros de Alcatraz, hasta entonces tenidos por inexpugnables. Un año después la prisión fue destinada a mejores usos. Sueños de fuga (Frank Darabont, 1994). Morgan Freeman y Tim Robbins se alían para fugarse, y lo logran, cada uno a su modo, con lujo de recursos. Pero antes Robbins se las ingenia para dejar en flagrante delación al alcaide, un corrupto de mucho cuidado. Además, los evadidos, al mejor estilo Edmundo Dantés, desentierran un tesoro.

Cierra esta crónica un broche de oro: Un condenado a muerte se escapa (Robert Bresson, 1956). En una cárcel del París ocupado, un joven miembro de la Resistencia espera su ejecución. Mientras tanto, con talento y paciencia de relojero, va elaborando un plan de escape (horarios, rutinas, instrumentos, cuerdas) que Bresson relata con minucia rigurosa. Por fin, una noche ya cercana al alba, el joven elude los reflectores nazis, se descuelga por un muro y se aleja en silencio por una solitaria calle de París.
Escena memorable, gran final.

Elkin Obregon

CODA

Agítese antes de usarse. Minipoema —sin título— de Gustavo Adolfo Garcés:
El deseo
Tiene más dedos que el verso.UC

 

Universo Centro N°111

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