Número 101, octubre 2018

El crimen más organizado del mundo
Gustavo Duncan. Fotografía: Juan Fernando Ospina

Fotografía: Juan Fernando Ospina

I

En el principio fue el caos. Luego vino el orden y al orden lo siguió un caos aun peor. Desde entonces, la ciudad ha pasado del caos al orden. A veces más el uno y a veces más el otro. Todo depende de a quién se pregunte.

 

II

El inicio de todas las entrevistas en las cárceles fue el mismo: “El crimen en Medellín es el más organizado del mundo, en Colombia ninguna otra ciudad se le parece”. Entre los reclusos la idea que prima es la de que todo lo que ocurre en Medellín, al menos todo lo relacionado con el crimen, obedece a un orden que se origina en una sólida y tradicional estructura que dicta qué se puede hacer y qué no.

En la base están los combos. Son los muchachos de siempre en varias cuadras a la redonda. Conocen a todos en la comunidad porque son parte de ella. Allí, entre callejones y escaleras, han gastado sus pocos años de vida. Son los encargados de vigilar que la ley de los bandidos se cumpla en el terreno. Quien mate, quien robe o quien venda droga sin permiso, o simplemente quien no se sepa comportar es sujeto de un castigo. Puede ser una multa, una paliza, el destierro o la muerte. En la calle, inconscientemente, se pueden ver los efectos de la ley. Muchos de los drogadictos que deambulan al lado del río fueron expulsados de sus comunas cuando la droga los convirtió en un problema de convivencia.

La ley tiene su precio. En algunos barrios todos deben pagar una vacuna. En otros solo los negocios, desde los buses hasta los distribuidores que quieran surtir las tiendas. Sin embargo, los muchachos del combo no se hacen ricos con esa renta. Son muchos y al final no es tanto dinero, son barrios pobres. Les basta saber que ganan más que si se dedicaran a trabajar en algo legal. Además, obtienen un poder, un prestigio y un atractivo sexual que difícilmente obtendrían en otra ocupación. No todo es dinero en la vida.

Arriba están las razones, como se conoce a las cerca de dos decenas de bandas que se reparten la ciudad. Cada una de ellas maneja un territorio a través de combos leales que le garantizan que solo sus mercancías —sean drogas, aguardiente adulterado, gaseosas, huevos, etc.— se vendan en el lugar y que ninguna otra “razón” cruce sus fronteras. Los coordinadores, una suerte de administradores profesionales del crimen, son los que conectan las razones con los combos, llevan las órdenes de arriba abajo y las quejas de abajo arriba. Es una tarea difícil mantener el control de tantos jóvenes llenos de testosterona y habituados a una violencia letal. Uno de ellos, ya retirado, resumió su oficio: “Mi trabajo era ponerle disciplina a los jóvenes”.

Quizá no haya asunto de la vida de las comunidades en que más se vea reflejada la disciplina impuesta por el crimen organizado que la violencia sexual. Los violadores, sobre todo los violadores de niños, son ferozmente perseguidos por los combos y el castigo es el más severo. Un coordinador, entre las risas que le causaba un cigarrillo de marihuana que acababa de fumarse a la vista de todos en la calle, respondió cuando se le preguntó qué se hacía con los violadores: “En esos casos lo que se recomienda es matarlos”. No siempre fue así.

III

Es difícil resistir los primeros diez minutos de la película. Las escenas son de una crudeza tal que uno se niega a creer que eso haya podido ocurrir. La realidad es que La mujer del animal, de Víctor Gaviria, es un relato de lo que solía pasar en muchos barrios de invasión en los setentas. Surgían pandillas que aterrorizaban a la comunidad. Amedrentaban y robaban, pero lo verdaderamente humillante eran las violaciones. Se hizo común la práctica del revolión, en que una muchacha era seducida por alguno de la pandilla y luego cuando la llevaba a algún lugar apartado era violada por todos.

Tanta humillación llevó a que los hombres de la comunidad organizaran grupos de vigilantes para cazar los delincuentes. Pronto, se convirtieron también ellos mismos en delincuentes aunque algo había cambiado: ahora se convertían en la autoridad de la comunidad. Imponían orden, un orden oprobioso pero orden al fin al cabo.

Por esa misma época, en barrios populares pero no tan pobres como los que retrata La mujer del animal, surgió otro fenómeno entre jóvenes que sentían que las perspectivas de trabajo en las fábricas, que habían aliviado las aspiraciones de sus padres, eran cosa del pasado. Eran tiempos de crisis económica. Se sintieron desahuciados del futuro y optaron por la delincuencia, aunque como estaban más integrados a la ciudad se convirtieron en bandidos más sofisticados. En vez de robar a su propia gente asaltaban bancos y carros de valores. Y, al igual que los vigilantes, desarrollaron una cultura de gobierno de sus comunidades.

Entonces apareció Pablo. Del orden precario que surgió con los nuevos bandidos vino el peor de los caos.

IV

Se comenta que el gran error de Escobar fue haberse metido en política. Y, de manera ingenua, se reduce su vida política a la campaña electoral de 1982 y su paso fugaz por el Congreso. En realidad, Escobar todo el tiempo hizo política a través de medios muy distintos a las elecciones.

Él se dio cuenta de que si se ganaba a los jóvenes bandidos no solo podía hacerse al control del Cartel de Medellín sino que podía disponer del ejército y del territorio para plantear una guerra contra el Estado. Las fotos de Escobar en campaña, inaugurando canchas de futbol en los barrios populares, esconden una transacción política muy profunda. No era a los líderes políticos a quienes se iba a ganar. Era a los bandidos a quienes estaba seduciendo. La lógica era simple: ellos dejaban de cometer los crímenes de siempre, tomaban de una vez por todas el control de sus barrios y hacían parte de su ejército personal, a cambio Escobar les transfería una parte de las rentas del narcotráfico que por entonces inundaba la ciudad. Si un narco se atrevía a no pagar su parte iba a tener un ejército de bandidos respirándole en la nuca. Ese fue su verdadero poder político.

Comenzaba, en medio del sangriento caos que fue la guerra de Escobar, a gestarse el control actual de las bandas y los combos. Ya no eran simples delincuentes de barrio. Los bandidos se volvieron conscientes del poder que encarnaban y de las rentas que estaban disponibles si actuaban de manera organizada. Cómo no iban a darse cuenta si en un momento dado bajo el liderazgo de Escobar pusieron al Estado en jaque. Al final, como era de esperarse, fueron derrotados por una alianza entre fuerzas de seguridad, disidencias del Cartel de Medellín y se dice que la propia cúpula al menos sabía lo que se cocinaba, pero la enseñanza de la guerra les despejó cualquier duda sobre la magnitud de su poder.

V

De nuevo el orden o, mejor, una pretensión de orden.

El reto de quienes mataron a Pablo era imponer orden entre los bandidos que dejó la guerra. A los Castaño y a Don Berna les tomó tiempo hacerlo. Y cuando lo lograron tuvieron que usar esa fuerza para combatir a las milicias de las guerrillas. Por eso, en la desmovilización de los paramilitares la mayoría de quienes dejaban las armas eran bandidos.

Los tiempos de Don Berna dejaron una nueva enseñanza. No tenía sentido hacer una guerra contra el Estado y desafiar el resto de la sociedad. Si los bandidos racionalizaban sus comportamientos podían mantener el poder en sus comunidades, hacerse a jugosas rentas y evitarse problemas con las autoridades. La clave estaba en identificar negocios susceptibles a la explotación, que no involucraran un despojo, sino una extracción sistemática por el solo hecho de disponer la fuerza para extorsionar o monopolizar sus rentas. ¿Qué sentido tenía robar si en proteger empresas informales y criminales había mayores ganancias?

Había comenzado la domesticación del crimen en Medellín. Ahora los bandidos estaban interesados en la pacificación. La violencia era pésima para los negocios y las autoridades se los hacía saber. Podían sobornarlos pero si en la prensa aparecían los muertos no había caso. Los policías cerraban las plazas de vicio y capturaban sus cabecillas. Todos perdían.

VI

En las propias estadísticas del Estado se vio el efecto. Luego de la extradición de Don Berna vino la guerra entre Sebastián, el elegido de los bandidos, y Valenciano, el dueño de la riqueza. Ganó Sebastián pero apenas pudo disfrutar su poder, enseguida fue capturado. La sorpresa fue que en el largo plazo la tasa de homicidios, con sus sobresaltos, bajaba a pesar de las guerras.

¿Por qué esta tendencia a la baja de la violencia? En gran parte porque el Estado llegó y reclamó orden, así fuera a su manera, con garrote y zanahoria, o lo que es lo mismo, con operativos, sobornos e inversiones en el hábitat. También en parte porque la historia, como se aprecia, les enseñó a los bandidos que la civilización trae enormes beneficios. Ya el destino no está marcado por una muerte segura antes de los treinta años ni por una prisión perpetua en Estados Unidos si se quiere ser rico.

Ahora la ruta hacia el orden, en una ciudad que lo ha anhelado y exaltado durante años, se nota en que hoy tiene unos bandidos que se precian de ser el crimen más organizado del mundo.UC