Diálogo de sobras
Luis Miguel Rivas. Ilustración: Sara Serna
Dos hombres se encuentran al lado de la caneca de basura que hay en mitad de la cuadra. Uno acaba de llegar con la bolsa en la mano para arrojarla y el otro se dispone a escarbar en la caneca. Casi chocan al inclinarse.
—Bien pueda —dice el hombre que va a botar la bolsa.
—No, proceda usted primero porque yo me demoro
—contesta el que va a escarbar.
—No, por favor —dice el primero—, usted está más necesitado.
—No, tranquilo, proceda usted que se ve más necesitado que yo.
El primer hombre se extraña, mira su indumentaria
para comprobar si salió muy mal trajeado a la calle. Tiene chanclas, pantaloneta y la camiseta con
algún rotico. Pero no considera que sea para verse muy necesitado. Se ofende un poco. Mira al primer hombre que lo mira mirarse.
—¿Por qué lo dice?
—Se le ve que necesita salir rápido de esta situación tan incómoda.
Al primer hombre, que siempre se ha considerado una persona sin prejuicios, progresista y con marcada conciencia social, le molesta sentirse juzgado desde el prejuicio.
—¿Y por qué habría de ser una situación incómoda?
—¿Es que acaso le gusta el olor de la basura?
—Pues no, claro que no, pero usted llegó primero que yo y creo que tiene derecho a hacer lo que vaya a hacer en primer término; y luego, cuando deje el espacio libre, yo puedo tirar mi basura.
—Ya le dije que me demoro.
—Ya le dije que yo puedo esperar —dice el primer hombre con enfática sequedad.
—¿Está seguro de que no le molesta el olor?
—A decir verdad sí, un poco, pero lo justo es lo justo y usted estaba primero.
—Tiene razón, pero me da un poco de pena con usted, porque yo estoy más acostumbrado a estos efluvios y puedo soportarlos, pero usted…
—¿Yo qué? —dice el primer hombre, herido en su orgullo de persona sensible a las necesidades de los necesitados.
—No, disculpe, no es para que se ofenda, es solo que veo que usted…
—¿Qué ve, qué ve? ¿Qué está queriendo insinuar?
—interrumpe el primer hombre.
—Nada, solo que a usted le debe incomodar.
—Ya le dije que no me incomoda. Estoy por pensar que el que está incómodo es otro. ¿Acaso le molesta mi presencia? —reclama, indignado, el primer hombre.
—No es tanto que me incomode, sino que no estoy acostumbrado a buscar comida en la caneca con alguien esperando a mi lado —aclara el segundo hombre buscando resarcir la susceptibilidad herida.
—¿Ah sí? Eso sí no se lo creo —dice el primer hombre con el aire suficiente de quien descubre en falta a otro—. Entonces cuando coinciden dos de ustedes para buscar comida y uno llegó antes que el otro ¿qué hacen?
—¿Dos de “ustedes”? ¿A qué se refiere con dos de “ustedes”? —dice el segundo hombre tomando la posta de la indignación.
—Pues a lo que oye: dos de ustedes —el primer hombre se interrumpe, duda, y se explica—, pero no me malentienda, no quiero decir…
—¿O sea que hay un “nosotros” y un “ustedes”?
—interrumpe ahora el segundo hombre—. ¿Ustedes entre ustedes mismos se llaman “nosotros” y nos ven a nosotros como los “ustedes”?, y ahora dígame: ¿quiénes somos nosotros para ustedes?
El segundo hombre se queda reflexionando un momento. Recupera la frase entera del diálogo del mismo modo que el lector habrá tenido que releerla y por fin la entiende. Decide que solo se trata de un juego de palabras con el que “el otro” quiere poner en cuestión su sincero progresismo.
—Mire, no se me haga el vivo. Cuando digo “ustedes” no estoy haciendo ningún tipo de discriminación, si es lo que maliciosamente quiere insinuar. Solo me estoy refiriendo a que hay personas que buscan comida en las canecas de basura y otras que no. En este caso yo, por razones de la suerte, del destino, de la autosuperación, por capricho del autor o por lo que sea, soy el que bota la basura y por tanto no soy parte de su “nosotros”. Es simple, no hay ningún juicio de valor en eso. Hablo solo de personas que ejercen una actividad y de otras que no.
—Ummm.
—Pero aclarado este asunto volvamos a la pregunta para que vayamos solucionando este problemita de una vez: cuando coinciden dos de ustedes en la misma caneca para buscar comida ¿qué hacen entonces?
El segundo hombre mira fijo al primero, piensa un momento, como recordando.
—Simplemente uno de los dos se va a buscar otra caneca. Hay muchas en la ciudad.
El primer hombre mira al segundo que lo mira impasible sin moverse de su sitio.
—¿Me está insinuando que me vaya a buscar otra caneca para botar mi basura?
—No lo había pensado de esa manera, pero no me parece una mala idea.
—Pues no señor —dice el primer hombre con actitud de no poderlo creer—. ¿Me está echando de mi propia cuadra?
—Yo no he dicho eso… —empieza a decir el segundo hombre, se interrumpe, piensa un poco y luego continúa—. Pero la próxima caneca está cerca. A una cuadra precisamente.
—Sí, ya lo sé, pero tengo que decirle que así como usted llegó primero a esta caneca yo llegué mucho antes que usted a esta cuadra. De hecho es la primera vez que lo veo.
—Yo vengo por aquí hace mucho tiempo, lo que puede haber ocurrido es que siempre paso en horas distintas a las que usted escoge para salir a botar la basura. Que no me haya visto no quiere decir que no hubiera existido.
El primer hombre mira desconfiado.
—¿Y desde cuándo viene por aquí? A ver…
—Desde hace unos tres años.
—Ahí lo tiene: yo vivo en este barrio hace cinco.
—Bueno.
—¿Bueno qué?
—Que me parece bien que viva aquí hace cinco años, pero eso no quiere decir que sea el dueño del barrio.
—Y usted tampoco es el dueño de la caneca.
—Está bien —dice el segundo hombre, cansado— entonces bote primero la basura, se va a su casa y yo me quedo buscando comida y sanseacabó.
—¿Así de fácil quiere acabar el asunto? ¿Me quiere además decir lo que tengo que hacer?
El hombre que quiere buscar comida hace un gesto de hartazgo.
—Bah —dice como espantando moscas con la mano y da vuelta para irse.
—Un momento. Usted a mí me respeta —vocifera el primer hombre interponiéndose en su camino.
—Yo no estoy irrespetando a nadie.
—Sí señor, me está ignorando.
—¿Ignorando a quién?
El primer hombre levanta la bolsa de la basura a la altura de la cabeza del segundo pero detiene el acto a mitad de camino. Las aletas de la nariz del segundo hombre se mueven, olisquean un descubrimiento.
—Huele a carne horneada.
El primer hombre mira su mano agarrando la bolsa. La baja.
—Sí, son las sobras de la comida de anoche —contesta.
—¿Y qué tal si usted me regala su bolsa? —dice el segundo hombre.
El primer hombre se contraría.
—No, cómo se le ocurre. Eso sería tranquilizar mi conciencia regalando las sobras.
El segundo hombre reflexiona, mueve la cabeza arriba y abajo.
—Sí, comprendo —mira en silencio a los techos de las casas y se le ocurre una idea—. ¿Y qué tal si me da plata?
—No tengo —se apresura el primer hombre—, o, a decir verdad… sí tengo algo, pero es la plata de las cuotas de…
—Sí, tiene razón —interrumpe el segundo hombre cayendo en cuenta de su error.
Se quedan en silencio unos segundos. El primero
se siente mal. Luego de discutir consigo mismo se manda la mano al bolsillo de la pantaloneta y saca la billetera. Habla como si hubiera sido herido.
—Pero vea —saca unos billetes y los extiende—, voy a sacrificar las cuotas, después veré qué hago…
El segundo hombre mira el gesto de expósito del primer hombre con los billetes en la mano.
—No, disculpe, pero no puedo aceptarlo. En ese caso sería yo quien se sentiría mal.
El primer hombre vuelve a guardar los billetes. Se quedan en silencio evitándose las miradas.
—¿Sabe qué? Creo que ya no tengo hambre de las cosas de esta caneca —dice al cabo el segundo hombre—, mejor me voy a otra cuadra.
—¿Y sabe qué? A mí se me quitaron las ganas de botar la basura en esta caneca —dice el primer hombre para no quedarse atrás.
—Bueno, adiós, que tenga usted un buen día — dice el segundo y sale hacia la izquierda.
—Lo mismo para usted. Mucha suerte en sus cosas
—contesta el primer hombre con una reverencia y arranca en dirección contraria, hacia la cuadra siguiente
donde hay otra caneca.