¿América para lxs americanxs?
Gustavo Carvajal. Ilustración: Camila López
Desde hace varios años he visto cada vez más que amigos y conocidos escriben palabras como latinxs y amigu@s en internet. Esto, claro está, en virtud de la lucha por la visibilidad de la mujer y las personas trans en el lenguaje, así como la despatriarcalización del idioma.
Soy profesor de español como segunda lengua y esta discusión se ha vuelto frecuente en mis clases, casi siempre terminando en un cordial pero incómodo desacuerdo entre las alumnas y yo. Mi primer instinto es rechazar el uso de la x en lugar de la vocal, y soy muy escéptico acerca de los beneficios de cambiar la “o” del masculino para escribir la “e” como neutro. Es decir, no soy fan del “todes” en lugar del habitual “todos” para nombrar al grupo.
El malaise, o la malaise, de nuestra época me atormenta cuando tengo la sensación opuesta, es decir, cuando me pregunto: ¿estaré siendo un viejo tradicionalista, de aquella estirpe que siempre rechacé en los años de escuela, ese profesor legislativo y sin imaginación que no puede concebir un mundo con el todes en lugar del todos?: “todes mis amigues son amoroses”. ¿Es imposible con mi sensibilidad de dinosaurio imaginar a los poetas del futuro escribiendo esta frase?
Puede ser que un machismo inveterado y soterrado me nuble ante los beneficios de esta nueva regla del habla, pero también puede ser que mi humilde amor por la tradición de 1100 años del español me incline a conservar su gramática intacta como un obispo que se empeña en proteger su mitra. Este problema me perturba últimamente al punto de quitarme el sueño; este es mi intento por aclarar las ideas y por recuperar el descanso.
Pienso que hay tres hechos respecto a la lengua que son incontestables en lo que se refiere a esta discusión. Primero, que la lengua es un reflejo de la sociedad, es decir que hay una conexión innegable entre la cultura y la lengua. Si no fuera así no sabríamos que estamos ante un mexicano cuando escuchamos la interjección “no mames, güey”. El segundo es que desde que tenemos evidencia la sociedad occidental ha sido patriarcal, en el sentido de que los hombres han dominado la esfera pública y han gozado de mayor poder para dirigir el destino de los pueblos. El tercer punto, que es doble, es que ¡por supuesto que el lenguaje cambia!, y una de las principales razones por las que el lenguaje cambia es porque la conexión entre el significado y el significante de una palabra es arbitraria: no hay nada en los sonidos “pe-rro” que describa al mejor amigo del hombre mejor que los sonidos chien, dog o göu.
También sabemos que el habla precede a la escritura y por lo tanto a la gramática (la prueba de eso es que para aprender a hablar no necesitamos ir a la escuela, mientras que para escribir sí). Si bien es cierto que las lenguas cambian, la evidencia que arroja la historia es que primero cambia el lenguaje oral y luego cambia la gramática del idioma. Por ejemplo, la primera gramática del español, la de Nebrija, apareció en 1492, seiscientos años después de la existencia del castellano hablado y 450 después de la aparición del Cantar de mio Cid.
Según Concepción Company, profesora rockstar de la Unam, toma tres generaciones de hablantes para que un cambio social se refleje en la gramática de una lengua. Un ejemplo: en tiempos de Cervantes las personas solían decir “entrégotelo”, pero nosotros hoy decimos “te lo entrego”. Con el tiempo a los hablantes (que son los únicos dueños de la lengua) les pareció menos engorroso y más claro decir los pronombres “te” y “lo” antes del verbo conjugado, y eventualmente esa se volvió la regla gramatical.
Por otro lado, si bien el lenguaje y la cultura tienen una conexión, no hay evidencia de que el género gramatical influya en el trato que reciben las mujeres en una sociedad. Ninguna lengua indígena de América tiene género gramatical, y nadie puede decir que los pueblos indígenas americanos son menos patriarcales que los españoles (es conocido cómo los wayuus en Colombia negocian a sus esposas a cambio de chivos). El farsi tampoco tiene género gramatical, pero en Irán las mujeres tienen que cubrirse la cabeza so pena de ir presas y los gays, de acuerdo con el gobierno, no existen.
Ahora sí, permítanme aburrirlos: la gramática es la disciplina que estudia cómo hablar y escribir con corrección. Tiene tres grandes partes: fonética, morfología y sintaxis (considero la semántica —estudio del significado de las palabras— como rama de la lingüística, no de la gramática). Hemos dicho que, si está viva, la lengua fluye como un río. Según lo veo, los cambios se pueden manifestar de tres formas según las tres categorías gramaticales.
Un cambio fonético es, por ejemplo, el del fonema /j/ por el fonema /sh/. Hoy escribimos México, pero en tiempos de Hernán Cortés se decía “Méshico” y hoy por supuesto decimos “Méjico”. Morfología es el estudio de los morfemas, un morfema es por ejemplo la terminación de un verbo conjugado. Un cambio morfológico es la desaparición del futuro del subjuntivo, hoy apenas lo conservamos en refranes como “donde fueres haz como vieres” o en expresiones como “sea como fuere”. Pero hoy en día el presente del subjuntivo nos basta y es totalmente correcto decir “donde vayas haz como veas”. El tercer tipo de cambio es sintáctico, es decir el que tiene que ver con la organización de las partes de la oración. Hoy decimos “me lo metió”, pero antes se decía, “metiómelo”.
El hecho cierto acerca de los cambios en la lengua, sean sintácticos, morfológicos o fonéticos, es que no es posible señalar con exactitud las razones que los producen. No fueron el resultado de una singularidad o de un decreto, sino de un proceso de sedimentación lingüística. Es decir, los cambios en la lengua meandros de un río. Si bien un acontecimiento político puede ser el germen de un cambio en la lengua, hay componentes azarosos e imponderables a lo largo del proceso que también ejercen su influjo. Tratar de hacer cambios fonéticos a partir de una campaña política es artificioso y difícilmente eficaz.
Entre viejos y nuevos vocablos existe una competencia darwiniana por la supervivencia, nuevas expresiones llegan y otras caducan, se quedan las que sirven a los hablantes y las que se vuelven obsoletas se pierden. Por lo tanto es legítimo que quienes quieran ir en contra de la regla actual lo hagan, puesto que cada quien tiene derecho de hablar y expresarse como quiera. Si un estudiante decide poner en práctica concienzudamente esta hipótesis y sustituir la “o” por la “e” en su conversación diaria y en su escritura académica, no tiene por qué ser reprendido. La equis me fastidia porque es una tachadura, un borrón y una negación total de la existencia del género, sin embargo, no puedo impedir que mis amigos y conocidos la usen (así como nunca pude persuadir a mi hermana de que no escuchara reguetón).
Ahora bien, decir “todes” en lugar de “todos” no representa ningún problema sintáctico. Para decir la frase “Les maestres de Colombia son abnegades y mal pagades” no tengo que cambiar el orden de los sintagmas. Morfológicamente es otra historia, pues se trata precisamente de cambiar la terminación del sustantivo plural masculino genérico para formar un plural neutro único: “todes”. Desde el punto de vista práctico este es un cambio innecesario. Cuando digo la frase “a los maestros colombianos les pagan mal” no se forma en mi mente la imagen de un grupo de maestros hombres solamente, sino la de un grupo abstracto que incluye mujeres, hombres y cualquier otro sexo conocido y por conocer. Cuando digo “maestros” me refiero a aquello que los integrantes del grupo comparten, independiente de la identidad sexual. Por lo tanto no hay ninguna razón morfológica para cambiar el “todos” por el “todes”. Pero como la relación entre significado y significante es arbitraria tampoco hay razón lógica por la cual no se pueda decir “todes” en lugar de “todos”.
El cambio fonético es evidente porque implica sustituir la nota musical “o” por la nota “e”, como una orquesta que cambia de clave. Estoy en contra del uso de la x porque la pronunciación “ecs” es poco frecuente en español que es un idioma eminentemente vocálico dirigido por sus cinco notas musicales discretas: a, e, i, o, u. Estos cambios fonéticos o de melodía son difíciles de hacer, requieren una diligencia y constancia que es injusto exigir a los hablantes in promptu. El habla debe ser ante todo funcional; es decir, debe evitar ambigüedades que dificulten la comunicación: primero el lenguaje oral expresivo, claro y funcional, y luego los vituperados volúmenes de la RAE.
Las personas que escriben latinxs y utilizan en sus conversaciones la “e” en lugar de la “o” como plural neutro, lo hacen motivados por un deseo de justicia social. Pero se equivocan en pensar que el “todos” es un indicio de la opresión hetero- patriarcal. El “todos” no es en realidad un símbolo del patriarcado en el idioma, sino apenas un vestigio de la sociedad patriarcal que lo creó. Un verdadero indicio del machismo en el lenguaje de hoy es, por ejemplo, que una zorra descarada sea una mujer, pero un zorro para los negocios sea hombre. Una frase como “le presento a doña María de Bustamante” claramente indica que la señora es propiedad de un tal Bustamante, o cuando se dice “llegaron los doctores con sus esposas” se señala la preponderancia del hombre y el grado de inferioridad de la mujer. El hecho social y lingüístico más palmario de dominación patriarcal es que los niños tomen siempre el apellido del papá, aunque este sea un bueno para nada.
En otras palabras, un vestigio del patriarcado es un hombre que se rasca las pelotas en un bus a hora pico, pero un síntoma de sexismo y opresión hetero-patriarcal es un hombre que se masturba en un bus a hora pico. El “todos” es solo un vestigio de la cultura que fijó estas reglas del idioma. No es posible borrar todos los vestigios del patriarcado en nuestra cultura, si así fuera entonces habría que tumbar la Capilla Sixtina, descontinuar los pantalones y dejar de usar el español por completo pues lo crearon también los machos patriarcales. Tenemos que preguntarnos si el propósito de esta enmienda gramatical es en realidad lograr una igualdad efectiva entre hombres y mujeres, o si más bien se trata de obliterar todo recordatorio de que las sociedades que crearon el idioma eran patriarcales.
Es legítimo que la gente use en su vida diaria el “latines” o el “amigues”, si esa es su batalla. Lo que sí no puedo hacer es fingir que es la mía (me repugna el sexismo pero no creo que esta sea una forma conveniente o eficaz para combatirlo). Me sentiría como un hipócrita y un demagogo hablando con el “todes nosotres”; no me siento capaz de expresar una emoción solemne y profunda con este nuevo sonido… no puedo imaginarme en un entierro diciéndole a la viuda “el difunto y yo éramos grandes amigues”. Por lo demás tampoco voy a reprender a un estudiante que utilice la misma frase, ni voy a eliminar de mis contactos a los conocidos que escriban latinxs o amigu@s.