El Chocó ha sido siempre un reino incierto y prometedor, un confín donde los cartógrafos no tenían más que dibujar algunos monstruos y suponer algunas líneas, donde los mapas eran más que nunca “verdades imaginadas”. Hace siglos su maraña escondía el veneno en las flechas tras las promesas del platino, como hoy sus ríos dejan rastros de lodo y mercurio a cambio del oro. Las primeras noticias de los colonizadores españoles dan cuenta de “una tierra muy doblada y montuosa” y de una “gente muy belicosa donde han desbaratado cinco o seis capitanes…”.
Las dudas aparecen con solo pronunciar la palabra Chocó. ¿El apellido del cacique Coguo, la voz embera chóko que señalaría “la gente de las ollas”, el vocablo amazónico tschokó que significa hombre en uno de sus sentidos? Lo único que está claro es que la voz comenzó como una alerta, una clave española para designar a un grupo de indios que se oponían a su llegada más allá de los límites que marcaban Antioquia, Anserma y Cartago.
En 1540 se utilizó por primera vez el término “provincia del Chocó” en las memorias de una de las campañas del mariscal Jorge Robledo. El Chocó y la región del Darién tuvieron la extraña particularidad de ser el escenario de las primeras poblaciones españolas en América y al mismo tiempo el último refugio contra lo que llamaban la “civilización”. Por algo los primeros mapas publicados en Europa, específicamente en Colonia y en Ámsterdam, de lo que hoy conocemos como Colombia tenían los nombres de “Culata D’Vraba” y “Antiqua Darienis”, en alusión a Santa María de la Antigua del Darién. Eran los tiempos de los principales piratas de la época, Morgan, Drake, Petit Pierre, Mans Weit, bebiendo del agua dulce del Atrato para atacar a Panamá y saquear los frágiles puntos españoles en la zona.
La historia administrativa del Chocó comienza, como casi todas en América, con una especie de reclamo de derechos de explotación. El capitán Andrés Gómez Hernández fue el más terco entre los debutantes españoles en las selvas del Chocó. Sus tres incursiones le dieron derecho a recibir en 1567 un encargo oficial para el mando sobre la “Gobernación del Chocó, Dabaibe y Valle del Baeza”. Como tantas veces con las utopías y los grandes proyectos en esa tierra, el título se quedó entre sellos reales, muy lejos del suelo húmedo y el capitán Gómez Hernández murió en Cartagena con sus “derechos” sobre el Chocó para enmarcar.
El primer mapa de la región también se trazó con la idea de un reclamo de propiedad. Muy pronto en toda esta historia llegan los encargos a otras provincias para el manejo de la gente y la tierra indócil. La gobernación del Chocó desapareció en 1596 cuando fue asumida por la gobernación de Popayán, una de las regiones claves en esta historia de tutelajes, explotación y asalto de linderos. El mapa fue presentado por el entonces gobernador Melchior de Salazar, quien pretendía recuperar su gobernación luego de haber consolidado un primer asentamiento, cerca de Cartago, con un nombre tan sonoro como el suyo: Nuestra Señora de la Consolación de Toro. De modo que el primer mapa fue sobre todo un alarde de quien se creía despojado. Entre capitanes de otros tiempos y gobernadores actuales no siempre hay diferencias significativas.
En vista de que no era suficiente el trabajo de una sola gobernación para la “reducción” de los indígenas en el Chocó del siglo XVII, la corona decidió atacar desde varios frentes y entregó responsabilidades a las provincias de Antioquia, Cartagena y Panamá para acompañar lo que ya se hacía desde Popayán. Desde Urrao, Antioquia, se enviaron tropas comandadas por el bachiller Antonio de Guzmán y Céspedes. Comenzó, entonces, el pulso de Popayán y Antioquia por los dominios chocoanos. Los primeros consolidaron su poder en el alto Chocó con la ciudad de Nóvita como centro esclavista para la producción de oro. Los negros traídos desde Cartagena empujaron a los indígenas hasta las selvas más profundas y los señores payaneses tomaron posesión por mano ajena. En el Medio Atrato la disputa entre Antioquia y Popayán se acompañaba de la fuerte resistencia indígena. Al terminar el siglo, Popayán había ampliado sus fronteras administrativas y señalaba sus minas y sus reducciones de indígenas en réditos en los libros de contabilidad.
En 1717 se le volvió a dar título a la autonomía de la región con la creación de la Provincia del Chocó por órdenes de Felipe V. Sin embargo, ya los dueños habían tomado posesión y la burocracia real era paisaje para los terratenientes payaneses que temían a las fiebres mientras soñaban con los lingotes de oro. El Chocó ya era la región con el mayor número de esclavos negros de la Nueva Granada y punto privilegiado en la producción de oro para España. Académicos como William F. Sharp han tasado la producción de oro en el Chocó desde 1680 hasta 1810 en 375 000 libras. Valía la pena dar la pelea así fuera con pocos arriesgados a vivir en esas malsanas lejanías. Para 1778 la población de blancos de los cerca de 18 000 habitantes del Chocó llegaba apenas al 2%, los esclavos eran el 39% y los indios sumaban el 37%. La llegada de la independencia simplemente renovó las rutinas administrativas y en 1820 el Chocó pasó a formar parte de la gobernación de Cundinamarca. Hasta Santa Fe habían llegado las ambiciones por los siglos de relatos de esa tierra “rica” de gentes “miserables”. Solo dos años después la gobernación del Cauca había recuperado sus dominios sobre los cantones del Atrato y el San Juan. Los hombres de las libreas ya estaban establecidos en la zona y la independencia fue sobre todo un asunto nuevos acentos gubernamentales.
Una ley de 1863 fijó los límites del “viejo Chocó” manteniendo las líneas que se habían marcado en la colonia. Los distritos de Turbo, León, Arboletes, Carepa y Chigorodó hacían parte de la geografía chocoana. Antioquia comenzaba a mover los hilos de los mapas, una manera incruenta de luchar por el territorio. Los mapas de Manuel Uribe Ángel en la Geografía General del Estados de Antioquia, publicada en 1895 en París, ya reclamaban derechos sobre la margen derecha del Atrato hasta la cordillera de Abibe y una porción de la costa sobre el Atlántico. Los caminos comenzaron a marcar nuevas rutas hacia el Chocó con iniciativas privadas que trabajaban desde Antioquia. Popayán estaba cada vez más lejos de la tierra que había dominado por siglos y que ahora reforzaba su comercio con Cartagena que incluía cacao, caucho y maderas además de oro. Nóvita había dejado de ser el centro y Quibdó comenzaba a tomar su sitio como capital económica y administrativa.
Antioquia seguía buscando su salida directa al mar con los instrumentos ilustres de la ciencia. Carlos Segismundo de Greiff, bisabuelo del poeta que cantó a sus ojos que no habían visto el mar, tenía en miras los caminos que buscaba Antioquia para llegar al mar por la vía del Atrato. Un mapa dio cuenta de los recorridos y las marcas geográficas. Desde el Chocó llegó la respuesta frente a ese mapa que según el jefe político Juan José Espada estaba plagado de “inexactitudes que se podían probar; y que talvez no ha tenido otro objeto que contribuir a la desmembración que pretende hacer a la Provincia del Chocó”. Desde esos días el gobierno antioqueño era señalado de sus intenciones expansionistas con la línea temblorosa de los mapas, la plata, los caminos, el comercio y la influencia política. Lo que pasa hoy con Belén de Bajirá pasó hace más de siglo y medio con el Cantón del Atrato. Era lógico que los mineros extranjeros trabajaran para sus socios y jefes en Antioquia. Era el tiempo de las rutas y los negocios antioqueños, pero igualmente, del “redescubrimiento” republicano con la Comisión Corográfica que encabezaba Agustín Codazzi y que constituía la primera empresa científica que tocaba esas tierras con una visión más allá del oro, el platino, el caucho y las maderas.
Henry White también entregó un informe sobre los distritos de Frontino y Cañasgordas y una propuesta de camino al mar. No importaba que esos territorios por ley hicieran parte de la Provincia del Chocó. Antioquia planeaba su futuro más allá de los débiles hitos estatales, preparaba proyectos, hacía exploraciones, incentivaba poblamientos. No deja de ser paradójico que Luis Pérez, actual gobernador de Antioquia y visitador real de Belén de Bajirá, haya nacido en Cañasgordas, lo que lo convierte en un antioqueño con pasado y vocación chocoana, un hijo de colonos antioqueños en tierras del “viejo Chocó”. Antioquia hacía entonces lo que hace hoy. Invertir, explorar y negociar para luego alegar posesión. Así lo hizo a finales del siglo XVIII con la fundación de pueblos y así lo hace hoy con las promesas de inversión por veinticinco mil millones de pesos en Belén de Bajirá.
Se podría suponer que el inicio del siglo XX con la separación de Panamá traería buenas noticias para el Chocó. La necesidad de atención luego de la lección panameña hacía pensar que el gobierno central intentaría llegar hasta las provincias amenazadas. Pero lo que se hizo fue sacar el bisturí para prevenir daños mayores y arreglar cuentas en medio de la creación de nuevos departamentos. Antioquia recibió la parte oriental del río Atrato y estrenó su Urabá antioqueño como compensación por la pérdida de territorio al erigirse el departamento de Caldas. Chocó fue el comodín en medio del nuevo rompecabezas. Luego vendría una simple leguleyada del gobierno de Rafael Reyes que utilizó la figura de la intendencia que había permanecido sin estrenar y convirtió al Chocó en una entidad administrativa extraña, lista para nuevas mutaciones. Por esa vía perdió las poblaciones de Silencio, Versalles, Salmelia, Argelia y Cajamarca a manos del Valle, y a Pueblo Rico a manos de Caldas y hoy ubicado en el departamento de Risaralda.
A pesar de la cantidad de mapas que se elaboraron para proyectos de minería, carreteras, posibles canales interoceánicos y cables aéreos, solo hasta 1928 se tuvo un mapa geográfico y político de la intendencia del Chocó firmado por la Oficina de Longitudes del Ministerio de Relaciones Exteriores. Un poco más de quince años más tarde se terminaba la carretera entre Medellín y Quibdó que cambió la ruta cosmopolita y el puerto de Cartagena por las mercancías que llegaban desde el mercado de Guayaquil, un puerto seco en el Centro de Medellín. Los tenderos paisas comenzaron a reemplazar a los siriolibaneses. En 1947 la intendencia se olvidaba de su condición contrahecha y el Chocó era al fin legalmente un departamento. La organización del Comité de Acción Chocoana fue vital para que se tomara esa decisión que parecía garantizar a los chocoanos límites ciertos, burocracia propia y reconocimiento político y cultural. En 1957 fue famosa la crónica de García Márquez titulada Historia íntima de una manifestación de 400 horas. La “formidable batalla cívica” sirvió para demostrar que el fantasma de la desmembración del territorio no había desaparecido, y para dar un parte de cómo estaba la carretera luego de veintidós horas de viaje desde Medellín: “Fundar otra vez a Quibdó costaría tanto trabajo como hace 200 años”. El nombramiento de un gobernador militar dio a entender que un nuevo recorte a los bordes brillantes del mapa chocoano estaba cerca. Al final, todo se saldó en calma con el canto de Lamento chocoano, una canción compuesta por un maestro de escuela según la crónica de García Márquez.
Han pasado sesenta años desde la publicación de las cuatro crónicas chocoanas de García Márquez en El Espectador y el Chocó todavía debe pelear por sus límites. A finales del año pasado el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, el mismo que en la década del sesenta publicó los mapas oficiales del Chocó con su información ecológica, su geografía física y su ecología vegetal, entregó al Congreso un informe donde confirmaba los límites legales definidos en la Ley 13 de 1947. La respuesta de Antioquia fue la presión de sus treinta congresistas -frente a dos del Chocó-, la idea de la Asamblea Departamental de declarar persona no grata al director del Agustín Codazzi y la visita con aires de comprador de tierras del gobernador Luis Pérez a Belén de Bajirá.
Hace siglos los soldados hacían las “reducciones indígenas” para allanar el camino de las pretensiones departamentales y los ingenieros dibujaban los mapas y presentaban los proyectos para generar hechos cumplidos. En la zona los paras actuaron hace años como capitanes de las “reducciones” actuales. En 2001 se creó la Asociación de Productores Agrícolas de Belén de Bajirá (Asoprobeba) que tenía como representante legal a Sor Teresa Gómez, la mano derecha de Vicente Castaño condenada hace poco a doce años de cárcel por los delitos de destrucción y apropiación de bienes protegidos, deportación, expulsión, traslado o desplazamiento forzado de población civil, lavado de activos y concierto para delinquir. Los cultivos de palma en las cuencas de los ríos Jiguamiandó y Curvaradó estuvieron acompañados de los métodos acostumbrados por los “capitanes” Castaño y sus ejércitos. De otra parte, ahora los ingenieros no son White ni de Greiff sino empleados anónimos de la Anglo Gold Ashanti y la Continental Gold que obtuvieron títulos durante el gobierno de Álvaro Uribe.
En 1983 Antioquia intentó agregar a Ríosucio jalando la población y el lindero con los cables de energía. Buscando que la provisión de servicios públicos fuera retribuida con una factura en los mapas nacionales. Como bien lo decía hace poco la historiadora Tatiana Acevedo, Antioquia quiere imponer una lógica según la cual “si invierto es mío”. Esa misma idea la confirmó Freddy Lloreda, delegado de la gobernación del Chocó frente al deslinde de Belén de Bajirá, quien con su maletín con cuatro mapas bien doblados dijo hace unos días que Antioquia tiene “la forma de actuar de los gamonales que consideran que la razón de la fuerza se debe imponer sobre la fuerza de la razón…”. A los funcionarios del Chocó les queda defenderse con algo de verdad y grandilocuencia. Hace más de un siglo los esclavos negros podían pagar su libertad en el Chocó y trabajar de más para lograrlo. Ahora, Antioquia pretende que los municipios y la gobernación del Chocó paguen por mantener sus linderos y su independencia administrativa.
*Este artículo está inspirado, en sus historias
y sus datos, casi de manera íntegra por los
mapas y el texto que acompañó la exposición
Chocó en la cartografía histórica. De territorio
incierto a departamento de un país llamado
Colombia, escrito por el profesor
Luis Fernando González E.