1. Salar de Uyuni
Desde 2011 el 2 de febrero es mi fecha más contradictoria. Ese miércoles negro, mientras celebrábamos nuestro cuarto aniversario, mi novia confesó su larga infidelidad. Inicialmente, yo pensé que era una broma pesada en respuesta a mi regalo de aniversario. Ella esperaba un libro de Virginie Despentes, pero yo le regalé una copa menstrual. Allí se sirvió el primer tequila. Después, supuse que era uno de sus juegos de motel que abría la puerta número dos, un santo y seña al sexo anal. Algo que solo hacía en su peor versión, la más condescendiente conmigo, cuando circulaban por su sangre entre cinco y siete tequilas. A esa altura de la noche, ella estaba en ese lapso incondicional, por lo que cualquiera de las dos alternativas podía ser viable: su infidelidad o asumirla como una lúdica previa a la sodomía. Yo opté por la segunda opción, seguirle el juego: ¿Por cuánto tiempo? Dos años. ¿Con quién? Un fotógrafo free lance. ¿Cuántas veces se acostaron? No más de diez. ¿Por qué tan pocas? Por su dromomanía. ¿Ahora está de viaje? Sí. ¿Adónde? Siempre la misma ruta de carretera. ¿Cuál? Quito, Buenos Aires, San Miguel de Tucumán, Salar de Uyuni, Isla del Sol, Cusco, Lima y Guayaquil. Por cierto, dijo que tu top ten de álbumes post-rock para acortar las troncales de la Panamericana es un chiste. Yo sonreí y ella continuó: prometió que me traería litio del Salar de Uyuni. Ese desierto de altura es la mayor reserva planetaria de ese metal, La Meca de los ingenieros químicos, él estudió ingeniería química, pero no la quiso ejercer. Ya que acerca del litio yo apenas conocía lo que da a entender Kurt Cobain en Lithium, que es un remedio para la bipolaridad peor que la enfermedad, representado en un joven que se refugia en la religión tras la muerte repentina de su novia, repliqué: ¿Para qué quieres litio del Salar de Uyuni? Su respuesta fue tan técnica que no vale la pena reproducirla.
Posdata: En 2015, mientras hacía el séptimo recorrido por la misma ruta de carretera, el Simio rodó un filminuto en cada una de esas ocho geografías, el leitmotiv, parejas estables. Curiosamente, la relación más duradera la registró en el Salar de Uyuni, dieciséis años. En 2016, reunidos bajo el título Memorial sobre el amor, esa octología fue nominada a mejor serie web documental en los premios FIS-MED. No ganó.
2. Tugboat
Enterarme de la larga infidelidad de mi novia me sumió en un estado de profunda anhedonia, luego, ya no la necesitaba como mujer objeto. No terminé con ella porque era el principal medio para alimentar mi nueva obsesión: saber todo lo posible acerca del Simio. Como todos mis interrogatorios terminaban conmigo perdiendo la cabeza, mi novia buscó un ambiente controlado: le pidió ayuda a la psicóloga de la Escuela de Microbiología de la U. de A., donde cursaba noveno semestre de pregrado, nueve semestres y nueve matrículas de honor. Como la psicóloga no estaba autorizada por la universidad para atender terapias de pareja lo hizo en su consultorio privado. Como nosotros no teníamos con qué pagarle, nos sugirió que lo hiciéramos de manera simbólica, con cosas que apreciáramos bastante. Proyectó siete sesiones. Por cada una mi novia le daría a cambio seis rombos tejidos por ella misma que formarían una colcha de 42, a lo que yo sumaría un CD de mi discoteca por cada seis rombos. Siete álbumes con los que completaría la palabra GRACIAS, siguiendo el criterio por el que está organizada mi colección, nombre del artista. No sé si fue determinado por mi subconsciente, pero por la ge seleccioné el CD del grupo que interpreta la única canción que he dedicado en mi vida. Es más, la dediqué dos veces, pero ya se sabe que una dedicatoria no cuenta más allá de la primera ocasión. La segunda vez se la dediqué a mi novia. La primera, a la única mujer que se ha atrevido a dedicarme una canción. Se trata de The Pilgrim, Chapter 33, aquel poema de Kris Kristofferson cuyo cuarto verso del coro inspiró la creación del insomne Travis Bickle, a quien dio vida Robert De Niro en Taxi driver. Yo me sentí desconcertado ante el potencial paralelo, ya que de los veintisiete versos de la canción solo me identifiqué, precisamente, con aquel del coro: “Él es una contradicción andante, parte verdad y parte ficción”. Entonces hice lo mismo que hizo Travis Bickle con la mujer que lo definió así. So pretexto de haberla invitado a cine al Colombo Americano, terminé llevando a la chica que me dedicó The Pilgrim, Chapter 33 a una sala triple equis, esto es, al legendario Sinfonía. Cuando seguimos de largo por el Colombo y desembocamos en la calle 54 a la altura de la Oriental, ella se percató de nuestro destino aquella tarde. La verdad, le importó un comino.
Posdata: El 9 de enero de 2017, día que separó nuestros cumpleaños por vigésima novena vez, en el 2x1 de lo mejor del 2016 del Colombo Americano, ambientando el final y los créditos de cierre de Te prometo anarquía, volví a escuchar después de muchos años la canción que dediqué doblemente. No bien empezó a sonar, mi novia me apretó la mano izquierda. Como si ese apretón fuera una sinestesia, retrotraje de súbito el olor a cloro del Sinfonía.
3. Medellín
Haber escogido de primero ese CD como medio de pago le aflojó la lengua a mi novia. Tanto, que con los audios de lo que escupió en las siete sesiones, más otra información que
he recopilado desde aquel 2 de febrero estoy escribiendo un ejercicio largo titulado Simio: biografía no autorizada del examante de mi novia. Promediando la segunda sesión reveló el modus operandi de sus cópulas. Grosso modo, dos polvos por encuentro. Entre polvo y polvo descubrieron que si hablaban de mí, el tiempo de espera se acortaba y el segundo coito era tan bueno como el primero, pero en versión LP. Yo les servía de afrodisiaco. Según el Simio, más potente que la chuchuhuasha. Entonces mi novia quiso elevar la apuesta: decidió llevar a sus encuentros furtivos mi agenda de 1999, año en el que empecé a sufrir de insomnio y a llenarla de listas en ciertas madrugadas que no pegaba el ojo. Eso es lo que aún no sana, saber que el Simio tocó mi agenda del 99. Incluso la he revisado hoja por hoja bajo luz ultravioleta buscando manchas de semen. Las manchas las encontré en su F_c_book, en donde ha publicado algunas de mis listas de manera fragmentaria. Cuando supe lo de mi agenda del 99, estallé de ira en plena sesión y prometí encarar al Simio. Sin embargo, sujeto a la advertencia de interrumpir el tratamiento, la psicóloga me prohibió cualquier contacto físico con él, dijo que yo llevaba muchos años reprimiendo ese sentimiento y que podría cometer una locura. Además, mi novia apaciguó un poco los ánimos al poner sobre la mesa que el Simio expresó mucha admiración por una de mis listas. Esa lista es mi cuarta gran obsesión y se deriva del agotamiento de la tercera. La tercera, Rodrigo D. No Futuro. La cuarta, películas extranjeras que mencionan a Medellín. Como no hubo prohibiciones virtuales, esa misma noche le remití un correo al Simio, explotando su mayor complejo físico, sus profundas entradas que apuntaban a calvicie prematura: “Calvo en menos de cinco años, 1825 días”. A partir de ahí, un conteo regresivo, diariamente le enviaba un número menos. Y surtió efecto, ahora usa un sombrero de la suerte en sus kilométricos viajes. Restando 134 días para finalizar el conteo el Simio respondió una sola palabra: “Sicario”. Se refería, creo yo, a la película de Denis Villeneuve, por entonces en cartelera, en donde se menciona a Medellín justo en el clímax de la narración: “Medellín tuvo una época en la que un solo grupo administraba toda la cadena del tráfico de drogas, lo que brindaba cierto orden que se podía controlar”.
Posdata: La única película de mi lista que vieron el Simio y mi novia juntos fue Slacker (1991), de Richard Linklater. Allí, un personaje identificado como Been on the moon since the 50’s, obseso por la teoría de las conspiraciones, asegura que, anticipándose a las consecuencias del cambio climático, el gobierno estadounidense planea colonizar el espacio exterior, iniciativa financiada enteramente con los dineros del cartel de Medellín.
4. 3068217
Hasta ahora solo he tenido una oportunidad para desquitarme del Simio. Fue hace dos años, cuando promediaba su séptima travesía por Suramérica, tocando los ocho puntos geográficos referidos arriba. Aparte de filmar el material necesario para los filminutos que conformarían Memorial sobre el amor, el Simio se había trazado otro objetivo de ruta inédito: únicamente fotos análogas. A los veintinueve días de viaje subió una foto a Instagram que daba cuenta de ello: una carita feliz hecha con doce rollos, los ojos con cuatro de 35 mm y la boca con ocho de 120. Desafortunadamente, esa amplia sonrisa se desdibujó. Estando en Bariloche, límite sur de su recorrido, impelido por el paisaje de esa ciudad y por el afán de compartirlo al instante en las redes sociales, el Simio buscó su cámara digital por todos lados, pero no la encontró. Entonces publicó lo siguiente: “Me robaron la Nikon D800 en algún lugar entre Medellín y Bariloche. El serial es 3068217”. Ni corto ni perezoso, busqué ese tipo de cámara en Mercado Libre. Allí encontré una cuyo serial coincidía en cinco números con el publicado por el Simio, como si hubieran modificado el cero por un nueve y el uno por un cuatro. La ofrecía un tipo residente en Pasto, graduado del Liceo Militar de Boyacá, aficionado al parkour. Aunque era una ganga, el precio estaba mucho más allá del alcance de mi bolsillo, ni vendiendo mi colección de CD. Pensé en pedirle un préstamo a mi hermano menor, pero antes tenía que demostrar que esa era la Nikon D800 del examante de mi novia. Solo había una forma de hacerlo: abrí un correo anónimo y le remití aquel enlace de Mercado Libre al Simio. A los días, él lo compartió en sus redes sociales junto al enlace del F_c_book del tipo de Pasto, agregando que, a través de un familiar, ya había interpuesto una denuncia por hurto en la Fiscalía. Horas después, mi hermano me concedió el préstamo. Sin embargo, cuando fui a hacer la compra, tanto el link de Mercado Libre como el F_c_book del tipo de Pasto habían desaparecido…