Número 84, marzo 2017

Falk, para los que llegaron tarde
Elkin Obregón S.
Falk 

La frase es de Will Eisner, el genial autor de Spirit, en la introducción a su libro El cómic y el arte secuencial: “Pero hasta que el cómic no dé con historias que impacten de verdad ¿cómo va a esperar una crítica seria? El buen dibujo sin más no se basta”. Alude, claro, al arte de narrar. Y aunque Eisner quizás miraba hacia otro lado, la cita viene a cuento para hablar de Lee Falk, en mi opinión uno de los grandes escritores y guionistas del cómic norteamericano. Su técnica narrativa es un compendio de hallazgos; y los elementos que utiliza en sus relatos (amalgama de viejos mitos, tradiciones, invenciones, aggiornamentos e ironías) son más complejos de lo que pareciera a primera vista. No aspiro en todo caso a demostrarlo en esta nota, apenas comparto un simple anecdotario.

Es el creador de Mandrake el mago y de El Fantasma, si bien nunca dibujó sus historietas; pasaron por diversos ilustradores, quienes a su modo aportaron aspectos y matices personales a sus personajes, sin que en ningún momento dejara de ser la mano maestra de Falk la única dueña del tinglado. A su muerte, todo fue una debacle. No sé qué pasó con Mandrake. El Fantasma sobrevive, quizás por el imán de su nombre, pero su decadencia llega a ser patética. Ningún guionista ha estado ni de lejos a la altura de su creador. Falk era un escritor de raza, que encontró en ese género la vía ideal para dar curso a su talento; y además alguien capaz de dejar a sus buenos seguidores una lección impagable: ni los héroes ni los superhéroes deben sonreír, pero sus autores sí. Lo supo Eisner, lo sabe Moebius, su mejor discípulo; lo supo Wayne Boring, a gusto de muchos el mejor continuador del primer Superman; lo sabe Stan Getz (Spiderman y un largo etcétera), el mejor heredero en muchos sentidos de Lee Falk, con quien coincide además en su práctica de confiar a otros el dibujo de sus historias. Pero veamos algo de estas.

Un episodio de Mandrake retoma el asunto de los espejos, muy otros aquí que los de la Alicia de Carroll. Por cierto, y según mis fuentes de consulta, no parece haber antecedentes literarios de un mundo tras los espejos, lo cual casi haría de Falk un auténtico precursor. Tras sus espejos, a primera vista impenetrables (pero dejarán de serlo, a lo largo de una oscura pesadilla), habitan seres en apariencia iguales a quienes en ellos se miran; solo que los de ese espacio duplicado tienen el nombre inverso de estos, y son también su inversión moral. Así, a Mandrake corresponde allá un Ekardnam, pérfido y tan poderoso como aquel; Lotario se revierte en el malvado Oiratol, y la dulce Narda en la siniestra princesa Adrán. Los dos mundos llegan fatalmente a enfrentarse y suceden cosas alucinantes, dignas de un Poe o de un Lovecraft. Por no recuerdo qué providencias afortunadas, no debidas exclusivamente a Mandrake (este pasa a ocupar más de una vez en sus relatos un papel de solidario espectador de dramáticas circunstancias que lo exceden, ejemplo de lo cual verá el lector que arribe al siguiente párrafo), el teblinoso territorio detrás del espejo aplaza su poder amenazante. Por ahora, el bien triunfa.

En cuanto a The Phantom, un episodio de finales de los años cuarenta, especie de flashback, narra la infancia y juventud del héroe. Es decir, de nuestro Fantasma, de nombre Kit Walker, el que siempre nos ha acompañado. Pasó sus primeros años en la Selva Profunda, y luego fue enviado a Estados Unidos, a casa de una hermana de su madre para recibir una adecuada educación americana. Los primeros tiempos son difíciles, porque el chico responde a instintos selváticos. Poco a poco se va adaptando a su nuevo hábitat. Aún niño, conoce a Diana Palmer, a la que reencuentra años después. Cursa el colegio, ingresa a Ia universidad, casi va olvidando su destino. Pero un día recibe la noticia de que su padre agoniza, víctima de un combate contra piratas. No puede esquivar “el llamado de la selva”. Regresa a tiempo para ver morir a su padre. La suerte está echada. Adiós —por ahora— a Diana, adiós al campus, a los amigos, adiós al sueño americano. En el último cuadro lo vemos salir de la Cueva de la Calavera, ataviado ya con el traje que portará hasta su muerte. La tribu entera de los Bandar presencia su aparición, lo aclama. El Fantasma nunca muere.

FalkSon felices las pinceladas con que Falk adoba sus historias. Cuando el Fantasma va a América suele alojarse en casa de la tía Mildred, nunca resignada con la mala elección de su hermana; pero hay una ventana siempre abierta para él, y un cuarto con un jergón tirado sobre el suelo. Su perro no es un perro, es un lobo. Solo los Bandar saben que su carnadura es mortal, pero esa impostura colectiva y poco ética no parece molestarle. Como tampoco parece molestar a nadie, ni a partenaires ni a lectores, que detrás de los agujeros de su antifaz haya solo un espacio en blanco. Otro flashback: en el siglo XVI, un futuro Fantasma fue enviado a Inglaterra para su educación. Una vez allí, mostró inquietudes artísticas que lo llevaron a enrolarse en la Compañía de Shakespeare, donde tuvo a su cargo papeles femeninos. Por cierto, sus aficiones histriónicas casi dan al traste con la dinastía. Pero su padre llegó a tiempo, y lo rescató de los cómicos.

Venga aquí un paréntesis, casi para cerrar. Los aggiornamentos mencionados al comienzo de esta nota son visibles en las dos tiras de Falk, y son, lato sensu —o no tanto—, cautelas políticas. El fortachón Lotario era al comienzo un criado de Mandrake, un semiesclavo africano, que vestía una corta chaqueta de piel de felino, unos calzones cortos, y se tocaba la cabeza con un fez; por lo demás, andaba siempre descalzo. En algún momento, el autor comprendió que era preciso cambiar esa imagen, opuesta al paso de, digamos, la Historia. Lotario adoptó ropas occidentales, lució camiseta y pantalones deportivos, y por supuesto, zapatos. Otrosí: se le regaló una novia, y supimos algún día que él era, allá en su lejana África, un príncipe. Pasó de criado a ser el mejor amigo del mago.

Y el Fantasma... Era en sus inicios amo y señor de las tribus que circundan su bien guardada Selva Profunda, todo ello comenzó siendo Asia y se trasladó paulatinamente al África. Cuando las visitaba, los honores que se le hacían eran los debidos a un jefe supremo. Una viñeta invaluable de los años cuarenta nos lo muestra sentado en una suerte de trono, mientras el jefe de la aldea, arrodillado frente a él, le besa las botas. Falk supo renegar a tiempo de esa situación degradante, y el Fantasma cambió su papel dictatorial por el de una especie de consejero, que dialoga con los caciques tribales acerca de los asuntos y problemas de sus respectivas comunidades. Se le oye, pero no por fuerza se le obedece. Tiene voz, no voto.

Last; but not least, la tardía boda del héroe con Diana Palmer es un importante acontecimiento, al que asisten entre otros el presidente Luaga y altos dignatarios africanos. El maestro de ceremonias es el venerable abuelo Mozz, encargado de presentar a los invitados. Al anunciar el arribo de Mandrake y Lotario —pareja cuya presencia allí, por supuesto, transgrede toda lógica—, se limita a decir: “Príncipe Lotario y amigo”. Humor negro. UC

 
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