Yomaira Grandett, El Tiempo.
La foto de Yomaira Grandett, publicada por el periódico El Tiempo, en el coliseo Bernardo Caraballo de Cartagena muestra a un hombre de pie frente al espejo que siempre le pusieron como ejemplo. El hombre, Antonio Cervantes, mira la cara fría de Rodrigo Valdés, sus ojos cerrados, su boca guardando para siempre el oro de sus dientes. El vidrio que los separa impone una distancia insalvable a dos peleadores que partieron desde la misma esquina: los mercados populares, la marginalidad, los gimnasios de barrio. Cervantes como lustrabotas en Bazurto y Valdés como pescador con dinamita en Bocachica. Parece que nadie en el coliseo se ocupa del ritual funerario entre dos viejos vecinos de Turbaco y Crespo. Cervantes impone las manos sobre la imagen de su compañero de lides y recuerda los sermones oídos mil veces, los llamados a la humildad, al temor, a las rutinas mansas de los jubilados y los loteros de parque. Tal vez incluso recuerde los reproches de su amigo: “A él lo abrazó la fama de una manera más rápida. Se juntó inmediatamente con los grandes de la política y la farándula, parece ser que olvidó lo suyo. Yo me mantuve con lo mío, con mi gente, con el público que me vio crecer, siempre lo frecuento, nunca lo olvido. Pambelé a pesar de ser otro campeón como yo, cuando consiguió el título se sintió grande, pensaba que la corona le iba a durar toda la vida”.
A Cervantes comienzan a zumbarle los oídos, le duele la frente. Ya los fotógrafos han logrado imágenes de la escena improbable. La despedida silenciosa del ícono de los excesos al hombre ejemplar para los retratos de las escuelas. El boxeador que ganaba lo necesario para la fiesta, que despilfarraba su botín en las jumas de la Caracas de los ochenta, frente al cadáver del pugilista que guardaba con celo su bolsa ganada en compañía de los actores de los setenta en San Remo o Montecarlo.
Hoy Cervantes dice que se acuesta a las diez de la noche luego de ver el noticiero. Prefiere la casa a la calle. Valdés todavía gozaba de sus paseos de rutina a la Torre del Reloj y sus combates de dominó en Bazurto. Sus últimas fotos juntos parecen la escena de un campeón y un niño amateur que se arrima para lograr un recuerdo. Valdés con su anillo y sus cadenas de oro, con sus iniciales, RVH, brillando en sus dientes, su guayabera impecable. Cervantes con la camisa raída de la selección Colombia, una cadena de plata que recuerda algún empeño y una gorra prestada para disimular un poco sus ojos turbios y extraviados. Ya sumó un año de vida más que Valdés. Alguna pelea tenía que ganar.
El Heraldo.