Un claro ejemplo de eso era la canción Musa Ukungilandela, de Juluka Band, de Sudáfrica, cuyo coro dice “¡Trouble Trouble!”, y en el mundo picotero la rebautizaron como ¡Chavo Chavo!. Igual pasó con La mecedora, El terminator, El sacapunta,La bruja, El enano, La niña Mencha, El búfalo… Apenas fue con la llegada de internet que muchos de esos discos fueron reconocidos oficialmente a través de YouTube, sin embargo, aún son muy difíciles de conseguir y podría decirse que son los más caros. Ni siquiera en el continente negro es posible encontrarlos, algunos están en poder de coleccionistas franceses y otros quedaron en manos de coleccionistas de la Costa Atlántica colombiana.
Fue así como Barranquilla y Cartagena se impregnaron de sonidos de todas partes del mundo, convirtiéndose en puntos geográficos claves cuando de safari musical o caza de vinilos se trataba. Cualquier género sonaba sin problema en una sola programación: rock, disco, cumbia, salsa, funk, new wave, folclor árabe, melodías románticas, champeta y todo lo que viniera de África. Era un collage musical en perfecta sintonía con los amantes del baile. La agudeza auditiva y el eclecticismo hicieron valorar la magnificencia de una colección de álbumes que estoy seguro solo pegaron allá, recopilaciones de singles rarísimos que únicamente bailaban los verbeneros bajo el inclemente sol de las dos de la tarde.
Con la firmeza y el deseo constante por encontrar todos los días algo nuevo, mi llegada a Medellín en el año 2007 me hizo visitar Musicales La Bastilla, la tienda de William Martínez, un local pequeño en el pasaje La Bastilla, encriptado para deleite propio y en el que deliberadamente nosotros los bazuqueros de pastas sacamos a flote esa bestia rebuscadora de ritmos partidos a velocidades hipnotizantes. En ella he encontrado un sinnúmero de discos por los que en Barranquilla darían lo que fuera. Ahí la música crece viva entre la verborrea imparable de los melómanos y coleccionistas, multiplicándose y desapareciendo a voluntad, en distintas formas e intenciones, un escenario nada mainstream en el que se puede tardear de forma tranquila viendo discos a diestra y siniestra. Quienes creemos en perder el tiempo buscando acetatos en cualquier ciudad del mundo amamos ese aspecto ritual y al mismo tiempo recreativo con el que seducimos una pasta, con el que alimentamos las retinas viendo portadas y queriendo encontrar esa joya que tanto anhelamos.
En Maracaibo, entre Junín y Sucre, está Hit Musical, lugar de tradición en el que se encuentra la propia receta para suspirar, un sinfín de bembé, conga y timbal de estética belleza, el sitio perfecto para gastarse la plata. Siguiendo y sumando llegué hasta la bodega de don Gilberto Giraldo, el Mocho, una cueva polvorienta detrás del Parque Bolívar, adornada de travestis, repleta de libros y por supuesto de discos: más de doscientas mil piezas gramofónicas imposibles de revisar sin guantes y una máscara antigás, pero donde pude encontrar una generosa ración de gemas decoradas horriblemente con precios escritos con bolígrafo y la firme intención de jamás ser borrados. Por último, está la Tienda de Discos Surco Records, donde todos los días se tiene delante un disco definitivo al servicio de los oídos más educados, donde beber es un placer y comprar acetatos un deber. En definitiva, con el regreso del vinilo, se empezó a combinar la labor antropológica con la comercial. Las subsidiarias de las grandes compañías gringas y europeas han prensado y reeditado incluso aquellos discos de 78 rpm con problemas de difusión y reproducción por la ausencia de las herramientas sonoras para hacerlo. Ellos realmente saben que recuperar todo ese imponente catálogo rítmico, acompañado de textos y memorabilia gráfica de la época es un buen negocio. A eso se le puede sumar el afán por descubrir viejos discos, lo cual hace que aficionados y DJ peregrinen por los mercados, tiendas de segunda mano y desvanes de todos los continentes en busca de pastas olvidadas.
Pero a pesar de que muchos exploradores musicales han logrado divulgar material por primera vez fuera de sus países de origen, como coleccionista tengo cierta tara con las ediciones originales, algo personal, no estoy en contra de las copias recientes, sin ellas un porcentaje alto de música no hubiese sido conocido y disfrutado, pero siempre voy a preferir la magia y la belleza de un disco añejo, de una portada manoseada, del sonido de la tierra cuando la aguja cae lentamente sobre los surcos.
El afrobeat, la psicodelia amazónica, la salsa, el highlife nigeriano y ghanés, el latin soul y por supuesto la cumbia, no solo colombiana sino de toda Latinoamérica, son algunos de los géneros más reeditados. Esto ha permitido generar encuentros informales entre músicos occidentales y africanos, ilustrando a través del pentagrama un vasto ejercicio de exploración rítmica. Por todo eso algunos lo han llamado Rena(fro) cimiento, un manifiesto constante de colaboraciones que intenta renovar ese manantial de producción auditiva.