Número 75, mayo 2016
CAÍDO DEL ZARZO
 
JUEGOS CRIMINALES
Elkin Obregón S.

 
Me presta una amiga un librito llamado Detectives. Cinco cuentos policiales, cinco autores. Solo uno se salva: “La cruz azul”, de Chesterton, triunfal irrupción del padre Brown en ese mundo que tanto le debe.

Decía Borges (una cita de Borges siempre viene bien) que lo mejor del relato policial está en los cuentos; no en las novelas, cuyos necesarios perfiles psicológicos suelen estorbar el libre desarrollo de la trama. Se inclina uno a darle la razón, como casi siempre. Creo que su aserto es válido, aunque por supuesto hay valiosas excepciones: entre muchas, varias novelas de Agatha Christie, de Conan Doyle, de Rex Stout, de Ellery Queen, de Simenon; dos —espléndidas— de William Irish. Y otras, claro: belgas, italianas, polacas, españolas. Hasta hay una colombiana, Una mujer perdida, de Arcadio Dulcey, que, si bien en clave de humor, maneja con solvencia las reglas del género.

En fin, siguiendo a Borges, digamos que es el cuento el mejor vehículo de esos misterios. Para uso de lectores tibios o indiferentes cito un párrafo de Luis Fernando Afanador, obvio como el agua: “El cuento moderno lo inventó Edgar Allan Poe con ‘La carta robada’. Un cuento policiaco en el que el final, imprevisto, tiene una gran importancia. El clímax, la resolución y la intensidad crearon una tradición y una manera de escribir”. Sí, todo parte de Poe, quien creó el género y sentó para siempre sus bases. Le siguieron Doyle, Hornung, Leblanc, Phillpotts, Carter Dickson, Hammond Innes… Todos, en resumen, tenemos nuestro propio catálogo y estamos siempre dispuestos a ampliarlo si las circunstancias lo permiten. En estos relatos de investigadores abundan los diletantes, mis favoritos, presididos por el Paul Dupin, de Poe, y luego por Miss Marple y el enigmático señor Quin, de Agatha Christie. Y, last but not least, el compadrito Isidro Parodi, que está en prisión y desde la cárcel resuelve los misterios que atormentan a sus vecinos de barrio; Parodi, sobra decirlo, es hijo de la doble e ilustre pluma de H. Bustos Domecq. Muchas de estas figuras tienen el encanto de lo crepuscular. No pertenecen ya a las miserias de este mundo nuestro, son tan adorables como obsoletas.

No ha sido este cronista muy lector de la llamada novela negra, un género admirable que prescinde del enigma para dar paso a todas las formas de la corrupción. Da uno un paso al costado, cansado de tantos horrores, y se queda con el arsénico, las nieblas londinenses, los asesinos de guante blanco. Mejor Agatha Christie que nuestra crónica diaria de espantos. Mejor Poirot que los falsos positivos. Que me perdone Memo Cardona.

 

Elkin Obregon

  
 
CODA

Murió Dora Ramírez, un ser como pocos hemos gozado. Como pintora, usaba los colores limpios y con ellos hacía sus retratos admirables. Como persona, igual. Como bailarina de tango, igual. UC

 
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