Además del nombre, la sección técnica suministró los siguientes datos del varón muerto: estatura, 1.65; ojos, pardo oscuros; color del cutis, trigueño; instrucción, primaria; cédula de ciudadanía 17015243, de Bogotá; hijo de Andrés Martínez y de Paulina Bonza.
Antonio María vivía en Bogotá, en una casa del barrio Las Ferias donde hacía siete meses había arrendado una pieza por la que pagaba cincuenta pesos mensuales. Tenía algunas propiedades en Boyacá, y en Bogotá trabajaba como jardinero. Era un hombre de costumbres ordenadas y de naturaleza apacible y bondadosa. Para salir de la casa procuraba estar bien presentado, con su pantalón de dril limpio y planchado, de corbata y sombrero.
“Antonio María salió con Marcelino el 5 de junio para Boyacá. Regresó el sábado 12 con una joven que supe se llamaba Tulia”, recordó una vecina del inquilinato donde vivía. “Eran como las cuatro de la tarde. Él la presentó como su esposa. El señor Solano, el dueño de la casa, le dijo: Ahora sí como que se casó, ¿no?”.
En la pieza del barrio Las Ferias pasaron la noche.
“Volví a ver a Antonio María y a la joven al día siguiente, el domingo. Salieron hacia las doce del día. Supe que había vendido una bicicleta. A cada uno de los hermanos le dejó algo así como una herencia. A uno le dejó las herramientas, a otro la ropa, a otro algún recuerdo”.
Un mes antes fue hasta Santa Rosa de Viterbo, donde había nacido y todavía vivía su papá, y trajo a vivir con él a su hermano menor, Marcelino, y le enseñó meticulosamente el arte de arreglar jardines. Desarmó y armó su máquina podadora y le explicó la manera de limpiarla y arreglarla. “Con este oficio usted puede ganarse el pan mientras viva”, le dijo.
El señor Solano, dueño de la pieza que Antonio María ocupaba en el barrio Las Ferias, le entregó al juez del permanente de San Fernando unas cartas halladas poco después de haberse logrado la identificación de los cuerpos.
Cuando Marcelino y su esposa abrieron la pieza encontraron sobre la cama cuatro cartas y una cruz de flores blancas, ya marchitas, atadas con una cinta. En las cartas dejadas por Antonio María a sus hermanos, hermana, cuñado y sobrino, escribió: “Dios me iluminó este camino hace varios meses”. Y estima la fecha escogida para su desaparición y la de su compañera como la más feliz.
Las cartas iban en papel y en sobres con orlas y cenefas negras. Estaban fechadas en Bogotá, junio 12 de 1965. En ellas Antonio María distribuía sus bienes entre su padre y sus hermanos, especificaba la parte de las fincas que dejaba a cada uno, se excusaba por no haber podido tramitar las escrituras y pedía que no hubiera contrariedades en ese sentido: “Querida hermanita hágalo por caridad con mi alma, perdone a todos sus enemigos”. Se despedía en su nombre y en el de Tulia, pero no aparecía firma de ella. “Adiós, Adiós, Adiós. Nadie es culpable, no nos busquen”.
Oí leer una de las cartas. Iba dirigida a Marcelino, él le pidió a un niño de la escuela que la leyera, hablaba de un viaje, le decía que había vendido la bicicleta, terminaba diciendo: “Ahí le dejo la podadora, el rastrillo y las tijeras”.
Aparte de las cartas, y lo que dijeron el casero, los demás inquilinos de la casa y los parientes, había una foto.
Los periódicos de Bogotá publicaron una fotografía de la pareja en blanco y negro. Él lleva puesto un sombrero de fieltro oscuro adornado con una cinta, saco claro y camisa blanca; ella viste una gabardina y se cubre la cabeza con una mantilla de encajes. Pidieron al fotógrafo que los retratara con un ramo de flores blancas, como las que se usan en las ceremonias nupciales. Lo sostienen entre sus manos enlazadas.
En el periódico aparecen las imágenes planas, casi sin sombra. El espacio está dado por las pequeñas deformaciones y desplazamientos de los rasgos propios de este tipo de fotografía tipográfica.
El propietario del estudio, don Marco J. Suárez, dijo que la pareja había permanecido en su negocio durante unos quince minutos. Dejaron abonados diez pesos. En la carta que le escribió a Marcelino fue hallado un recibo de Foto La Industria en el que puede leerse una anotación escrita por Antonio María: “Reclamen las fotos, es un recuerdo que les queda”.
El domingo 13 de junio, día de San Antonio de Padua, obispo y confesor, Antonio María cumplía 26 años. A mediodía, cerró la puerta de la pieza y le recomendó al casero que le entregara la llave a su hermano Marcelino, cuando este regresara de Tunja. A esa hora las cartas enviadas por la joven Tulia a sus parientes de Viracachá ya estaban en el correo. Se marcharon. Él vestía pantalón de paño azul a rayas y camisa blanca, sin sombrero ni saco. Ella falda negra y blusa blanca, sin la gabardina verde que había traído el día anterior, ni la pañoleta blanca de encajes. Atrás quedaban las fotos, las cartas y un ramo de flores blancas.