3. La leyenda, el honor y las apuestas
Después de una aparatosa presentación traducida por Soda, el hombre acepta conversar conmigo. Parece más calmado que antes, tal vez porque su hijo aún puede caminar y le intriga que un extranjero lo aborde de esta manera. Su nombre es Wi. Su hijo se llama Khamsing y el hombre que está a su lado es Ann Lejyee, su maestro y entrenador.
Wi nos invita a acompañarlo en la mesa. El semblante de su hijo sugiere que ha perdido algo más que una pelea. Encorvado en su silla rústica de cuero repujado y con la mirada oculta parece que se hubiera encogido. Ahora es de nuevo un niño que volverá a la escuela el lunes por la mañana donde, tal vez, leerá a escondidas esas historietas japonesas tan populares en Tailandia. Viste una camiseta blanca con el cuello estirado, los mismos pantalones cortos que usaba en el ring y unos tenis de tela desteñida y suela gastada. Sabré después que su padre regenta un pequeño taller donde se venden neumáticos para motocicletas y que su madre está empleada en una tienda que ofrece cigarrillos contrabandeados desde Malasia. Es fácil intuir que Khamsing quiere algo diferente en su vida, y que siente la derrota de hoy como un paso en el sentido contrario.
Mientras Wi le pide a un mesero un plato de rabas fritas, le pregunto a Khamsing si su intención es volverse profesional. Volviendo de su letargo, me dice sin el menor atisbo de duda que ya lo es. Comenzó a entrenar con Ann a los seis años. A los once ya estaba listo para pelear. Desde niño fue un admirador de los dos peleadores más célebres de la ciudad: Nong Dome Jar Yut Khong y Puankon Lek Nakom See. Su entrenamiento empezó en un minúsculo gimnasio del centro que ya no existe, y luego en el galpón donde acaba de perder. El nuevo gimnasio tiene apenas dos años de existencia. El maestro Ann Lejyee y su hermano decidieron rentar el lugar y ampliar la cantidad de alumnos. Se trata de una inversión privada. A pesar de que el muay thai es un deporte emblemático de Tailandia, no existe ninguna subvención del Estado para patrocinarlo.
Me pregunto cómo es posible volverse un peleador profesional de muay thai a tan temprana edad. Ann me explica que es el curso natural de ese arte marcial. Se comienza temprano, pero la vida útil como pegador no se extiende demasiado, como sí sucede, en cambio, con el boxeo occidental en donde hay peleadores que superan los cuarenta años de edad. Las peleas serias comienzan cuando los luchadores son apenas unos niños, de modo que las heridas, la frecuencia de los enfrentamientos y el desgaste físico producen que, por lo habitual, se retiren a la edad de veinticuatro años. ¿Y qué hace después un boxeador? Ann se echa a reír y me dice que, entre otras cosas, puede abrir un gimnasio, como él, que en sus mejores días también fue un luchador. Agrega que el país está recibiendo cada vez más farangs interesados en aprender muay thai, con lo cual se garantiza un mayor flujo de estudiantes. El precio por mes para entrenar con seriedad es de 2.500 baht, por si me quiero unir, me dice, y se ríe.
Cuando llegan las rabas le digo a Soda que les pregunte qué papel juegan las apuestas en el muay thai. Como es habitual, Soda considera que cada vez que abro la boca estoy a un paso de meterlo en problemas. Le sugiero que lo pregunte como una curiosidad más, no como un juicio moral. Tras armarse de valor, suelta mi interrogante mirándome de vez en cuando, como diciendo, “es él quien quiere saber, no yo”.