El Parque San Antonio ofrece una tranquilizadora sensación de amplitud. Parado en la mitad de su vasta explanada se obtiene la más grande porción de cielo que puede ofrecer el Centro de la ciudad. Además del resplandor de sus adoquines resalta una fila de palmeras despelucadas, vallenatos a buen volumen y una vista sobre la iglesia con la cúpula más grande de Medellín. Al occidente del parque está la carrera Junín, a la que en ese sector, entre Amador (calle 45) y Bomboná (calle 47), uno podría llamar “los bajos del parque”. Las escaleras que conducen hasta Junín fueron por años una catarata de orines. Los piperos de oficio y los cerveceros de ocasión siguen desfogando contra sus muros, pero la administración del parque ideó unas cunetas que llevan las aguas menores directo a un sumidero. Cierto olor a amoniaco sigue siendo una de las características del lugar.
Los bajos del Parque San Antonio son sobretodo un gran paradero de buses. En toda la cuadra cargan y descargan los de El Poblado, algunos circulares, los que van hacia El Pinal y Llanadas, los que llevan al barrio Boston y a Manrique. Las señoras se bajan y se suben a los buses aferradas a su cartera, mirando a lado y lado, recelosas; aunque también vi a alguna desprevenida luciendo su collar dorado con una gran lágrima perlada en la mitad del pecho. Los hombres caminan con aire desafiante, dejando muy claro que están alertas y que el morral no se los rapa nadie.
Los policías patrullan por el parque y la calle o se paran en las esquinas de los alrededores, pero no caminan por los bajos propiamente dichos. En mis correrías a ese sector que parece decir todo el tiempo “qué se le ofrece”, “qué necesita”, “lo que coja por mil”, solo una vez me topé con dos auxiliares bachilleres caminando, juniniando se podría decir. Parece que esas rondas están encargadas a los hombres de la empresa Galaxia, contratados por la administración del San Antonio. Van vestidos de negro y rojo y caminan en pareja, uno de ellos con el tábano en la mano, a la vista, listo para la descarga contra cosquilleros y escaperos. “Ese cojo que va adelante es muy bravo. Donde coja a una ‘rata’ de esas de por aquí y no llegue la policía, lo recontramata”, me dice doña Gloria, señalando con la boca a un gordo con el logo de Galaxia en la espalda, mientras despacha en su chaza de confites, chucherías y llamadas. Cuando le pregunto por el último atraco que le tocó, piensa durante unos segundos y luego me dice que fue la semana pasada, “a una señora le robaron el celular ahí en un bus.”
Los venteros son la guardia pretoriana de los bajos. Sobre ese tramo de Junín no hay cámaras de seguridad y ellos son la única memoria de atracos, incidentes y garroteras. Un sábado por la tarde conté catorce a lo largo de la calle. Vendedores de chazas menores con chicles y cigarrillos; de carrito de mercado con mecato de paquete, minutos y gaseosa; de freidora de papas y platanitos; de ollas con mazamorra, claro y arroz con leche; y los caminantes de Vive 100 y de maní y chicharrines. Hablando con uno de los vendedores de los módulos asignados por espacio público, donde se venden bolsos, zapatos y bluyines, me enteré del tercer anillo de seguridad, los celadores que caminan cuando ya han pasado los policías y repasado los hombres de Galaxia: “Esos otros son seguridad privada también, por ahí medio reparten un talonario, la sede queda dizque por Cúcuta”, me dice el hombre sentado frente a su almacén plegable. Y aclara que les paga cinco mil semanales por no dejar. La nueva pareja de vigilantes —de otra galaxia— va uniformada también de negro y tiene el mismo paso desganado aunque menos barriga que los guardianes oficiales. “Lo que sí no hay por aquí son cobradores de gorra, esos cobraban por allí como a dos cuadras, pero hace unos meses se mataron entre ellos”, me comenta Jorge, el vendedor del módulo y el más locuaz de mis contertulios en Junín. En medio de la conversación pasa uno de los viejos joyeros del edificio San Roque, saluda y mete la cucharada: “Uno de esos era cliente mío, yo le hice un anillo de oro con el nombre, ahora está en Bellavista. Esos manes se perdieron de por aquí”.