Número 56, junio 2014

Un amor crónico que no mata
Alfonso Buitrago Londoño. Ilustración: Tatiana Mejía
 

Mauricio
En el último año de bachillerato les conté a mis papás de mi primer novio. Estaba en mi habitación con el computador, me paré, y como mi mamá es tan chismosa, lo cogió y empezó a revisar las conversaciones en el Facebook y vio una que tenía con Adrián, un muchacho muy chévere al que yo quería mucho. Él estaba en décimo y yo en once.

—¿Qué es esto? —me dijo mi mamá.
—Mami, es que yo tengo novio —le dije porque tengo confianza con ella.

Entró en shock, me abrazó y se fue a dormir. Al otro día se levantó con los ojos hinchados como un sapo. Mi papá llegó a almorzar. Estábamos en la mesa y empezó a temblar. "¿Este qué irá a preguntar?", pensé.

—Hijo, ¿qué le pasa a su mamá? —Si le daba rodeos no le iba a contar, entonces fui directo. —Es que le conté que tengo novio.

Descargó un vaso que tenía en la mano y empezó a hacerme preguntas: "¿Qué pasó?, ¿qué faltó?, lo tenés todo", bla, bla, bla. Yo llevo una buena vida, pero no me acuerdo de que saliera a montar bicicleta con mi papá. Él nunca estaba. Ahí salieron esas heridas.

—Si vos me decías que todo estaba bien —decía mi papá.
—Es que todo está bien, yo no necesito que me diga que me quiere, pero tampoco me ponga problema porque son decisiones mías.

John
En abril de 2012 conocí a Mauricio, los dos teníamos diecisiete años. Nos conocimos por Facebook y nos vimos en la universidad. Estudiábamos la misma carrera, pero no nos habíamos visto antes. Al principio ni él ni yo queríamos nada. Muy bueno tener un amigo, pero nada más. Seguimos hablando, empezamos a ver clases juntos, y más adelante salimos con la intención de darle forma a algo.

Venimos de contextos muy diferentes. Yo soy temperamental, él es muy relajado, pero eso nos ha complementado. Los dos vivimos con los papás, pero el papá de él tiene más facilidad económica. Mauricio estaba acostumbrado a la rumba, a la calle, era más fiestero. Yo era muy de mi casa, y todavía lo soy. Pertenezco a grupos juveniles y lidero uno de la parroquia de mi barrio. Me gusta leer, ver televisión y dormir. El último libro que me leí fue Bajo la misma estrella, de John Green. Cuando empecé a salir con Mauricio lo invité a que nos pusiéramos en esa tónica.

Mauricio
Tuve muchos encontrones con mi papá porque me dijo que hasta ahí tenía hijo. Mi estilo de vida era el de muchos niños malcriados que hacen lo que les da la gana y nunca tienen a una sola persona, sino que están por estar, y quizás por moda estuve con un hombre y la moda me gustó y me decidí. Siempre he sido de los que hacen lo que quieren. Lo complicado fue que me fui en contra de la voluntad de mi padre. Fue horrible, pelea tras pelea.

El día de los grados de bachiller fue lo peor del mundo. Mi papá no me dio ni una felicitación, ni una galleta, ni una moneda de dos pesos. Nada. Salimos del parqueadero del colegio y nos fuimos para la casa. Cuando estábamos caminando para coger el carro, escuché que le dijo a mi mamá: "Él o yo".

—Si usted es tan poco hombre de dejar a mi mamá por mí, soy más hombre yo, que me gustan los hombres, que usted. Si no es capaz de decir que su hijo es gay, yo lo digo y lo hago quedar en vergüenza.

Me satisfacía recalcarle que su hijo era gay por su culpa, aunque no fuera así. Se ponía triste. Mi mamá lo consolaba y mi hermanita le decía que yo era buena persona.

—Yo quiero mucho al niño. No es ladrón, no es marihuanero, déjelo. ¿Qué mal le hace a la gente? —le decía mi mamá a mi papá.

Cuando entré a la universidad terminé con el noviecito que tenía. Como estaba solo, mi papá se relajó un poco. Entonces conocí a John y empezamos a salir como amiguitos. No me despertaba ni un mal pensamiento.

—Con esa cara de idiota que tiene, no confío en usted —le decía.

Nunca confié en él.

—Este tan bobo —decía él.

En el colegio, John tuvo un lapso de degenere donde conoció amigos que le dieron la vida alegre, estemos con este, con aquel, y tuvo varios noviecitos, pero en general su vida era muy calmada. Siempre ha sido muy entregado a Dios. Cuando le mostraron esa maravillosa vida del mundo lo descrestaron. A mí no, porque yo siempre la vi. Ya en la universidad era muy apaciguado, de la iglesia, salir a comer, a cine. Ahí empecé a cambiar.

Mi mamá vio que tenía un buen novio y se hizo amiga de John. Se sentía agradecida con él por el cambio que había hecho en mí. Mi papá sabe quién es él, pero no ha querido conocerlo.

—Yo lo respeto, pero no lo comparto —me dijo—. Viva bueno, enamórese y cuídese porque todos terminan igual, con Sida.

Fue como una maldición del diablo.

John
Fue el 19 de marzo de 2013. Los resultados los entregaban en una cita con una psicóloga. Entré al consultorio, me senté y lo primero que hizo la psicóloga fue reprocharme porque tenía el virus del VIH. Me dijo que la confirmatoria era positiva y siguió con una infinidad de ataques.

—¿Por qué no se cuidó?, usted tan joven…

Yo no la escuchaba, solo lloraba y lloraba. No dije nada. La psicóloga seguía atacando mi vivencia sin conocer la realidad. Lo primero que pensé fue que mi iba a morir, y no es un pensamiento fácil de sacarse de la cabeza. Por desconocimiento, nunca imaginé que había un tratamiento antirretroviral para el VIH. Al principio da miedo y tristeza. Como dice la gente: "Es que usted es muy joven". Uno piensa que va a hacer sufrir a su familia; que su pareja, en el momento en que llegue la muerte, también sufrirá, lo cual es falso, pues uno no se muere por culpa del virus. Pero uno no sabe nada.

Mauricio
John se enteró después de que me dieran el diagnóstico a mí. A principios de 2013 me llamaron al celular por una donación de sangre que había hecho en la universidad.

—¿Qué? Tengo Sida, ¿cierto? —le dije a la médica por teléfono.
—Por ética profesional tenemos que hablar en persona.

Entré al consultorio y una doctora me explicó que la clínica revisaba la sangre de las donaciones para evitar contagios.

—¿Cómo es tu vida? —dijo para tantear el terreno.
—Venga, dígame pues —le dije.

Sacó un cuadro y me explicó qué era el virus, cómo atacaba, qué era la carga viral, las defensas o CD4 (los linfocitos que el virus ataca), los diferentes estadios de la enfermedad, el momento en que atacan las enfermedades oportunistas y se llega al Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, que es diferente a cuando uno se contagia con el virus del VIH. "Cállese, yo me voy a morir", pensaba.

John
Me hice la prueba por la confirmatoria de Mauricio. Salí del consultorio de la psicóloga y lo primero que hice fue abrazar a Mauricio. Él no me dijo nada, pero también lloró. Ese día no llegué temprano a la casa. Estaba haciendo la práctica en una empresa y llamé para decir que no iba a ir.

—No me siento bien —les dije.

En ese momento no me importaba si tenía que renunciar.

—No quiero estar con nadie, ni hablar con nadie, ni ver a nadie —le decía a Mauricio.

En la noche llegué a mi casa, dije que estaba muy cansado y me acosté. No necesariamente uno tiene que contar en la casa porque es un choque muy fuerte, por la ignorancia que tienen las personas. Hacer entender a los padres que el VIH no mata es un proceso largo. Es lo primero que los padres piensan. Esa noticia jode a toda la familia. Me acosté y al otro día fui a trabajar.

 

Tatiana Mejía

 

Ahí empezó la montaña rusa de emociones, a pesar de que Mauricio y yo nos apoyamos mucho. Lo llamaba cinco mil veces al día, cómo estás, qué estás haciendo, cómo te sentís. Le decía que sentía que algo me iba a pasar. Él pensaba en la reacción de su familia y eso lo ponía muy mal. Yo sentía rabia conmigo mismo por haber desconocido la situación, y por pensar que si era por mi culpa la otra persona estaba pagando las consecuencias. Después uno tiene que aprender a aceptar la realidad, porque si no te quedás viviendo un duelo toda la vida por algo que no te va a matar, que tiene alternativas. El virus no se quita, pero uno tiene que aterrizar.

Nosotros llegamos al grupo de apoyo en mayo de 2013. Un año después, puedo decir que acepto que tengo esta enfermedad y vivo con ella, pero uno también se encuentra con situaciones que lo bajan, como los exámenes de recuento de CD4 y de la carga viral porque son el verdadero resultado del estado en el que estás. Por medio de un análisis de sangre te dicen cuánta cantidad de virus tenés en el cuerpo y cuánta cantidad de células que responden al virus. Hay personas a las que les va muy bien, como a Mauricio (pueden vivir mucho tiempo sin iniciar tratamiento), pero en mi caso no fue así.

Mauricio
La doctora se puso muy triste porque nos vio muy jóvenes.

—Es una enfermedad crónica, pero no mortal. No te vas a morir —dijo ella.

Creo que miré a John con el rencor más grande del mundo, pero también quería que no lo tuviera. Nos pusimos a llorar.

—Te amo y vamos a lograrlo juntos —me dijo.

Lo abracé y me puse a llorar y esa médica llore que no ha llorado. Estaba decepcionado del mundo. "¿Cómo voy a comer de la cuchara de mi mamá?", pensaba. Son bobadas, pero se le vienen a uno a la cabeza. Salimos del hospital y nos fuimos para un parque a seguir llorando. En ese tiempo yo me ponía muy mal por todo. Mi mamá me abrazaba, mi papá me abrazaba, y lo único que yo hacía era llorar.

—No tengo nada, no tengo nada — les decía.

Empecé a ir donde un psicólogo y después John empezó el proceso de hacerse el examen.

John
Mi primer recuento de carga viral y de CD4 fue en junio de 2013. Tenía los CD4 en 404 (de 500 para arriba se considera una persona sana). Las EPS manejan determinados rangos para autorizar el inicio del tratamiento. En la mía el recuento de CD4 debía ser menor de 200 (aunque los protocolos médicos recomiendan iniciar tratamiento antirretroviral entre 350 y 500). La carga viral estaba en más de 87 mil copias del VIH en mi cuerpo (la carga se mide entre 0 y 10 millones de copias). Entre más alto sea el número, mayor es el riesgo. Yo me sentía bien y no hice nada. En diciembre me hicieron el segundo recuento. Los CD4 bajaron a 255 y la carga viral subió a 107 mil copias. Entonces el médico me dijo que era recomendable que empezara con el tratamiento antirretroviral.

Yo no me sentía enfermo, no tenía reacciones físicas, era más emociones y pensadera de uno. Cuesta mucho iniciar el tratamiento. Uno sabe que ahora sí está enfermo y que necesita de una pastilla de por vida para estar bien.

Mauricio
Al darme cuenta del diagnóstico fue muy difícil porque obviamente yo no le puedo contar a mi familia. Mi papá me va a decir: "Te lo dije". Ahora me tranquilizan los conocimientos que tengo. Mis CD4 se mantienen entre 700 y 900. Ya no me estresa la enfermedad y eso ayuda mucho. Entre más depresivo esté más bajan los CD4. A mi familia la estoy mentalizando desde ya. En algún momento les tengo que decir.

—Yo voy a tener VIH, ustedes saben eso —les digo a mis padres.
—Yo lo cuido —dice mi mamá.
—Pero… —dice mi papá.

Por eso es importante el diagnóstico temprano, porque es más fácil la prevención. Muchas personas creen que porque ambos miembros de una pareja tienen VIH pueden tener relaciones sin protección, pero se pueden reinfectar. El riesgo es mayor.

John
El diagnóstico hizo que nuestros lazos fueran mucho más fuertes porque la otra persona sabe lo que uno está sintiendo. Uno no le dice: "Es que no me entendés", "no sabés cómo me siento", porque pasamos juntos por la depresión, el autorrechazo, y muchos sentimientos que aparecen con la enfermedad. Los médicos nos decían que pocas parejas permanecían juntas a pesar de tener un diagnóstico como el nuestro, por la culpa, por la irresponsabilidad, por no aceptar la propia realidad, y es muy fácil echarle la culpa al otro. Con nosotros pasó lo contrario, nos afianzamos más. Vivíamos los mismos procesos, las mismas citas, las mismas recomendaciones, con muchos altibajos, porque no es un proceso fácil de asimilar.

Cuando estoy en mi casa con mi familia a veces pienso: "¿Qué pasaría si se los digo ahora que estamos comiendo?, ¿qué cara pondrían? No puedo decir cuál sería su reacción, pero sería un golpe muy duro, a pesar de que uno ha intentado educarlos; es como la esposa que le dice a su esposo que tiene cáncer, pero nunca me ha dado el arrebato.

Mauricio
El 29 de junio del año pasado, el día de su cumpleaños, en un encuentro juvenil, John liberó lo que sentía. Me pidió perdón, se quitó la ropa y la quemó. Fue algo simbólico. Me estaba diciendo que la vida de él era mía, que me entregaba todo. Fue un pacto de "yo siempre voy a estar para vos", pase lo que pase. John sabe que cuenta conmigo hasta el día en que yo me muera, y yo sé que cuento con él. Más que mi novio, es mi mejor amigo. Lo veo en la universidad, en el lugar de trabajo, y los fines de semana en el grupo juvenil. No me canso de verlo. El hecho de decir no importa quién fue, nos amamos y lo admitimos, fue una terapia de choque. Nos hemos perdonado muchas veces. Así uno no confíe en el otro, con el diagnóstico no hay opción: o perdona o perdona. Ya no importa lo que usted diga de su pasado.
UC

*Nombres cambiados por petición de las fuentes.

 
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