El imperio del mal gusto
Jorge Andrés Colorado Vélez
A principios de la segunda década del siglo XXI, que los científicos sociales y los intelectuales denominan "civilización del espectáculo", aún quedan espacios y manifestaciones que procuran reivindicar la creación y las artes a pesar del dominio de la imagen.
Si bien la frivolidad y el esnobismo se han tomado las oficinas de las universidades, algunas propician el debate en torno a la importancia de las artes y el pensamiento crítico. ¿Tan grande es su poder?, se podría preguntar cualquier ciudadano de a pie. Sí, es tan grande como el poder de cualquier imperio que por lo obvio se hace invisible.
Cecilia Giménez, natural de Zaragoza, España, de ochenta años de edad, tal vez no sepa qué es Facebook o Twitter. Es probable que su relación con el espectáculo se reduzca a la homilía semanal, las horas diarias de televisión y los encuentros con sus amigas. Su fallida restauración del Ecce Homo de Elías García Martínez se transformó, gracias a la frivolidad imperante, en el último estandarte de la "civilización del espectáculo".
Ante las voces de indignación y rechazo de los cultores del arte –museos, academias, coleccionistas, etc.– en los democráticos medios de comunicación, aparte de las mofas flojas, se han creado grupos en Twitter y Facebook que exigen se deje el Ecce Homo tal como quedó después de la intervención de doña Cecilia, argumentando que la suya es una crítica al arte preciosista, elitista y costosa de una corte que se cree dueña de la verdad. Pero por desgracia eso no es del todo cierto.
Sin negar la existencia de dicha corte –ni el mal que le hace al arte en particular y a la creación en general–, quienes entre risas y bromas respaldan a Cecilia Giménez no hacen otra cosa que excusar su frivolidad y tratar de profundizar el deseo –por desgracia ya bastante generalizado– de convalidar como arte todo aquello que dicen crear quienes buscan la fama en medio del frenesí de la fiesta y la televisión.