Al final del año pasado David Bing, el alcalde de Detroit, firmó un decreto que autorizaba la democión de 4.500 viviendas. Eran las medidas necesarias para una ciudad que espanta y fascina a sus visitantes. Pero queda mucho trabajo por hacer. Detroit se declaró en quiebra hace un mes y todavía tiene 78.000 edificios abandonados. La demolición es una ciencia dura.
La ciudad se ha convertido en el principal destino del turismo de la devastación y el abandono. Los barrios desaparecen y la hierba hace pensar en una nueva vocación agrícola para la city que inauguró el pavimento en las calles.
Las fotografías de Camila Botero muestran las edificaciones donde viven y trabajan los últimos guardianes de algunas zonas que pronto serán baldías.
Fachadas de iglesias y licoreras que siguen titilando y ofreciendo sus puertas y ventanas a quienes todavía se atreven a lo divino y lo humano. Un complemento necesario en una ciudad para la que algunos cínicos han propuesto un parque temático zombi. Las construcciones elegidas por Botero solo necesitan estar en pie y exhibir sus anuncios recién pintados con una estética pueril. Sus alrededores desiertos les entregan la majestuosidad, la extrañeza, el aura de sobrevivientes. En la elección de estos modestos "templos" está el mérito de quien tuvo a la vista enormes monumentos a la decadencia.No en vano, cuando uno escribe Motor Town en los buscadores de Internet aparecen varios avisos sin neón que promocionan las "fabulosas ruinas de Detroit". Es seguro que Disney está pensando en algo.