Apenas doce horas después de que las Farc dejaran La Caucana vuelta un mierdero, llegó Albeiro Lopera a fotografiar los detalles de aquella nueva tanda de bala, pipetas y pavor. El método que aplicaban él y el reportero con que compartía apartamento había dado resultado otra vez: “Nos manteníamos pegados del radio, a dos turnos, uno de cinco de la mañana a tres de la tarde y otro hasta las doce. Ese día dijeron primero que por allá se había metido un grupo armado, y nosotros pilas, después que iban tres muertos, y cuando dijeron que iban cinco, de una, vámonos…”, cuenta el curtido fotógrafo de Reuters, distinguido por todos como el “9”.
Ese 15 de abril del 2001 en que la guerrilla se metió a la vereda La Caucana del municipio de Tarazá, en límites de Antioquia y Córdoba, en las laderas del disputado centro de negocios conocido como el Nudo de Paramillo, para escarmentar a los paracos y aterrar a los pobladores; ese Domingo de Pascua, digo, marcó el final de una de las semanasantas más feroces, pues días antes fueron asesinadas más de 30 personas en el Alto Naya, Cauca, y más de 40 en Isnos, Huila. Por eso el reportero andaba con las alarmas encendidas, con su equipo portátil de revelado listo para meterse en el primer carro que pasara y aterrizar en el lugar de los hechos.
Al “9” le tocó pagarle el doble a un taxista para que lo llevara desde Caucasia hasta el caserío incendiado: “después vi que se lo merecía porque con su carrito pasó hasta por donde se varaban las camionetas de las autodefensas. Era un baquiano”. El recorrido de 2 horas por una cuasitrocha terminó en las goteras porque el “9” decidió quedarse a ver los campesinos que huían en buses de escalera, en lugar de seguir a los periodistas hasta el centro de la población, donde ya no disparaban los insurgentes pero todavía humeaban los escombros. Algo sospechó el sabueso, y tenía razón.
Mientras la gente empacaba apresuradamente costales con mercado, maletines y niños, unos tipos con uniforme camuflado lanzaban decenas de fusiles que recibían sus compañeros para esconderlos en el capacete de las chivas, entre las cosas de los campesinos. Necesitaban desocupar las caletas antes de que llegaran las otras autoridades, las legítimas, y la prensa preguntona.
Por estar concentrado en las fotos del embarque, no advirtió que uno de los paramilitares se bajó de un salto, y en un segundo lo tuvo agarrado del cuello y lo arrodilló a la fuerza. “‘¿Vos quién sos?’ ‘Prensa’, le dije. ‘Vení a ver un momentico’, y me puso el fusil en la cabeza. ‘¿Quién sos hijueputa?’ ‘Prensa prensa… vea el carnet’. Y lo coge y llama por el radio: ‘Erre, erre, que aquí hay un man que dice que es prensa’. ‘¿De dónde es?’ le preguntan. ‘Yo no sé leer’. ‘Asegúrelo’, le ordenan. Yo que oigo ‘asegúrelo’ y ahí mismo me oriné en los pantalones. Pero no era el día porque le marca el otro man: ‘Erre… erre… esperate que ya voy’. Al minuto llegó, vio el carnet: ‘Es de Reuter, pero es que aquí no podés estar gonorrea, andate con los periodistas’, y me pega un culatazo y una patada. De ahí en adelante pusieron un man a grabarme, me perseguía, todo el tiempo detrás con una cámara y yo más azarao, y para colmo orinao”.
Mientras caminaba hasta el centro del poblado, sacó el rollo de la cámara y dañó las fotos, no fuera que lo volvieran a agarrar y comprobaran que los pilló. Es un ejercicio de autocensura de sobrevivencia que ha hecho muchas veces; aunque cree que “hay que mostrar todo lo que está pasando para que no vuelva a pasar”, no se las da de héroe. Quedó con las que tomó cuando por fin apareció el ejército y se tranquilizó. “Me encontré a la señora de la foto. ‘Ay, señor, ¿usted quién es?’, me preguntó. ‘Soy prensa, respondí’” y esta vez su declaración no encrespó a nadie. “Ay, por favor, dígale al presidente que mire cómo nos están maltratando, mire mi rancho —y empezó a llorar—, dígale que nos están matando”.
Cuando el “9” dejó la masacre de La Caucana sólo se sabía de tres civiles muertos, según el informe oficial. Tal vez la cifra aumentó, pero cómo saberlo si según testimonio de Beatriz Álvarez, directora del Hospital San Antonio de Tarazá, publicado al otro día por El Espectador, se recibieron 30 personas heridas de bala. “Atendimos aquí a todos los heridos que llegaron, sin importar de qué bando fueran, cumpliendo con el Derecho Internacional Humanitario. No logramos un registro médico de las identidades puesto que todos tenían un alias, y tan pronto como fueron dados de alta, ellos se retiraron”, precisó.
Nadie notó el húmedo accidente del “9”. De vuelta en el taxi vieron a un grupo grande de soldados matando una vaca que les había regalado un ganadero de la región. Cuando la degollaron, se orinó. “Uf, ese olor a orines se quedó clavao dentro del carro”, se quejó el conductor. Y Albeiro no dijo ni mu.
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