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Número 23 - Mayo de 2011   

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Una cerveza en Guayaquil
Wilson Orozco. Ilustraciones Lyda Estrada. Cachorro
 

Ilustración Lyda EstradaComo buen profesor universitario, me invento cualquier ponencia internacional sólo para conocer Quito. Turismo académico que llaman. Y decido visitar a un excompañero de trabajo que reside en esa letárgica ciudad. En otras palabras, necesito hotel gratis. Él, cómo no, me sirve de guía turístico y no contento con eso quiere que vayamos a Guayaquil en plan de machos. Y me sorprende la mala imagen expresada por los quiteños cuando comunicamos nuestro plan. Todos exclaman:
—¡No vayan allá, mejor vayan a Salinas!
—¡Los costeños son arrebatados!
—¡Son malosos!
—¡Es muy peligroso, matan a la gente como si fueran animales!

Creyéndonos muy chistosos, gracias a todo eso es que decidimos ir.

Nos recibe un calor y un pegote insoportables. Caminamos por un bulevar que aspira ser Miami gracias a sus restaurantes de comidas rápidas y marcas internacionales. Para cambiar de escenario, vamos a un barrio regenerado y adornado con las fotos de lo que fue el antes y el después. Al lado de las fotos aparece el nombre del alcalde que tuvo la amabilidad de semejante acto de regeneración: Jaime Nebot. No sé por qué no puedo dejar de pensar en Fajardo y su eterna campaña de autopublicidad.

Caminamos por el barrio regenerado, escalamos un cerro que tiene en su cima un faro y por supuesto es necesaria una pausa con cerveza incluida.

Vamos a una tienda. Un señor sin camisa nos atiende y nos dice:
—No, no puedo vender cerveza. Esto es una zona regenerada y si los ven tomando, me multan.

Entonces optamos por una Pony Malta, bebida de campeones. En pleno Guayaquil, Ecuador.

En la noche seguimos en la búsqueda de nuestra esquiva cerveza. Intentamos coger un taxi y uno pirata nos para. Nos montamos y le decimos al conductor que queremos tomar cerveza y por ahí derecho ver mujeres.
—¿Mande?
—Cervezas y mujeres.
—Ya... el problema caballeros es que gracias al pendejo de Correa, hay prohibición de vender licor los domingos y los lunes por lo del apagón. Por eso no hay nada abierto. Pero yo tengo mis contactos... aguarden no más.

El tipo es una bestia. Maneja como las bestias. Se pasa semáforos en rojo, habla por celular y no respeta a las autoridades que sirven de semáforos humanos:
—Hola preciosa, mira aquí tengo a dos caballeros que quieren fastidiar un ratito. No, no son de la policía. Bueno, te esperamos en la estación de gasolina.

Por una razón misteriosa nunca apareció nuestro contacto que nos iba a vincular con las cervezas y las mujeres. Pero nuestro conductor no se vara y fuera de eso no se quiere despegar de nosotros.

—Vengan no más los llevo a un lugar cerca de mi casa. Es de toda la confianza. Porque aquí no es de irse metiendo en cualquier lugar. Pero les advierto que solo hay cerveza.
—Bueno, decimos a la vez.

Llegamos a un barrio que parece más que peligroso. Nuestro conductor se baja, habla con alguien. Luego nos hace descender. Quien nos recibe es una tierna abuelita. Saca dos cervezas. Nos hace sentar en los desvencijados y rotos muebles de su casa. Ella está nerviosa, nosotros también. Mejor, yo también.

—Los recibí porque son recomendados por el conductor. Toda la vida lo he conocido. Me dijo que eran dos cervezas y que ustedes se iban.

La cerveza que nos da es una Pilsener y es enorme. Entonces hay que tener paciencia.

—¿Y ustedes son casados o solteros?
—Casados.
—Ya. Los dejé entrar porque son recomendados por el conductor.

Ilustración Lyda EstradaA los pocos minutos entra un tipo que tiene cara de haber degollado a cientos de turistas inocentes que se toman una cerveza a escondidas de las autoridades correistas. La abuelita nos dice que es su hijo.

No nos saluda. Eso me pone más nervioso todavía. Y gracias a mis nervios y a mi paranoia mi imaginación sí que empieza a trabajar: "Esta viejita tiene una red de ladrones y matones, el falso taxista nos venía siguiendo hacía horas, el falso hijo tiene una fábrica de grasa humana con la cual hace jabones, la viejita es Vitto Corleone que con la señal de un dedo nos puede mandar para una mejor vida".

Al rato toca la puerta otro tipo. Éste sí nos saluda. Pero está borracho o trabado. Mi imaginación sigue trabajando: "Éste debe ser el del hacha. El falso hijo va a levantar nuestras extremidades y va a jalar para que el descuartizamiento sea más fácil. Sí, eso es".

De nuevo la abuelita nos pregunta:
—¿Y ustedes son solteros o casados?
—Casados, repetimos.
—Ya, los deje entrar porque son recomendados. Solo le vendo cerveza a gente conocida. La policía por ejemplo, cuando está en servicio, viene y se toma sus chelitas.
—Ya, decimos a la vez.

El falso hijo y el tipo del hacha suben al segundo piso y luego bajan de nuevo. El falso hijo trae algo envuelto en una toalla.

"Ése debe ser el picahielos con el cual van a empezar su macabra labor… hijueputa, hijueputa, hijueputa...", repito como si estuviera embelesado con un mantra. "Debí haberle hecho caso a los cientos de quiteños que nos aconsejaron no venir a este antro de ciudad".

Ilustración Cachorro

La abuelita señala una foto en la pared y nos dice:
—El de la foto es mi otro hijo. Se murió hace 15 años. Muy buen hijo que era. Estudió economía y llegó a ser gerente del Banco de Guayaquil. Veía por mí, por eso es que ahora me tengo que dedicar a vender cerveza a escondidas.

"Claro, se quiere ganar nuestra confianza y tal vez mostrarnos otra foto y luego el del hacha llega por detrás y ¡tan!".

Nunca me había tomado semejante tanque de cerveza tan rápidamente.

—Bueno, señora muchas gracias, ¿cuánto le debemos?
—Dos dólares pero no se vayan que mi hijo les tiene una sorpresa.

El hijo se acerca con el objeto envuelto en la toalla. Sonríe por primera vez. Y de la toalla saca una botella de aguardiente.

La querían compartir con nosotros, los monstruos de Guayaquil. UC

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