Anda por ahí un candidato a la presidencia de la república que arrastra el karma de haberle enseñado el trasero a sus alumnos, cuando en alguna asamblea, siendo rector de la Universidad Nacional, los muchachos interrumpían constantemente su discurso con gritos y chiflidos. La pose poco heroica del profe dejó mudos a los traviesos estudiantes, que a partir de ese momento escucharon sus palabras con respeto.
Esa extraña forma de calmar los ánimos y una cámara traviesa que grabó el incidente, catapultaron al anónimo profesor a la escena pública y le enseñaron a él y a un grupo de amigos que, desde la academia, puede hacerse algo más que criticar y despreciar la sociedad que nos tocó en suerte.
Todavía hay quienes lo señalan por eso.
En una sociedad acostumbrada a dirimir sus diferencias a bala, un olímpico gesto de total desacuerdo puede parecer vulgar, a veces más vulgar que la bala misma. Pero es justamente en una sociedad enferma de plomo, donde siempre resultará más respetuoso y civilizado pelar el culo que pelar un arma.
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