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Número 12 - Mayo de 2010   

Artículos
¿Qué es un bar nocturno?
La siempre viva decanatura de la Mona Uribe
Jorge Iván Agudelo
 

¿Quiénes son los reaccionarios?, Universo Centro N°13¿Qué es un bar nocturno? Es un establecimiento que frecuentas porque estás mal, y donde te das cuenta de que los demás están todavía peor. Así que allí te sientes especialmente bien. Es un hospital lleno de alegres entubados, un corral profundamente huma no". Ese día aciago de 1999, que digo, gracia divina, esa portentosa noche en que entré por primera vez al bar El Guanábano, Pierre Mérot tal vez ni siquiera había pensado en escribir Mamíferos, la novela del tío concha medio alcohólico, de donde saqué la frasecita lapidaria sobre los bares. ¿Pero por qué debían importarme entonces los relatos que exudan alcohol y fracaso si tenía el mundo a mis pies? La Universidad Nacional estaba en paro y mientras mis compañeros asistían juiciosos a las asambleas generales, yo estrenaba cédula y novia, como quien dice, había entrado a la adultez por la puerta grande. ¿A quién en su sano juicio se le hubiera ocurrido malbaratar el tiempo peliando por causas justas? Que se sacrificaran otros, tal era mi consigna. Ir al cine y tomar cerveza en el Parque del Periodista me parecían suficientes ocupaciones para un desocupado. Lo único que me preocupaba era que de pronto un tio emprendedor me ofreciera un trabajito por horas en un almacén del Hueco. Pero no fue así. Cada vez me sentía más dueño del paisaje, terminó por parecerme de lo más normal estar sentado a cualquier hora en una matera del parque tomando cerveza y hablando de lo divino y lo humano. Gozar de una apacible jubilación sin los achaques de los jubilados no estaba muy bien visto, pero en la tierra del señor abundan los envidiosos. Con la paz adentro, como si hubiera sido elegido entre miles para rascarme el ombligo en medio de la ciudad más laboriosa, me levanté, y como Pedro por su casa, entré a El Guanábano, sin saludar, como correspondía a mi condición de elegido, oriné las cuatro cervezas que me había tomado y salí muy orondo.

 

No había alcanzado la puerta cuando la furia se hizo mujer y habitó entre nosotros. Ahí estaba, por primera vez vista en sus dominios, la Mona Uribe, recordándome a su manera los buenos modales... es que creés que estás en tu casa, me dijo, y yo no atiné sino a meterme la mano al bolsillo y palpar unas monedas con toda la intención de pagarle y aplacar su furia, pero no había caso, tuve que esperar varios meses para aventurarme y sentarme en la barra del bar a tomarme la primera cerveza servida por la Mona. Cómo si hubiera ofendido a una deidad y mi sino trágico tuviera que cumplirse inexorablemente, al día siguiente levantaron el paro y se me acabó la dicha. Soldado avisado no muere en batalla, dicen los cautos pero, ¿quién estaba ahí para avisarme? Ni siquiera Pierre Mérot, con su catalogo tacaño de la fauna de los bares, ni un amigo más sabido, ni el sobreestimado sentido común.

No me extrañé cuando supe que Gabriel, que trabajaba de mesero en El Guanábano, se referia a la Mona como a su excelencia, sin burla, con todo el ceremonial del respeto. Y es que servir tragos con una generosidad y una compinchería que no se han inventado en otros bares merece la venia. Digan si no, los que la conocen ¿Cuántos tragos sencillos se han tomado en la barra con cara y porte de trago doble? Se queda corto el autor francés al decirnos: "La Decana es una figura tutelar del bar y cumple una función concreta: está ahí para recordarte hasta qué punto el alcohol garantiza una vida larga y feliz" tal vez no es cierto, y la tan cacareada vida larga y feliz sólo sea para las tortugas, pero si hemos decido acodarnos en la barra más tiempo del aconsejable y en desmedro de la propia vida o simplemente hacemos una estación en el bar para saludar, no está demás encontrar una cantinera que nos pregunte: es que creés que estás en tu casa. Y poder contestarle: no es que crea, estoy seguro de estar en mi casa.

Es hora de terminar, hoy se celebran los 20 años del bar El Guanábano y como me dijo la pecosa, asistir es casi un deber moral.

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