| Algún  amo desprevenido               bautizó a su fiera con el               nombre de Nerón. Tal vez               desde aquellos años los perros alcanzaron               el más alto pedestal de la vida               pública que cualquier soberano envidiaría.               A manera de emperadores de las               fincas o pequeños sultanes de los apartamentos,               el perro vino para conquistar.               Sus mañas cortesanas nos sedujeron;               tanto así que hoy es difícil negar, a               riesgo de ser tildado de inhumano, el               afecto y la lealtad que estos cuadrúpedos               nos prodigan con su lengua. Como               si hubiera sido ungido por el dios de               las mascotas, el perro siempre tendrá               más privilegios que una lora, un gato               o un canario. Precedido del lema de               fábrica: “el mejor amigo del hombre”,               el mamífero se pavonea a su antojo por               los predios del buen amo. Va por la calle,               tirando de la correa a un hombre;               de modo tan dominante y antojadizo               que éste tendrá luego que contratar un               paseador experto que, a punta de conductismo               y buen genio, aguante el caprichoso               recorrido.
 
 Antes se decía en la escuela que               los aztecas adoraban a los perros, al               igual que los egipcios; mientras que los               chinos, en su sabiduría, se los comían.               Hoy los canes son venerados por estrellas               de Cannes, como Paris Hilton, que               les mandó construir una mansión para               que hicieran sus necesidades; y ordenó               diseños de Gucci y Versace para las joyas               y vestidos de sus diecisiete pomerania               y un chihuahua. Son perros de marca               como los Jaguar, los Audi o los BMW.
 Perro y hombre han tejido tal dependencia               que ya los científicos de la               Nasa se plantean, en el caso de tener               que trastearse a otros planetas, cómo se               va a hacer con los perros: ¿Resistirán               los dálmatas el efecto de las manchas               solares en Marte? ¿Podrá el pincher               miniatura alzar la patica para miar en               condiciones de gravedad cero? ¿Cómo               reaccionan las arrugas del bulldog viajando               cerca de la velocidad de la luz?               Responder tales cuestiones ha retrasado               las expediciones caninas, después               de que sólo una perra, Laica, paseara               por el espacio y se convirtiera en la primera               cosmonauta de criadero y mártir               de la ciencia.             Todo esto parece en consonancia               con las tribulaciones de Fernando Vallejo,               quien donó trescientos millones               para los perros callejeros y quien, sin               ningún empacho, afirma: “Los humanos               que se jodan, a mí los que me               duelen son los animales”. Como ya no               hay noticias buenas sobre el Hombre,               muchos desvían su misantropía hacia               el amor por otras especies. En países               europeos donde la distancia afectiva               entre vecinos es cada vez más grande,               el ladrido de un lindo pulgoso hace               que muchos humanos hasta se hablen.               Preguntar por el nombre de ese tierno               cachorro es una bonita manera de empezar               a echarle los perros a alguien.             De este modo vamos pasando de               hablar de la inteligencia de los bebés a               ponderar la de los perros; que repiten               como un espejo las gracias que les enseñamos               para halagar el ego. Cuando               esto ocurre entonces le comentamos a la               visita: “Ella sabe que estamos hablando               de ella”; “a él le caen mal los mendigos”.             Por la compañía que brindan a               ancianos; por convertirse en sustitutos               de los niños que no se tuvieron; tal vez               por todo eso fue que dijo el poeta: “Es               muy difícil la refutación de los perros”:               ¿Quien defenderá la propiedad privada?               ¿Quién nos boleará la cola después               de un día fatal?             Así que no hace parte del universo               excéntrico que en breve se empiece               a legislar para perros, o que éstos se               conviertan en los amos de la Tierra. En               cambio, resulta sensato recordar que               hay otras mascotas con igual derecho,               como las focas de Brigitte Bardot. Ante               tal desigualdad, una modesta proposición               consiste en unirnos al día sin               perro. La idea también busca generar               conciencia en humanos y caninos. Ambos               podrán demostrar su autonomía:               perros inteligentes que no dependen de               humanos; humanos maduros que pueden               lamerse solos como el buey.             Nos dirán que es una medida exagerada               ya que los perros necesitan salir               a dar una vuelta y descargar su energía               porque de lo contrario se volverían               perros neuróticos, de los que destrozan               todo a su paso. Pero una vez al año no               hace daño.             Ese día se les debe sacar a orinar               antes de las seis de la mañana. No habrá               circulación de perros hasta después               de las siete y treinta de la noche. Toda               caca que aparezca será removida sin               contemplaciones y los árboles no serán               ultrajados con agüita amarilla.             Los únicos perros autorizados serán               los lazarillos, los rescatistas tipo               san bernardo y los de los aeropuertos;               de modo que el día sin perro no sea               también el día de la mula. No se aceptarán               argumentos como ese de ponerle               el bozal al rottweiler o explicar cuán               mansito es el pit bull. La ley es para               todo can y no sólo para los de collar.             Durante la jornada las peluquerías               caninas podrán dedicar ese día a hacer               esas cosas que siempre han aplazado               como: actualizar el catálogo de nuevos               cortes, limpiar los cepillos e inventariar               pulgas. Los cementerios de perros               recibirán visitas normales y los criaderos               podrán cuadrar caja. Mientras tanto,               los sicólogos caninos tendrán el día               libre. ¿Y qué se hará con los perros               callejeros? Pues ellos recibirán sanciones               pedagógicas.               Para dejar en claro que la jornada               no busca segregar a las “narices frías”,               se hará un homenaje a los grandes canes               de la Historia como Leoncico, el               descubridor del Mar del Sur, los siete               Lassies  y Rin Tin Tin.             Pero eso sí, antes de que los perros               nos sobrepasen en número, tamaño y               condición, hagamos un alto en el canino               y recordemos que el día sin perro               no necesariamente es el día del gato.               No más polarizaciones. Es posible, si               evitamos la mordida de los corruptos,               que en este pedazo de planeta quepan           todas  las fieras domésticas, incluidos nosotros, las mascotas de Dios..  |