Fue un sueño largo y complejo, con muchos personajes, una historia que duraba muchos años y en la que pasaban varias generaciones. Como soñar uno "Cien años de soledad" en una sola noche, acordándose de todos los nombres y sin que se le confundan los Aurelianos y los José Arcadios. En serio, ustedes saben que en los sueños pasan esas cosas.
Aún después de despertarme seguí con ganas de llorar, pero recordé que estaba viviendo en Buenos Aires. Entonces salí a la calle y le pregunté al muchacho que vende cigarrillos en el kiosco de la esquina si sabía dónde podría encontrar un sicoanalista:
- ¿Lacaniano o Junguiano? - me preguntó acariciándose la barbilla.
- Cualquiera pero rápido.
- Sho te sé decir de lacanianos. Los junguianos son charlatanes todos.
- Está bien ¿Y hay servicio de urgencias?
Me señaló unos cinco consultorios en el espacio de dos cuadras. Acudí donde Marcelo Toruzzi, de ascendencia italiana, formación francesa, expresividad alemana y suficiencia porteña. Como no hablaba y lo mío Luis Miguel Rivas era desembarazarme del sueño me senté en la palabra con locuacidad paisa:
"Resulta que mi papá estaba bravo porque yo no contribuía a arreglar la casa como a él se le había metido en la cabeza. Y yo no es que tuviera pereza ni que quisiera llevarle la contraria ni mucho menos; para qué me iba a meter en problemas innecesarios (en el sueño recuerdo que a todos nos daba mucho miedo llevarle la contraria a papá), sino que yo había visto que la casa estaba construída sobre una humedad que toda la vida se había filtrado por el piso formando charcos en las habitaciones, hasta en las más elegantes. Pero él como que nunca se dio cuenta porque sólo hablaba de arreglar la casa para que quedara bonita y segura.
- Apá - recuerdo que le decía yo en el sueño - mirá que este suelo tiene una humedad.
La primera vez que se lo dije, mientras él estaba mandando a construir el tercer piso, se puso rojo y me dijo que yo no le iba a enseñar a su papá a hacer hijos.
- Apá, pero tiene una humedad - le volví a decir pensando que no me había oído.
Se estaba quitando la correa cuando supongo que se acordó de lo escandaloso que soy y de lo chismosos que eran los vecinos del sueño y entonces me dijo:
- A ver pues: arguménteme entonces y tráigame dos propuestas con cotizaciones y cronograma y si tiene la razón la hacemos como usted quiera. Necesito las propuestas para las tres de la tarde.
- Apá – me acuerdo que le dije mostrándole el reloj- son las dos y cincuenta.
- Ah entonces lo que usted quiere es que nos quedemos decidiendo toda la vida.
Y de todas maneras empezó a arreglar la casa. Cambiamos primero las baldosas por unas muy bonitas. En la parte principal, en la sala, el piso quedó hermoso como para volver a invitar visitas. Todos muy contentos. Pero a los meses, en la pieza de los primos y en la habitación de la muchacha del servicio, empezaron a aparecer unos charcos y a levantarse las baldosas.
- Apá, las baldosas se están levantando -le dije.
- ¡Cómo que se están levantando! ¡mija! – llamó a mamá y le señaló la sala - ¿Usted ve baldosas levantadas? Mi mamá movió la cabeza a los lados.
Desde ese momento me adjudicaron la fama de problemático. Como papá nunca iba a la pieza de la muchacha del servicio ni al patiecito de atrás, no se dio cuenta que el charco seguía creciendo. Ponía a mi primo Juan Fernando (que en el sueño estudiaba Comunicación Social en la Universidad de Antioquia) a tomar fotos de la sala y de la biblioteca y del garaje y se las mostraba a toda la familia. Y a mi hermanita Tati (que en el sueño estudiaba Publicidad en la UPB), le daba doble mesada para que colgara las fotos en el facebook. Todo el mundo decía que la casa era la más hermosa de toda la familia y que mi papá era un verraco. Y lo dijeron tanto que fue verdad. Y yo miré tanto las fotos y escuché tanto los comentarios de todos los conocidos que terminé convencido de que la casa de verdad era la de las fotos. El problemático es uno, todo está bien, es sólo un charquito, recuerdo que me dije un día en el sueño.
Hasta que un día la muchacha del servicio se enfermó y la hospitalizaron y se supo que se había enfermado por vivir prácticamente en un humedal del Pacífico colombiano. Iban a demandar y todo a mi papá. Como un toro bravo le dio por ir a la pieza de la muchacha a mirar el asunto. Y cuando vio el charco se enojó más. Que cómo nadie le había dicho de eso.
- Apá, yo se lo dije.
- Usted no diga nada, que no habla sino para poner problema y llevar la contraria – tronó y me miró como con ganas de desaparecerme.
Entonces dijo que habían sido los tipos que pusieron las baldosas, que eran unos deshonestos y los demandó. Que cada vez quedaba menos gente de bien".
A estas alturas del relato de mi sueño (Y eso que suprimí la historia de la casa. En el sueño ese terreno había pertenecido hacía muchísimos años a los tataratatarabuelos de la muchacha del servicio y los tataratatarabuelos de mi papá se quedaron con él y construyeron la casa y luego se pelearon entre ellos y se dividieron… en fin) el doctor Toruzzi parpadeó y abrió la boca.
- ¿Y usted qué piensa? – me dijo con una sequedad que le hubiera parecido inexpresiva al mismo Buster Keaton.
- No sé, por eso lo cuento. Cuento las cosas precisamente porque no sé qué pienso de ellas. Si supiera qué pienso diría lo que pienso en vez de contarle la historia.
- Interesante.
- Y usted qué dice – le dije.
- ¿Siente que tiene problemas con la autoridad? - me dijo acariciándose la barbilla como el muchachos del kiosco.
- Tal vez, pero más con la humedad.
- Umm, Interesante ¿Y cómo terminó el sueño?
"La muchacha del servicio se murió, pero papá logró demostrar que había sido envenenada por los tipos que pusieron las baldosas, con los que estaba confabulada para instaurar la humedad en la casa. El tema se olvidó y construimos un edificio de oficinas en el patio de atrás. Hasta que una vez papá venía montado en un caballo, sosteniendo en la mano un pocillo rebosado de café (a él le gustaba mucho hacer eso y nosotros nos sentíamos orgullosos de que montara a caballo sin regar el café) y se encontró de frente con un charco en la entrada del edificio. Se bajó del caballo y se puso a gritarle "terrorista" al pobre charco.
- Apá, yo creo que así no se quita la humedad -le dije viéndolo resoplar.
Botó el pocillo, empezó a gritarme moviendo las manitos (papá tenía unas manitos corticas que movía como un muñequito, cuando se enojaba), y se vino hacia mí temblando y a punto de estallarse de rabia, diciéndome traidor. Ya me iba a agarrar cuando desperté llorando".
- Umm, interesante –volvió a decir Toruzzi.
- ¿Usted qué opina? – le pregunté a ver si me aclaraba algo.
- Umm, el tratamiento va a ser largo. Siga viniendo. Tiene cita el miércoles - me dijo - Puede cancelar el costo de la sesión con la secretaria.
Me volvieron a dar ganas de llorar. Salí del consultorio llorando otra vez, pero despierto.
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