Síguenos:




Número 12 - Mayo de 2010   

Prensa amarilla
Del gran pez al greenpeace
Pascual Gaviria

Un periódico viejo es paradigma de la inutilidad. Lo dice la voz joven del pregonero en la mañana y el estribillo de la vieja canción. Pero si la deleznable hojarasca logra superar los años mozos del primer olvido, si esconde sus letras en la urna de la biblioteca o en el descuido del baúl, sucede que sus historias, sus opiniones, sus anuncios toman un giro de extrañeza, de caricatura, de novedad. El hueco diminuto de la polilla le da siempre un aire a la historia con minúscula. Desde este número Universo Centro intentará desenterrar una página cándida,
risueña, grave o falsa de la prensa guardada,
la verdadera Prensa Amarilla. 

 

Del gran pez al greenpeaceNo, señor, es una ballena, he visto el chorro; ha lanzado un par de arco iris tan bonitos como puede desear ver un cristiano. ¡Es un verdadero barril de aceite ese bicho!

Fenimore Cooper, El piloto


Los actuales héroes marinos se embarcan en pequeños botes inflables, enarbolan su bandera pirata y se plantan delante de la proa de los grandes monstruos. Los fastidian con su ronroneo, les lanzan un insulto, un tarro de pintura, le dan la cara al arpón de un ballenero japonés. Ellos mismos se denominan piratas buenos y tienen dos cachalotes juguetones en la frente de su calavera de batalla.

Hace cincuenta años los ídolos, los audaces del mar tenían apenas un trapo rojo anudado en la cabeza, las manos gruesas rayadas por anzuelos, una canoa de madera y el ánimo dispuesto para una hazaña inesperada. Una ballena mostrando su lomo de lapas prehistóricas cerca de la Punta de las Vacas, en el municipio de Turbo, era una aparición, un reto libresco, una quimera. Es seguro que los pescadores no habían leído Moby Dick, pero tenían palabras e impresiones parecidas a las del melancólico narrador de la novela: "De repente vimos que salía como humo del mar y pensamos lo peor, o sea que había ocurrido otra catástrofe y que un barco se había incendiado. Pero al acercarnos al objetivo nos dimos cuenta de que se trataba de un animal de grandes proporciones y que lo que a la distancia parecía humo era nada menos que un gigantesco chorro de agua que se elevaba a gran altura". Eso dice el despacho enviado desde Turbo vía telefónica y encabezado por un titular simple en merecidos signos de admiración: "¡Capturan Ballena!".

La noticia está en las páginas centrales del diario El Correo del viernes 4 de septiembre de 1959. Eso fue lo que vieron Hemeterio Córdoba, Francisco Solano, Emilio Jesús, Julio Piri y Justino Córdoba una hora después de iniciar su rutina de pesca. Una visión solo un poco más prosaica que la descrita por Ismael, así quiere Melville que llamemos a su maestro de escuela y marinero de ocasión, viendo un grabado con una gran ballena de Groenlandia en tinta negra: "Sus chorros están erguidos, llenos y negros como el hollín, de modo que, por tan abundante humo en la chimenea, se pensaría que debe haber una buena cena guisándose en las grandes tripas de abajo".

Un pescador debe tener siempre una buena mezcla de ambición y curiosidad. La misma que arrastró a los pescadores de Turbo tras esa especie de "roca musgosa" que agitaba el mar y movía su canoa, un sencillo cajón lleno de nudos y carretes de nylon: "Pero ante la emoción de la pesca decidimos retirarnos a una prudente distancia y arponear con la mayor precisión para no perder la presa que por casualidad había caído en nuestras manos. De los seis arpones lanzados, dos se le clavaron en partes vitales al animal. Ahí comenzó la lucha porque la ballena comenzó a moverse en todas direcciones aguijoneada por los arpones que se clavaban más profundos mientras más aleteaba."

Es posible pensar en el periodista leyendo su relato, ya sin la escama primitiva del habla de los pescadores, por el teléfono de la única emisora local. Y por qué no imaginar al corresponsal caribe, Hernando Delgado, para no negarle el nombre, asomado unos días después a las mareas de la novela de Melville. Se la ha prestado el maestro de la escuela cercana a la Punta de las Vacas. Un colega de Ismael. El hombre está recostado contra una pared, leyendo, con su silla parada en las dos patas traseras. Piensa en el parentesco entre los pescadores de su historia y el narrador de la novela: "El principal de los motivos que me llevaron a la expedición ballenera fue la abrumadora idea del gran cetáceo en sí mismo. Tan portentoso y misterioso monstruo despertaba toda mi curiosidad… Los indescriptibles peligros sin nombre de la ballena."

La tarea de los cinco descamisados duró algo más de ocho horas. A las seis de la mañana sintió la ballena el primer pinchazo sobre "su negra mole algosa", y pasadas las dos de la tarde los arponeros la hicieron encallar en un banco de arena. Durante dos horas más cuidaron sus aleteos aceitosos y sus soplidos secos. Una agonía con visos de erupción volcánica. Tanto que los policías que estaban de curiosos en la orilla, mojando la punta de sus botas, perdieron la paciencia y dispararon cuatro tiros de fusil sobre el difícil blanco. "Dos rebotaron y no le entraron y los otros dos apenas unos pocos centímetros". La ballena, con su "colección de cangrejitos, mariscos y otros confites marinos" sobre el lomo, seguía siendo mítica así estuviera varada en la playa.

Hasta que llegó un armatoste de cables y poleas para vencerla definitivamente. La draga Eduardo Santos que no había comenzado sus trabajos en la bahía de Turbo sirvió como yunta de bueyes para arrastrar la mole de aceite hasta la playa. Era el momento de cuidar al animal. Perdón, al botín. Los habitantes de todas las orillas vecinas intuían el viejo proverbio japonés: "Una sola ballena enriquece siete bahías." En medio de un "olor como de bacalao" que inunda los ranchos los curiosos parecen pirañas. Dos sobrinos de los héroes se encargan de velar al Leviatán la primera noche. Desde Bogotá viajará alguien de "esa gente que sabe ciencia". Es conmovedor el final de cuidados y consideraciones con el buen mamífero: "Nuestro corresponsal informó que ya se había dirigido a Bogotá, para que el padre Huertas, profesor de la Universidad Nacional, viaje mañana a Turbo con el fin de que el animal sea bien tratado y evitar destrozos y pérdidas." Los pescadores todavía cuentan su historia. La ballena es un armazón con textura de piedra pómez en un laboratorio universitario.

Del gran pez al greenpeace

 

Universo Centro