En la ciudad de Medellín son pocas las personas que se han dedicado al arte de la taxidermia o la naturalización. Entre ellos podemos mencionar a Julián Alzate, los hermanos lasallistas Nicéforo María, Daniel de la Inmaculada y Marco Antonio Serna, Ramón Cadavid y Miguel Parra. Este último es el único que aún practica este oficio en la capital de Antioquia realizando trabajos para particulares y para algunos museos.
El primero ayudó a la conformación de una colección de animales naturalizados para el museo de Leocadio María Arango, el cual fue el local más importante de su tipo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en la bucólica Medellín de entonces. Su afamado local en el barrio San Benito fue visitado por naturalistas y etnógrafos europeos de renombre como Otto Fuhrmann y Eugéne Mayor quienes hicieron registro de su colección para llevarlos y estudiarlos en Europa.
De otra parte, los hermanos Nicéforo María, Daniel de la Inmaculada y Marco Antonio Serna se dedicaron a preparar animales de diferentes grupos taxonómicos para formar una vasta colección zoológica que reposa en el Museo de Ciencias Naturales de La Salle y otros museos del país y el mundo.
Así, el escalpelo, la navaja, los pinceles, el barniz, el alambre, los moldes, las tijeras, el hilo, las tenazas, el algodón, el aserrín, los ojos falsos y sustancias tóxicas como el sulfuro, cloruro de mercurio o azufre para la curtimbre de la piel, según la época, se transformaron en las herramientas que posibilitaron a estos artistas la conformación de piezas y colecciones zoológicas que hoy consideramos como importantes al ser apreciadas como testimonio de nuestro pasado natural en el contexto de la emergencia ambiental existente.
La taxidermia se puede realizar en insectos, peces, aves y mamíferos; se puede embalsamar desde una hormiga hasta un elefante. Si el ejemplar es un mamífero, se le desprende la piel, se le sacan todas las carnosidades y se le deja solo el cráneo. A las aves se les dejan las patas y las bases de las alas; al cuerpo, en cualquiera de los dos casos, se le solía hacer un molde en poliuretano o antiguamente se realizaba una estructura en alambre. Si se trataba de un pez el proceso podía ser más complejo por la deshidratación tan rápida que presenta su piel.
Cualquiera que fuese la época, si la técnica de naturalización era ejecutada de buena manera propiciaba el deleite estético, la contemplación; motivaba la curiosidad científica sobre el animal que se observaba; servía como elemento decorativo y de gran elegancia; y en general, posibilitaba el conocimiento de la naturaleza en ciudades ajenas a esos entornos inhóspitos.
Sin embargo, algunos taxidermistas a lo largo de la historia han tratado de recrear animales fantásticos que han entrado a engrosar la lista de la denominada “taxidermia engañosa” que consiste en la realización de un montaje a partir de partes de diferentes animales o por medio de la alteración física de los mismos y que ha tomado popularidad entre los artistas que se dedican a este oficio. La sirena de Fiyi o el grifo de Goth son prueba de ello.
Al Museo de Ciencias Naturales de La Salle en la ciudad de Medellín llegó a principios de la década del ochenta un extraño animal que hizo parte de algunos artículos en periódicos locales por la rareza de su forma y por el nombre que le fue dado, “El pez diablo”, que en realidad es una raya guitarra (Rhinobathes sp.) colectada en la zona de Arboletes, Antioquia, en el año 1980, y que sufrió un proceso de alteración de su apariencia física por medio de la disección del cuerpo en la parte superior para dar la apariencia de dos orejas y otra dos disecciones en la parte inferior de tal manera que aparenta que tuviese dos patas y una cola al igual que un demonio. Por muchos años esta fue una pieza que causó gran curiosidad entre los visitantes del museo debido al desconocimiento e inusual forma.
La realidad es que estos animales son preparados en países como México y Colombia para ser comercializados como amuletos o como rarezas de la naturaleza entre turistas y visitantes.
La finalidad de la taxidermia ha sido tratar de representar un animal de manera realista como si estuviese en su hábitat natural; pero no siempre esto se ha logrado con exactitud pues malograr algunas pieles para aprender las técnicas de naturalización o para alimentar imaginarios colectivos ha sido parte de este arte; a pesar de ello, son piezas con gran valor estético y simbólico que dan testimonio de la evolución del oficio en nuestra ciudad y que causan diversas reacciones por parte del espectador al observarlas y tratarlas de comprender.
*Animales con procesos
de naturalización no convencionales. Colección
de taxidermia del Museo de Ciencias Naturales de la
Salle. Instituto Tecnológico
Metropolitano (ITM).