II
Borges escribió en uno de sus prólogos: “Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”. Si quisiéramos resumir una composición musical nos encontraríamos con la misma imposibilidad. Según sus propias declaraciones, Cortázar —tan cercano al fluir natural del zen y a las improvisaciones del jazz— nunca corrigió sus cuentos. Continuidad de los parques es la excepción. Así pues, es posible que los cuentos de Cortázar quieran ser improvisaciones: por eso las lecturas que buscan burdas equivalencias con elementos de la realidad nos parecen pueriles: “Los conejitos que vomitan en tal cuento son recuerdos”, “la casa tomada es el peronismo”; tal vez sea pertinente recordar aquí la queja de Johnny Carter en El perseguidor: “No se puede decir nada, inmediatamente lo traduces a tu sucio idioma”. En Cortázar vemos elementos literarios cuyo propósito sería generar una experiencia similar a la de la música. El resultado no es una historia con hechos e ideas que le dan forma, sino una sensación incomunicable, que pierde la carga emotiva cuando tratamos de acercarla a la razón.
Algo análogo podríamos encontrar en Radiohead: elementos musicales cuyo propósito sería generar una experiencia similar a la de una narración. El resultado no es una historia con hechos e ideas que le dan forma, sino una sensación incomunicable, que pierde la carga emotiva cuando tratamos de acercarla a la razón. En una entrevista para Melody Maker, Johnny Greenwood dijo que en “The tourist”, la última canción del Ok computer, Radiohead quería evitar la obligación de que algo —un motivo, un sonido, un detalle mínimo— ocurriera cada tres segundos. Esa costumbre musical podría compararse con una narrativa: García Márquez explica cómo se ayuda del vuelo de una mosca o de un trueno que cae como un reguero de piedras para que el lector nunca baje la guardia. Escuchar el Ok computer con audífonos podría ayudar a comprender los trucos narrativos a los que me refiero. Las letras importan poco: quienes tenemos dificultades para entender el inglés oral encontraremos aquí una ventaja.
En un falso dilema propuesto en una entrevista sobre si su música era un reflejo suyo o la construcción de un mundo paralelo, Thom Yorke se inclinó sin dudarlo por la segunda opción. Si me pidieran elegir entre la música que frecuento a un grupo cuyas composiciones se parecieran a las diferentes formas de la literatura fantástica, elegiría a Radiohead. Si fuera a un solista, elegiría a Björk.
Una de las canciones más queridas por los seguidores de Radiohead es Let down. El ritmo, la armonía y la melodía no presentan ninguna dificultad. Sin embargo, mientras la canción está a 4/4, el motivo principal de Johnny Greenwood está a 5/4. Es algo casi monstruoso que ocurre de manera delicada. Ese motivo podría compararse a un personaje que hiciera parte de una historia porque no logra encajar por completo en ella, como ocurre en El castillo o La condena.
En ese mismo álbum se encuentra Climbing up the walls, una canción sobre una entidad que vive dentro de nuestra cabeza (“open up your skull, I’ll be there”). La música no se limita a acompañar la letra: le da una atmósfera y una profundidad narrativa. Hay detalles que refuerzan la idea central: la voz está grabada dos veces, y una de ellas, que podría ser una especie de sombra de la principal, está distorsionada. El momento que nos lleva al desenlace dramático viene con el solo. La historia del ser maligno que nos habita y que trata de abrirse paso a través de nuestro cráneo es narrada de nuevo por un solo que parece rasguñar las paredes gracias a una nota larga de una gran tensión; cuando esa nota descansa en el siguiente acorde lo hace en el quinto grado, que es de tensión; después vuelve a generar tensión al quedarse largamente en la quinta disminuida; cuando la nota cae al lugar donde se esperaría el reposo, no llega a un tono que esté dentro de la triada de mi menor, sino a un fa sostenido. No hay descanso para los malvados, dice un versículo de Isaías. Basta escuchar la canción desde el minuto 3:07 hasta el 3:32 para percibirlo.
Videotape es una canción cuya síncopa es motivo de debates que no comprendo en videos empalagosos de Youtube. Ya que nos gastamos la vida en cosas como el trabajo, podríamos hacerlo en videos de 38 minutos que explican dónde se esconde la síncopa. Ese elemento musical invita al movimiento. Pero el hecho de estar escamoteado nos daría la sensación de que el impulso es producto de algo casi mágico. Ese artificio del veneno oculto que opera casi sin dejar rastro como en los cuentos de Carver es el culpable de que sintamos compasión por el violador y asesino de Diles a las mujeres que nos vamos. Pienso también en El viejo y el mar, en el que pareciera que algo infinitamente más profundo está acechando atrás de cada línea: no en vano Faulkner, que acusaba a Hemingway de no mandar nunca al lector a un diccionario, declaró que ese texto era lo más grandioso que se había escrito en su generación.