Primeros planes
Luis Fernando González Escobar
En 1968 el entonces Departamento Administrativo de Planeación contrató con los arquitectos César Valencia Duque y Jorge Cadavid López el Estudio del centro de la ciudad. El documento fue publicado al final del año siguiente. Se cumplen así cincuenta años del primer intento de estudiar, imaginar y definir qué hacer con el Centro. A partir de esos primeros trazos se han sucedido variados estudios, planes, programas y proyectos. Muchas cosas han dicho los planificadores y otras tantas han hecho las 28 administraciones que se han sucedido entre 1968 y 2018, ya sea siguiendo lo formulado o, simplemente, el capricho del mandatario de turno, los intereses económicos, Primeros planes el cálculo político o simplemente el deseo megalómano. En ese lapso son grandes y dramáticos los cambios sobre el paisaje urbano que diagnosticaron los arquitectos Valencia y López; pero, a pesar de la transformación, también es cierto que se conservan espacios y usos, rutas e hitos de ese Centro de hace medio siglo.
Para aquellos años finales de la década de 1960, el Centro estaba al servicio de una ciudad de un millón de habitantes y contenía una diversidad de usos que lograba un cierto equilibrio. Si bien la actividad comercial era importante — el 33,58 por ciento—, era casi la misma proporción de la ocupación del suelo dedicada a vivienda —34,75 por ciento—, lo demás estaba repartido en usos varios, actividad industrial y su condición de centro institucional, ya religioso o político. Era un centro dinámico y diverso. Donde se concentraban los discursos y los sermones de la ciudad que dejaba de ser villa, donde crecían el comercio y la pequeña industria, y al mismo tiempo se concentraban las actividades educativas y culturales; así, en esa mezcla social había dos clubes de la elite y 16 templos, pero también 17 salas de cine, 58 heladerías y 398 cafés, donde las distintas clases sociales aun convergían.
En las 341 páginas del estudio, con sus anexos y sus 45 planos, se plantearon las grandes preocupaciones del momento para un Centro conformado por 237 manzanas —entre el centro principal y la zona adyacente— en torno a la arquitectura, el urbanismo, la vivienda, la circulación y las sedes institucionales.
Siguiendo el pensamiento predominante del momento, los autores concluían que no había una arquitectura de conjunto, le faltaba carácter y era “inmadura”, pues a una innovación le seguía otra de manera rápida, con materiales de calidades discutibles, lo que implicaba no un conjunto coherente sino una suma de edificaciones, con efectos irremediables en la estética urbana, la que no era sino el reflejo de “una de las características más sobresalientes de nuestra idiosincrasia”, esto es, el “individualismo”. Ya se alzaba en el horizonte la ruptura de la escala urbana debido a los nuevos edificios de Propiedad Horizontal, llamados rascacielos, que tomaban impulso y se construían como alternativa de vivienda para los sectores de “alta categoría”. Cinco décadas después las demostraciones de esa idiosincrasia individualista darían como resultado ese collage complejo que caracteriza hoy el Centro de la ciudad, ya con más torres, menos espaciosas, no para la “alta categoría” sino para sectores medios, y con una estética simplificada al extremo, en donde predomina no la individualidad sino las construcciones en serie.
Para los autores no existía en la ciudad un verdadero urbanismo; por ejemplo, señalaron cómo el Plan Piloto, entregado en 1951 por los urbanistas Paul Weiner y José Luis Sert, fue una reglamentación de tipo general que nunca fue llevada al detalle y a consecuencias sobre el territorio; en otro sentido, la carencia de servicios comunales en los barrios hizo del Centro el lugar con el mayor poder de atracción, el “cual se congestionaba cada vez más”. Pero lo más interesante es cómo reconocieron la carencia de zonas verdes urbanas y la ausencia de planes en ese sentido: “Las nuevas vías y ampliaciones tienen fallas en este aspecto. Como consecuencia la ciudad se ha tornado árida. La temperatura ambiental ha venido aumentando gradualmente”. Sin lugar a dudas una lectura que se anticipó a los tiempos de la ecología urbana y los microclimas. Apenas ahora se trata de entender y mitigar lo que aquel estudio anunció hace cincuenta años.
Es cierto que el urbanismo hizo irrupción con el paso de los años y se ha intentado una mirada de conjunto, pero aun así la falta de verdaderas centralidades barriales siguió siendo uno de los factores determinantes para que el Centro fuera y se mantuviera como el mayor factor de atracción. Hoy día muchos siguen sin entender que buena parte de las problemáticas del Centro pasan por las dinámicas barriales, las periferias y la marginalidad urbana.
La vivienda era un uso considerado compatible con la vida del Centro y en su mayor parte, especialmente en el centro principal, era valorada como de alta calidad. Si bien eran aún predominantes las casas de uno y dos pisos, se daba paso a los edificios multifamiliares y a los de renta de cuatro pisos en las áreas adyacentes al centro principal. De ahí que el sesenta por ciento de la población del Centro era permanente y solo un cuarenta por ciento era flotante. No obstante se diagnosticaron sectores en deterioro, tomando como criterio el estado de la infraestructura urbana, y el nivel socioeconómico, para hablar eufemísticamente de la población pobre asentada allí, como los casos de San Antonio, Guayaquil, La Bayadera, los alrededores de la iglesia del Corazón de Jesús, los alrededores del edificio de EPM, aparte del sector de la Estación Villa con sus tugurios y la expansión del barrio Colón. La vivienda hoy es minoritaria en el Centro, el mayor porcentaje de la población es flotante y los sectores señalados, pese a las intervenciones que se han hecho, se mantienen sin resolver sus problemas fundamentales. El 14,2 por ciento de la población económicamente activa de entonces se empleaba en el Centro, de tal manera que la población flotante iba en incremento mientras que la residente ya comenzaba su desplazamiento a Laureles y El Poblado; las rutas de buses convergían especialmente a la Plaza de Cisneros —el centro popular por excelencia—, al Parque de Berrío y la Plazuela Nutibara, lo que hacía que el Centro se saturara por sectores, aunque se consideraba que aún tenía capacidad de crecer por unos diez años más sin colapsar; no ocurría lo mismo en términos peatonales, pues era problemático debido a que los andenes eran insuficientes, no tenían capacidad para albergar tanta demanda, además eran estrechos y estaban deteriorados y ocupados por ventas ambulantes.
La propuesta, hecha para prever el crecimiento futuro y atender esa demanda presente, era el desarrollo combinado de un anillo vial periférico y al interior del mismo la peatonalización de vías. De hecho el anillo periférico ya se había planteado con la idea de la Avenida Oriental, la continuidad por la calle Vélez al norte, la Avenida del Ferrocarril al occidente y al sur por la carrera 33. Con los propósitos de este plan esa idea se fortaleció e incluyó paraderos de buses y zonas de estacionamiento vehicular a lo largo de todo el anillo. Mientras tanto al interior se planteó la peatonalización de la carrera Junín —entre Caracas y La Playa—, la avenida La Playa —entre Junín y Sucre—, la carrera Bolívar para unir el Parque de Berrío y la Plazuela Nutibara, la remodelación del Parque de Bolívar y el pasaje La Bastilla, además del cierre al tránsito de calles como Boyacá, Colombia, Calibío, entre otras.
El anillo vial fue construido cerrando al sur no por la calle 33 sino por la calle San Juan, los efectos sobre el Centro de la ciudad fueron dramáticos por la demolición de cientos de edificios a lo largo de la Avenida Oriental, pero sin las obras de mitigación que se pensaron en el Plan, y sin los paraderos ni las zonas de estacionamiento. Desaparecieron del paisaje hermosos ejemplos de arquitectura histórica y se cercenaron espacios públicos como la plaza de Cisneros o la plazuela de San José, aunque al interior se ganaron los pasajes de Junín o La Bastilla. A la hora de los balances fueron más los saldos en rojo que los positivos. En distintas administraciones esos mismos pasajes han cambiado de material en sus pisos, de amoblamiento y decoración; y esas mismas calles hoy se intentan entregar al peatón, disputándolas a los vehículos y a las ventas ambulantes.
Los otros grandes proyectos discutidos en el Plan del Centro de 1968 fueron la Central de transporte interurbano, la plaza de mercado de Cisneros y la construcción del Centro Administrativo Oficial. La Central de transportes implicaba la reubicación de las terminales de buses y del ferrocarril, de hecho el Ferrocarril no se reubicó sino que se acabó y la central dio lugar primero a la terminal de transporte del norte y años después la del sur, alejando de Guayaquil las actividades que habían sido determinantes en su dinámica como puerto seco. Por su parte la plaza de mercado era considerada uno de los más serios problemas urbanísticos de la ciudad, con sus 1200 puestos hacinados adentro y sus más de 400 puestos afuera de la parte cubierta, especialmente en el denominado Pedrero. Se pensaba que con el traslado de sus actividades a una plaza mayorista al sur de la ciudad y un plan de mercados satélites en los barrios Guayabal, Campo Valdés, Castilla, Robledo, La América y Belén, que estaban en construcción, debería desaparecer. Pero no fue así. Algunas plazas funcionaron y otras no. Se incluyó posteriormente la plaza minorista José María Villa, pero muchas de sus actividades se fueron desplazando al Centro en un proceso de años que se llamó la “guayaquilización” del Centro.
Mientras que con el centro administrativo se buscaba solucionar la dispersión de las dependencias oficiales y la dificultad para ampliar las distintas sedes, aparte de las condiciones arquitectónicas de las oficinas, la ausencia de espacios libres en sus inmediaciones, las dificultades de acceso, la falta de zonas de parqueo, entre otras razones que justificaban la creación del centro administrativo en La Alpujarra, como ya había sido contemplado en el Plan Piloto de 1951. Con el Plan del Centro se justificó, por el poco valor de la tierra en La Alpujarra, la posibilidad de la renovación urbana de este sector, la realización de edificios con técnicas modernas de funcionalidad y arquitectura; la libertad arquitectónica para estudiar espacios abiertos y perspectivas exteriores, sus relaciones paisajísticas con el cerro Nutibara, la facilidad de separar el tráfico vehicular y peatonal, y así crear un centro como eje metropolitano. El Plan recomendó la creación de una Junta o Comité Provisional como entidad a cargo de adelantar la obra y se puso una meta de diez años para adelantar el proyecto. Solo en 1975 se hizo el concurso para elegir el proyecto, que se ejecutó entre 1983 y 1987, con otros criterios, diseños y concepciones a las planteadas en este Plan.
En general el Plan del Centro de 1968, siguiendo las concepciones de aquellos años, hace el diagnóstico de la situación, plantea alternativas y define lineamientos para que sean convertidos en proyectos específicos. No hacía urbanismo estrictamente ni diseño urbano. Pero concibió un centro de ciudad a partir de la interpretación de unas realidades que se consideraban adecuadas o problemáticas. Con lo cual nos dejaron un retrato de cómo era el Centro en aquellos años pero también de los imaginarios de aquella sociedad a través del pensamiento de los arquitectos y el equipo a cargo. Al concretarse su ejecución, con cambio de orientaciones, con errores y aciertos, se cambió radicalmente el paisaje urbano. Curiosamente algunas preguntas y respuestas fundamentales sobre transformaciones sociales siguen vigentes, mantienen los mismos sesgos y prejuicios, las mismas ubicaciones y segregaciones socioespaciales mientras se abren y se cierran vías, se amplían calles, se cambian una y otra vez los pisos de aceras y espacios públicos, se reglamentan y mejoran fachadas… obras que parecen un déjà vu. Y queda aún latente la pregunta por la historia, de la que poco o nada hay referencia en aquel Plan del Centro, y la que poco parece significar e incidir en el presente.