Si uno se atiene a los registros históricos, hubo siglos enteros en los que a nadie se le ocurrió pasarle la lengua por los genitales a la mujer, el difamado cunnilingus. Era una de esas cosas que simplemente no se hacen, como meterse una moneda en la boca. Tómese por ejemplo el descubrimiento de América. Cuando hice la investigación para Pecar como Dios manda, una historia sexual de los colombianos que comenzaba en la Conquista, imaginé que me toparía con una cantidad de prácticas sexuales que nunca se realizaron entre los conquistadores y los conquistados. Estaba equivocado, las había de todos los calibres; orgías bestiales, travestismo, intercambio de favores sexuales por maíz y hasta por crispetas, pero no encontré referencias al sutil arte de la lingua en el cunnus. En el resto de la historia la práctica parece aflorar como la mano de un ahogado en un remolino, esporádica y desesperada. En el siglo XVIII apenas si la mencionan los diccionarios y en el XIX fue tan recóndita que no es claro que las referencias en efecto sean a ella.
¿Por qué? ¿Cómo llegó esta práctica aparentemente simétrica con la felación a estar oculta? Si se mira la historia triunfal de la felación, se descubre que en distintas épocas se ha mamado por distintas razones pero de una forma o de otra, lamer la pija siempre ha sido un trofeo por ganar una guerra o por perderla, en épocas de abundancia o de depresión. ¿Cómo llegó la práctica del sexo oral femenino a tener una historia tan oculta, similar al mismo arte de lustrar perlas, expresión con la cual se hace referencia al cunnilingus?
Lo primero que hay que señalar es que del hecho de que en un periodo histórico no haya referencias a una práctica no se puede inferir que no se haya llevado a cabo, o que dicha industria humana haya estado ausente de los deseos. Considérese la historia de la vagina o cunnus en el cristianismo. ¿Suena extraño verdad? Pero de hecho los cristianos han fantaseado con la vagina tanto como con el falo. Las famosas custodias, la iconografía de la virgen, ¿qué son sino un puro y simple símbolo vaginal? Suele representársela envuelta en una aureola de pelos de oro que la circunscribe en un óvalo sagrado y de difícil desciframiento, un manto coronado por una cabeza cubierta por un capuchón oculta el cenit de la virgen, su rostro transido de dolor y placer. En las procesiones, se saca esta sacra vagina y hombres con capuchas prepuciales la pasean dando tres pasos hacia adelante y dos hacia atrás…, adelante y atrás…adelante y atrás. ¿Todo producto de mi mente enferma? Tal vez, pero los indicios de la adoración cristiana por la vagina permean incluso la más alta de sus instancias artísticas. En el cuadro de Caravaggio, Tomás introduce su dedo en las heridas supurantes de Jesús mientras este contiene su mano para que su curiosidad no se vaya muy hondo. Véase una vez más esa herida en el costado de Jesús. En el Cantar de los Cantares se le alaba con fruición, su olor que viaja distancias; si el verso es capaz de despertar sentimientos incluso entre los no creyentes que lo leemos hoy, imagínelo en manos de los abstemios frailes medievales. En la Canción del Rey Salomón, capítulo 4 versículo 16 dice:
“Despierta, viento del norte,
¡ven, viento del sur!
¡Soplen sobre mi jardín
para que exhale su perfume!
¡Que mi amado entre en él
y saboree sus frutos deliciosos!”.
Es interesante notar que hoy entre los americanos a la práctica del cunnilingus se le denomina ‘to eat pussy’ lo que le da una connotación insospechadamente bíblica al asunto.
De la manzana amorfa y mordida de Eva a las custodias hay un camino que denota un mejoramiento en la iconografía vaginal cristiana. Esto claro, se ve oscurecido por el hecho de que las imágenes del pene nos son más conocidas: es sencillo de dibujar, las manos de los escolares de seis años lo trazan solas cuando desaprendiendo a dibujar casas y trenes y soles se dan a retratar el pene en todas partes. Pero pídasele incluso a una mujer que dibuje una vagina. En la cultura los símbolos vaginales están más ocultos, pero aún así son poderosos y sublimes.
Volvamos a la conquista de América; esta no se hizo en nombre de la virgen sino de la espada, otro hecho que explica la obsesión por la pija y el olvido del cunnus. Los conquistadores traían como alimento espiritual las historias de caballería. Los caballeros de Arturo soñaban con saciar la sed de su espada reseca tomando del grial de la última cena. ¿Es necesario deletrearlo? Una espada sedienta busca sin cesar un cáliz lleno de líquido deseado como una ambrosía capaz de restaurar el vigor. Cuando no es posible hablar de una práctica, esta se elabora simbólicamente. Hay unas pocas referencias del interés de los españoles por las vaginas de las indias, limpias, imberbes, cerradas. Fray Pedro de Aguado en el siglo XVI anota que las mujeres de los Llanos Orientales de Colombia tenían un “estuche” tan largo como el pico de un tucán, mientras que se admiraron de que los hombres del Tolima tuvieran penes colgantes tan grandes que bien podían llevar el nombre de “pijaos” en honor de su “pija”. La peculiar y encantadora palabra “pija”, que suena tan nueva ahora como cuando fue proferida por primera vez, es en realidad un término arcaico. Aparece por primera vez en el diccionario de Joan de Corominas del siglo XII y quiere decir lo mismo que ahora. De tal manera que “pijao” significa literalmente “vergón”.
Pero la fascinación oculta de los cristianos por la vulva y sus misterios no era nueva. La baja Edad Media forjó una imaginería frondosa aunque escasa sobre las delicias de la vagina. La tuvo como un objeto de curiosidad y temor, era la boca del gato, la entrada misma al infierno en esta tierra, un portal para los tormentos del submundo de Lucifer. Esta concepción es especialmente notoria en uno de los libros más hermosos que produjera la Edad Media, el Libro de las Horas encargado para la duquesa Catherine de Cleves. Decorado por un artista anónimo conocido simplemente como el “Maestro de Catherine de Cleves”, el libro es una verdadera delicia para el amante de la historia del cunnus. En una de las ilustraciones más dramáticas, el meester retrata una boca felina desprovista de piel, en su centro arden y padecen en las brasas del infierno las infaustas almas que en ella cayeron. Esta boca sin piel sale de otra boca felina cuyos labios, a la manera de unos horripilantes labia mayoris, se encuentran estirados y pegados sobre la cara de su poseedor. Unas criaturas insectoides, reminiscentes de extraterrestres de una película de ciencia ficción de los años cincuenta, empujan hasta el fondo a los que han osado llegar hasta allá: todos sabemos la falacia contenida en la promesa de que es solo la puntica.
La obsesión y la repetición son símbolos de un acto que nunca parece terminar en el cunnilingus; presagian para el creyente los tormentos del infierno, laceraciones sin sentido, heridas que supuran y afligen sin fin, olores fétidos que el artista se empeñó en retratar como emanando del mismísimo hoyo. No es extraño que los hombres se quejen en el informe de Shere Hite, publicado en los setenta, de los tormentos del cunnilingus por efecto de que las mujeres nunca parecen llegar. Hay que decirlo de una vez: el cunnilingus bien practicado es un arte lento, hecho más para el placer que para el orgasmo.