CAÍDO DEL ZARZO
País sin carnaval
Elkin Obregón S.
Aunque ya es agua pasada, quiere decir este cronista que le gustó, y mucho, la inauguración de los juegos olímpicos Río 2016. Sobria, corta, sin estridencias ni alardes, supo esquivar con fortuna los muchos tópicos que de ella se esperaban. Pocas garotas, pocas tangas, nada de carnaval, nada de fútbol. Apenas lo preciso para recordar al orbe entero que estaba presenciando, para citar al poeta Drummond de Andrade, un sentimiento del mundo.
En cuanto a las canciones, de infaltable presencia, todo también medido y sustancioso: un cantor, sentado al piano, interpreta la obligada Chica de Ipanema; acompaña su canto la larga marcha de la modelo Gisele Bündchen, quien recorre la plataforma con supremo garbo y prestancia, esbelta y juncal como una palmera burití; una hábil escenografía de volúmenes presta fondo a las notas de Construcción, la icónica canción de Chico Buarque; Jorge Ben, eternamente joven, nos regala su País tropical, melodía bandera si las hay; por último, escoltada por tres sonrientes coristas, vemos y oímos a Elsa Soares, sacerdotisa del samba popular (no le antepongo “suma”, como tal vez debiera, porque me acuerdo de Clara Nunes, muerta en plena juventud a consecuencia de una infortunada intervención quirúrgica. Medio Brasil acompañó su larga agonía. Medio Brasil, y, al menos, un colombiano: quien esto escribe).
No faltó el mensaje ecológico, planteado con finura, sobre las amenazas que nos cercan. Algunos piensan que este fue el mejor momento del show. Uno, algo curado de espantos, opta por la sorpresa: ese menudo avión, réplica fiel del original (París, 1906), con el mismísimo Santos Dumont al comando. Para los brasileros, Santos Dumont fue el auténtico pionero de la aviación; lo sea o no lo sea, fue admirable verlo alzar el vuelo, sobrevolar el Maracaná, y, fiel a su misión, remontar la noche de Río de Janeiro (que, desde la altura, libre de violencias, miserias y corrupciones, sigue siendo la ciudad más bella del mundo), hasta ganar triunfalmente las playas de la divina bahía de Guanabara.
No faltaron por supuesto las críticas, por razones políticas, sociales o económicas. Ignorante este cronista de tales menesteres, calla y otorga. Pero se atreve a hacer, desde su cuerda, un único reparo: la culpable omisión de Joaquim Maria Machado de Assis, nacido, criado y muerto en Río de Janeiro, sumo sacerdote (este sí) de la literatura brasilera.