"La primera vez que vi un televisor fue en 1986, me mandaron a la tienda a comprar una libra de panela y me gané una pela porque me demoré las dos horas que duró el partido Uruguay-Dinamarca en el mundial de México.
Desde pelado me gustó mucho el fútbol, jugaba con los amigos en los torneos de Babyfútbol, aunque también me gustaba el baloncesto. Como a los diez años me pegó el tema del arbitraje cuando desafié a una profesora en la clase de educación física. Ella estaba pitando y yo era el arquero, ella pitó un penalti y yo le dije que no era penalti, a lo que me respondió, ‘ve ¿y es que vos sabes pitar mucho o qué?’, y yo, que era un monito muy contestón, le dije: ‘Pues más que vos sí’, y me dijo, ‘entonces vení y pitá’.
Como yo veía que los árbitros sacaban tarjeta amarilla y roja, le dije, ‘venga que esto no es solamente con el pito, esto es también con las tarjetas’. Me fui para la tienda de la escuela y busqué en el basurero un empaque de Bon Bon Bum que era rojo, y el de una cajita de chicles amarilla. La profesora me entregó el pito de piñata, y le dije, ‘lo que uno no sabe, se lo inventa’. Pité el partido y todos me creían. De ahí empecé a pitar el interclases. Ya me gustaba más pitar que jugar.
A los doce años empecé a pitar en Remedios los torneos de la sub-8 y la sub-10, y jugaba la sub-13 y sub-14, también estuve en la Selección Remedios juvenil.
Me decidí por el tema arbitral cuando me llamó Juan Manuel Gómez y me dijo, ‘va a haber un zonal para el nordeste antioqueño en Segovia, ¿va a ir a pitar?’. Yo le dije que estaba en la Selección de Remedios y él me dijo, ‘decídase, o pita o juega’. A mí me había sacado el técnico porque perdimos con Vegachí 2-1, de visitantes, por un error mío. Le tiré la camisa y dije, ‘hasta aquí llegué en la Selección, ya no más fútbol, me meto solamente a pitar’. Todo el mundo aplaudió esa decisión. Eso fue en el 95 ó 96.
El Intermunicipal es el torneo más difícil que he dirigido en la vida, y he pitado todo, los torneos habidos y por haber a nivel nacional e internacional. Cuando yo llegaba, veían un monito, flaquito, y la gente no me creía; pero cuando me ponía el uniforme en el que yo me decía que era el mejor del mundo, con el pelo engominado, entraba bien a la cancha, empezaba a pitar y todo el mundo creía en las decisiones que yo tomaba.
Yo soy montañero del nordeste antioqueño: nací en Amalfi, me crie en Remedios, pitaba en Segovia y tenía una novia en Vegachí. Los pueblos del nordeste me los conocía de pe a pa. Empecé a tener este carácter por mi mamá y mi abuela. Ellas eran muy bravas. Nosotros no éramos una familia con melosería, picos y abrazos, nada. Si usted no hacía caso, taque, tome su zurriagazo, si no iba a traer lo que le pedían, se ganaba el otro. Yo valoro eso porque me ayudó a formarme en carácter, a no estar agachando la cabeza, a poder decir que no ante cualquier adversidad. Cuando uno decide meterse en el tema arbitral tiene que estar bien puesto en la cancha, con fuerza, con fortaleza, con autoridad.
Empecé empírico, pitando por el conocimiento que tenía como futbolista. Alguna vez un árbitro fue a dar un curso a Remedios y a mí me inscribieron, tenía trece o catorce años. Cuando hicieron el examen de quince preguntas, yo saqué dos puntos, porque decían: diga las siete causales de expulsión, y yo puse, decirle hp a un jugador, pegarle una patada muy duro a un jugador, sacarle sangre a un jugador; preguntaron: ¿qué da tarjeta amarilla?, alegarle a un árbitro, empujar a un jugador muy duro; ¿cuánto pesa el balón? Yo puse que por ahí una libra. No sabía nada, no tenía reglamento. En ese momento comprendí que me tenía que preparar, empezar a leer, a estudiar y a ver partidos.
Yo seguía en esa época a un árbitro argentino, Javier Castrilli, que para mí ha sido el máximo exponente a nivel mundial, fue mi ídolo y lo sigue siendo. A mí me decían el Castrilli del nordeste antioqueño. Castrilli se hizo muy famoso en Antioquia después de pitar el partido de Supercopa entre Nacional y Santos: expulsó a la Turbina Tréllez porque cuando hizo el 2-0 se colgó de la malla, le metió la amarilla, le metió la roja, y todo el mundo decía que cómo iba a echar al goleador en el Atanasio Girardot; después de eso se fueron a penaltis, hubo un tiro que entró y Castrilli dijo que no entró, y todo el mundo gritaba, se va a morir Castrilli, se va a morir. Y el tipo era como el señor hielo, era fuera de serie.
Yo crecí bajo la filosofía de ese señor. Entraba a la cancha y no me importaba quién estaba jugando. Nunca tuve miedo de pitar un partido. A mí un jugador me miraba feo o me alegaba, y ahí mismo le sacaba la roja. Si me tocaba echar a todo el equipo, lo hacía sin problemas. Creé fama en todo el nordeste antioqueño desde el primer partido que pité, cuando tenía catorce años, en el Intermunicipal del 94, El Pato-Zaragoza, la semifinal del Bajo Cauca. Llegué a Zaragoza, busqué a la persona que me tenía que orientar y le dije, ‘¿dónde es el partido?’. Montamos como cuarenta minutos en chalupa para llegar al corregimiento de El Pato. Después hicimos un recorrido de media hora en jeep hasta un caserío con una temperatura como de sesenta grados centígrados, un calor terrible.
Antes del partido me abordaron unos señores y me dijeron que ese partido lo tenía que ganar Pato, sí o sí. ‘Aquí tiene quinientos mil pesos’, y yo les dije, ‘no, en la planilla dice sesenta mil pesos’, insistieron, ‘no, no, es que nosotros le vamos a dar quinientos mil pesos a usted’. Yo jamás en la vida había visto tanta plata junta, ni los sesenta mil pesos que me iban a pagar, y les dije, ‘no, ustedes están equivocados, yo solamente recibo sesenta mil pesos’, ‘ah es que este pelado, ese es el problema cuando mandan esos muchachitos de Medellín’. Entonces yo les dije, ‘¿de Medellín?, yo no soy de Medellín…’, ‘¿de dónde sos pues?’, ‘yo soy de Remedios, Antioquia’, ‘ah, con razón, este guerrillero’.
Comenzó el partido y fue una cosa terrible. El primer tiempo terminó 0-0. Volvieron los señores. ‘Oiga monito, ¿usted no quiere recibir la plata?’, ‘yo no quiero recibir plata, a mí me pagan los sesenta mil pesos’. Yo había pensado que con esa plata me iba a comprar unos zapatos para el colegio. El tipo sacó un arma y me dijo: ‘Si hoy pierde Pato usted de aquí no sale vivo, y mire que estamos muy lejos del puerto pa coger la chalupa pa Zaragoza. Esto es un desierto, usted no tiene salvatoria’. Y le dije, ‘hermano, si me van a matar hágale. Ayer mataron 35 personas en Remedios, no se preocupe por eso’.
Me metí al segundo tiempo y hubo un gol de Pato, y después otro. Ganaron 2-0. No me iban a pagar después del partido, pero yo tenía los carnés y les dije: ‘Estos carnés los mando para Medellín y ustedes no pueden jugar la final contra Caucasia’. Trajeron la plata, me pagaron los sesenta mil pesos y me tocó amanecer en Segovia. Por la noche me dice el director de deportes: ‘Vamos que por allá están unos señores que lo quieren conocer’. Se me acercó un señor y me dijo, ‘mire, yo soy tal persona, yo lo quiero conocer a usted porque le mandé quinientos mil pesos y usted no los quiso recibir, y yo quiero saber por qué’. Y le dije con la inocencia de un pelado de catorce años, ‘no ve que en la planilla decía sesenta mil pesos’. ‘No, es que eso era para que usted nos hiciera ganar a nosotros. Pero menos mal hermano usted no los quiso recibir, porque se los dimos al arquero y a un defensor central de Zaragoza’. Entonces recordé que el arquero no cogió ese balón que venía cruzado, y que el defensa hizo un penalti más grande que la catedral de Manizales. Después de ese partido dije que iba a ser árbitro profesional. Ese fue el primero de los casi cien partidos que pité a nivel intermunicipal en Antioquia.
En el Intermunicipal aprendí a no tener miedo. Ir a un municipio y saber que podría ser la última vez que estuviera vivo, porque los partidos eran una fiesta, todo el mundo tenía que ver con el Intermunicipal de los noventas. Una vez en San Rafael expulsé tres jugadores: uno era el alcalde, el otro el personero y el otro el comandante de la policía. Me decían que de ahí no saldría vivo. Me salvó un miembro de la policía que había visto el partido y apoyaba las decisiones que había tomado. Me escoltaron hasta la salida del pueblo y me dijeron: ‘Hasta aquí es jurisdicción de nosotros. Usted espere el bus para Medellín, no podemos hacer más nada, hasta aquí lo trajimos vivo’.