Chan con chan
Fernando Mora. Fotografía: Juan Fernando Ospina
Ante la queja que pregona cada cierto tiempo la escasez de pauta y otras penurias de esta casa editorial, no faltan los lectores que piensan que aquí, a duras penas, hay plata para cubrir lo que pasa en las cuadras del Centro… Pues andan muy equivocados ya que Universo Centro logró aforar un reportero, con todo y carné, para la ciudad de Turbo. Allí nuestro enviado especial, con el apoyo de la flota Rápido Ospina, tuvo la misión de entrevistar a ‘La Turbina’ Tréllez, esa gloria del balompié nacional (jugó en Nacional). Además de pasar las verdes y las maduras, entre canchas, bares y plataneras; este ojo bárbaro obtuvo una instantánea del Urabá profundo que bien vale un apunte.
La postal de puerto nos recuerda en principio al cartel clásico “Yo vendí a crédito, yo vendí al contado”. Como sabemos, la imagen de la izquierda es siempre la que presagia la ruina de vender al fiado; la de la derecha, por el contrario, alude a la prosperidad del que solo vende al ritmo del chan con chan, que es como suena el dinero cantante y sonante.
En la tienda de la izquierda parece que venden de todo menos las comidas que muestra su anuncio: ¿una cantina disfrazada de comedero?, ¿una tienda de minutos con tufillo a garito? Hay dos compadres que quieren hacernos creer que solo refrescan el bochorno del Caribe con una sola cervecita. Uno de ellos hasta se congracia con el lente del mirón.
Pero si vemos en detalle la mesa, hay adelante un envase vacío de pola, solo que detrás suyo asoma una botella de whisky enchuspada con torpeza, para disimular. No se sabe ante quién guardan las apariencias: ¿una esposa acuciosa?, ¿el inspector de rentas?, ¿algún pedigüeño? Son las dos de la tarde, según el reloj del local vecino. Una hora cargada de sofoco, de mal agüero para trabajar, dirán con razón estos nativos.
Es posible que el dueño de la izquierda sea un cantinero cegatón, que no se percata de que sus clientes beben de contrabando, sin pagar la descorchada.
Una cervecita no hace verano. Pero queda la venta de llamadas para bandearse. La oferta dice que vale 99 pesos el minuto, lo cual rinde mucho si sabemos que el tiempo en el trópico pasa más lento. Imaginamos también la cantidad de monedas de peso que necesita este parroquiano para devolver…
A la derecha, separado por una frontera invisible está don Próspero. En tres puntá, recién almorzado, el hombre parece arrullado por la marea de la siesta, un palillo sobresale de su boca como remo de boga. Pero tras esa mansa placidez su mirada revela a un ser pragmático. Ofrece las gallinas crudas que otros cocinarán. Él no se complica, lo suyo es la espera del centavo seguro, junto al buque varado del refrigerador. No parece inquietarle lo que pasa allá enseguida: hombre sabio.
Solo el nombre de su local es todavía un enigma. La tienda se llama El Tancón. Y dadas las prisas del reportero, no se pudo indagar por qué le puso así. Wikipedia dice que Tancón es una población de la Borgoña francesa. De entrada no creemos que provenga de allí, pues en la tienda no hay vino ni pa remedio. Tal vez tancón es un tanque grande, un cipote de tanque y nada más. Al fondo suena la canción de Rodolfo Aicardi: chan con chan, chan con chan…