El degüello obedece a las leyes de las tareas mecánicas.
Los novillos son izados estando ya medio muertos,
las poleas los mueven por el aire, atados de una pata trasera,
y el filo se repite sobre sus arterias mayores.
Nada de ofrendas, nada de frotarles el lomo con ceniza.
No hay tiempo para limar sus cuernos,
para hacerlos apuntar al cielo y
coincidir con la corona del paciente buey.
Su sangre se derrama sin ceremonias y
sus cabezas no se encumbran en las encrucijadas
de algunas ramas secas..
Los dioses primitivos y ajenos son comprensivos,
reciben con agrado esa seguidilla de muertes, esa tropa inocente de despojos.
Saben que necesitamos de sus gracias a cambio de ese ritual de carniceros.
Y le entregan a las faenas diarias del matarife
un valor para curar las angustias de la joven embarazada;
acogen la sangre de tres reses como dádiva de una pareja
y sus recientes promesas; oyen las últimas quejas
de los sacrificados como oraciones de los hombres enfermos.
Entienden esos dioses que no están los
tiempos para adornar novillos o investir matarifes de feria.
Es posible que también a ellos
convenga la desmesura de ese rito deslucido.
P.G.