Sin muerto no hay corraleja
Fotografías de Stephen Ferry
El toro no entiende nada en medio del bullicio y de los trapos que se agitan a lado y lado. Capotes que anuncian almacenes de variedades y números en el tarjetón. No reconoce los gritos que vienen de la arena, y lo llaman y lo retan con un insulto, de los que llegan desde las tribunas de madera, que animan, ofrecen, chillan de horror o alegría. El ojo del toro no logra ordenar la plaza, se distrae con cada lance. El toro ni siquiera reconoce cuando su embestida deja una cicatriz para el orgullo o una cornada mortal.
El fotógrafo busca un orden para entender la fiesta. Su atención encuentra la reverencia de quienes brindan el espectáculo frente a quienes lo pagan. En este circo el respetable paga directamente las hazañas de los payasos, los héroes, los borrachos, los diestros y los siniestros. El lente del fotógrafo apunta al palco, se agazapa bajo las tablas, mira el desorden de espontáneos en la arena. Intuye un orden que le sirve para responder preguntas más grandes y más serias. Preguntas y respuestas de la plaza mayor.
Al final de la tarde una frase despreocupada y brutal desbarata sus teorías. O las reafirma: "Es que esa es la diversión que aquí encuentra la gente de la costa: si no hay un muerto no hay corraleja… lo demás a la gente no le vale nada.".
Escuche aquí
Omar Castillo y Eugenio Castro, de Planeta Rica, Córdoba, responden algunas preguntas al fotógrafo Stephen Ferry sobre las fiestas de la Corraleja. Le explican, sin mucho asombro, que la diversión de estas fiestas radica en la muerte de alguno de los hombres que se enfrentan con los toros.