La cuenta a mano alzada de un periódico económico dice que los recientes cuatro paros –cafetero, cacaotero, arrocero y transportador– le costaron al bolsillo de imprevistos del Ministerio de Hacienda cerca de un billón doscientos mil millones de pesos. En la Casa de Nariño le temen a las aglomeraciones como a “la maldita Niña”. Cuando había tumulto suficiente decidieron que los ministros y Angelino debían atender el problema. Los cafeteros marcaron la trocha y sus colegas les siguieron el paso. En tiempos de indignados las aglomeraciones tienen mucha audiencia. Conciencia ciudadana, dice el manual.
Hoy el café representa solo el cuatro por ciento de las exportaciones colombianas, pero hay quinientas mil familias cafeteras cobrando un precio de ripio por sus cargas. El gobierno tenía que sacar el paraguas, y antes de que lo guardara vinieron los demás. Es el legítimo derecho a extender el sombrero. Ahí ganaron muchos, incluso algunos especuladores cafeteros que guardaron sus cargas en busca de un mejor precio pactado en Bogotá. Una negociación muy de plaza de mercado en la Plaza de Bolívar.
En medio de esas movilizaciones aparecen siempre los payasos. No descalifican el movimiento, sino que le entregan algo de profesionalismo y sabor local. Las lenguas del gobierno negociador han dejado caer algunas historias. Un negociador cafetero en Risaralda, joven elocuente de poncho y sombrero, entregaba cifras y reclamos en un discurso más de auditorio que de tarima. Un funcionario aburrido oía el sonsonete con curiosidad; le recordaba a alguien conocido, una voz reciente. De pronto lo vio vestido de bata blanca, soltando un discurso sobre la explotación a los médicos. Era el recuerdo de una reunión de meses atrás en las afueras de un hospital. Si puede haber profesionales para atender paros, por qué no para provocarlos. El hombre se asustó cuando el funcionario le preguntó por su ubicuidad. “Es que yo soy de familia cafetera”, respondió.
Poco a poco la protesta se va convirtiendo en una fase más de la cosecha. Durante las marchas y las presiones palaciegas se encontraron el Moir de Robledo y el Centro Democrático de Uribe. Uno iba disfrazado de médico y el otro de cafetero.