síguenos 

     Número 41 - Diciembre de 2012


ARTÍCULOS
Estampas con la doña
Andrés Burgos

Es la pregunta que más me han formulado desde su participación en Sofía y el terco: ¿Cómo es trabajar con Carmen Maura?
A menudo me siento como un envejecido actor infantil de radioteatro que ha presenciado un asesinato o el aterrizaje de un ovni pero del que todos quieren oír únicamente su declamación particular de El renacuajo paseador. Una suerte de niño poeta (¿qué será de la suerte de El niño poeta?). En fin, ahora pretendo conjurar futuros curiosos y contar lo que quisiera contar. No es mucho, la verdad, porque no establecimos una de esas relaciones míticas que le gustan a la gente sobre actores y directores, lazos viscerales y mágicos que hablan de la esencia humana y el arte. En realidad fuimos más como vecinos cordiales de cubículo, eficientes y claros, conscientes de jugar en el mismo equipo y sin prevenciones a la hora de soltar el balón.

El perro como embajador

Ya estaba claro que Carmen García Maura quería actuar en Sofía y el terco. Luego de un par de conversaciones telefónicas, empezamos a intercambiar correos electrónicos. Pocos. Evité también a toda costa el uso de Skype, que en alguna medida paradójica solamente soy capaz de manejar espontáneamente con gente cercana.

Ella nunca había estado en Colombia y, para irse enterando de lo que la esperaba, me pidió que le enviara una foto mía. Le mandé la primera que encontré, donde aparezco recostado en el sofá de mi casa, en sudadera, con el computador portátil compitiendo por el espacio con mi perra, una bulldog francesa que siempre quiere estar ovillada en las piernas de alguien. A las productoras esto les pareció un exabrupto, ¡cómo se me ocurría enviar semejante cuadro! Balbucí algunos débiles argumentos a mi favor, donde mencionaba la espontaneidad y valores abstractos por el estilo, pero no me quedó más remedio que reconocer mi ligereza. De todas formas, el mal ya estaba hecho.

O no. Semanas después, Carmen me comentó que la foto le había llegado al corazón. Hacía pocos meses se había muerto su perrita, que la había acompañado por todo el mundo durante catorce años e innumerables películas, y ella aún no elaboraba la pérdida. Afirmó que saber que iba a trabajar con alguien dueño de un perro –en realidad de dos– le reafirmaba la conexión que sintió cuando leyó el guión. Yo corrí a retirarles a las productoras las disculpas que me habían arrancado.

Carmen Maura, Sofía y el terco

Va la madre para la madre patria

Nunca tuve tantos papeles de respaldo para asistir a la cita en una embajada. Y jamás sabré si habrían funcionado. Una de las productoras de la película y yo, con la intención de encontrarnos en Madrid con Carmen para conocernos personalmente y discutir detalles de la película, hicimos fila en la sede diplomática española una mañana. Dos. Tres. Todo bajo la lluvia. Y nunca llegamos ni siquiera a la puerta. No importaba qué tanto madrugáramos al día siguiente, a media mañana una voz anunciaba que no se atenderían más casos. Al parecer los puestos estaban vendidos, era inútil hacer fila. Sería imposible viajar. Temimos que la presencia de nuestra actriz en la película corriera riesgo, pues de antemano ella nos anunció que no quería cruzar el Atlántico una y otra vez para reuniones.

Carmen no compartió nuestra angustia y, sin importar que no tuviera más referencia de nosotros que nuestra propia presentación, propuso venir antes de lo planeado. Así contaríamos con el tiempo suficiente para conocernos y ensayar. Su decisión estaba tomada y era un acto de fe.

Carmen Maura, Sofía y el terco

Laureano en átomos volando

Carmen se hospedó en un hotel en el Norte de Bogotá. A la segunda noche una explosión sacudió la zona. Un petardo había volado el busto de Laureano Gómez a pocas cuadras de allí. Un estallido que detonó un dilema: ¿La llamábamos a ver cómo estaba? ¿Se habría dado cuenta? Si no, ¿la alarmaríamos innecesariamente? En caso de que hubiera escuchado, ¿sería mejor hacernos los locos y bajarle dramatismo al asunto? ¿La ofendería nuestro silencio porque supondría que no nos importaba su seguridad? ¿Qué tal que agarrara una maleta y saliera huyendo?

La decisión fue llamarla y tratar el tema con el mayor tacto y naturalidad posible. Ella nos respondió en completa calma, bromeó diciendo que sí le habían dicho que este país era muy movido y nos deseó una buena noche.

Sacrificios 1

Mi mamá murió al segundo día de rodaje. No fue una sorpresa, llevaba media semana inconsciente en una cama y solo faltaba el desenlace final. Yo había estado unos días antes en Medellín, despidiéndome y poniéndome en paz con los sentimientos encontrados. Tuve que regresar a Bogotá sin que nada sucediera aún porque la filmación no se podía retrasar. El presupuesto no lo habría soportado.

La noticia me llegó un sábado por la noche, una vez terminado el trabajo. Yo ya había decidido que no iba a volver a Medellín pasara lo que pasara. Mi familia me apoyaba en el compromiso que había adquirido. Nada iba a cambiar. Esa noche, sin nada más que hacer además de un par de llamadas de rigor, me senté a ver en silencio la final del fútbol colombiano en televisión. Ganó Nacional. Fue la primera escala en la espera del sueño que no llegó.

A la siguiente jornada de rodaje el equipo ya se había enterado de lo sucedido. Hubo condolencias sobrias, esparcidas. Carmen se acercó a mí y lo único que dijo fue “gracias por venir”. Yo asentí agradecido y procedimos a trabajar.

Sacrificios 2

La gente supone que por haber estado ligada a la ya mítica Movida madrileña Carmen es un personaje bohemio y amante de la vida nocturna. Nada más alejado de su personalidad. En realidad es bastante zanahoria. Es difícil que se tome un trago y la entusiasma más el inicio temprano de una jornada de trabajo que la extensión de una noche de fiesta. Almodóvar, cuando aún eran amigos, tenía una parada regular en su casa para dejarla antes de continuar la marcha con los demás.

Tal vez esto tuvo que ver con sus orígenes. El mundo artístico y sus arandelas llegó a ella cuando ya tenía otra vida formada. Era la esposa de un tipo importante, muy ligado al poder en España, y llevaba la rutina convencional de una mujer acaudalada en Europa. Pero un día la actuación se le atravesó y ya nada volvió a ser igual. Le dijeron que eso no podía ser su vida y ella se empeñó. Esto le costó que la separaran de sus hijos por muchos años.

Quizás este pasado le sirvió para identificar lo que pasaba por mi cabeza con la muerte de mi mamá y mi obstinación en continuar rodando. Quizás.

Actuar jugando

Carmen repite una y otra vez que la actuación para ella es un juego, que se siente como una niña que se adentra temporalmente en mundos fantasiosos. Esta definición me pareció siempre juguetona, hasta que hicimos una escena que me dejó perplejo. Era la parte más triste de la historia, y después del “¡Acción!” Carmen emprendió una ejecución de dolor que unió al equipo en la admiración. Cuando le confirmé que había quedado tal cual lo soñaba y que ya podíamos pasar a otra cosa, ella se fue alegremente a tomarse un café afuera. Como si nada hubiera pasado. Detrás de mí, una de las chicas que trabajaba en la asistencia de producción tardó un buen rato en recuperarse del llanto que la había emboscado.

Carmen Maura, Sofía y el terco

Los caminos de la diva

¿La tuvo fácil la producción con ella? Sí y no. Hagan la cuenta: mujer, actriz, famosa, española, 66 años… Una sola de estas características justificaría un buen cúmulo de neurosis y mañas. Sé de actores mucho más jóvenes y menos talentosos que ponen cuatro veces más problema. Eso sí, a los mismos a quienes les prodigó un regaño (los españoles regañan todo el tiempo) los vi también en algún otro momento tomarse un café o una foto con ella. Compartió cigarrillos y conversaciones con casi todos los miembros del equipo, sin importar su posición en el organigrama.

Su trato conmigo fue único. Su entrega a la voluntad del director es incondicional. Desde el inicio me dijo que lo que ella hiciera bien o mal dependería de mí. Y bien, esta actriz de decenas de películas, ganadora de la Palma de oro en Cannes y del Cesar de la academia francesa, fanática de las Barbies, abuela devota, dueña de una nueva perrita que por pura casualidad terminó teniendo el mismo nombre de la mía –que ella desconocía–, esta señora de talento espontáneo, casi infantil, hizo exactamente lo que le pedí. No sé si se trató de un voto de confianza absoluta o de un inmenso acto de irresponsabilidad. Lo cierto es que cuando veo sus ojos en pantalla, expresivos y versátiles, siento que valió la pena. De todas formas, como no soy objetivo, ahí están las imágenes para que juzguen ustedes mismos. UC