Así el Papa Benedicto XVI asegure que en el pesebre de Belén no había ni burro ni buey; o así los ateos digan que tampoco hubo Virgen ni San José ni mucho menos un Dios trasmutado en niño, los fieles recuerdan la natividad a su manera y en nuestros pesebres no es raro ver una vaca roja muchísimo más chiquita que el Niño, ovejas de más alzada que un camello o dromedario que también ronda por allí, que a su vez es ligeramente más chico que San José, estando de rodillas; y hasta es posible encontrarse una que otra Barbie desnuda y medio tuerta.
Un pesebre justamente podría ser este collage, apenas intervenido por el fotógrafo, quien admite que armó el entramado pero sin mayor esfuerzo, simplemente reacomodando cachivaches en un mismo tendido del centro comercial Los Puentes.
Ahí, entre lo sacro y lo profano, están pintadas nuestras miserias y alegrías, nuestros sueños, nuestra capacidad para el rebusque y el trabajo. Hay licor para las fiestas decembrinas, pero no faltan las gafas oscuras. Y si bien está presente la granada como símbolo del odio y la violencia, también tenemos las tijeras para desatar el nudo.
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