Antropófagos feroces que en el medio de la noche no dejan pasar un coche sin tratarlo de asaltar.
Piero. Los indios pirulines
La noticia reciente de un hombre que fue atrapado mientras se comía a un indigente en una autopista de Estados Unidos —tenía un ojo en la boca cuando lo cogieron—, junto a la de un chef que se define como asexuado y subastó su pene y testículos para cocinárselos al mejor postor, se sumarían a la notoriedad de Armin Meiwes —el Caníbal de Rotemburgo—, quien en 2001 mató y se comió a una víctima voluntaria que encontró a través de Internet. El canibalismo sacude las vísceras de muchos con solo mencionarlo, aunque cuando sucede, sacude más las del comido, o las del comensal, depende de la calidad de la vianda.
La antropofagia ha sido ampliamente debatida desde diversos puntos de vista: morales, éticos, sociales, antropológicos. Dentro de la Antropología ha sido un asunto de constante debate y tanto quienes investigan las sociedades actuales —antropólogos sociales— como las pretéritas —arqueólogos— han participado en la discusión. Al parecer, para la sociedad occidental y judeo-cristiana, la antropofagia solo es permitida cuando se come un hojaldre y se toman un vino que, simbólicamente, han sido designados como el “cuerpo” y la “sangre” de un señor que supuestamente murió por todos nosotros hace unos dos mil años. Para Occidente, el canibalismo es un tabú convertido en hostia.
Es común que cuando un científico presenta cualquier tipo de evidencias de canibalismo en sociedades no occidentales, una avalancha de críticas le caigan encima, normalmente con el argumento de que está demeritando la riqueza cultural del otro. Esta es una postura típica de muchos antropólogos e indigenistas cuando se pone en duda la idea del buen salvaje.
Existen muchos ejemplos de grupos humanos independientes que practican o practicaron el canibalismo como rito y costumbre; es decir, que consumieron carne humana por razones diferentes a una urgencia vital, contrario a los escasos ejemplos que existen en las sociedades que aborrecen la antropofagia: los rugbistas uruguayos en Chile o el Donner Party en Estados Unidos, por ejemplo. Los detractores del canibalismo consideran cualquier ejemplo de “segunda mano” como no válido y se amparan en el argumento de que los datos pro-caníbal están sesgados por el occidentalismo.
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Vale la pena que, con ejemplos, muestre experiencias de canibalismo como costumbre y lo haré con dos casos: uno de una sociedad actual y otro de una sociedad del pasado. Intentaré así mostrar un pequeño ejemplo de la gama tan variable de comportamientos humanos que puede sorprendernos a nosotros, por extrañas, pero que lo mismo sucede a otros con nuestros comportamientos comunes.
Kuru es un tipo de encefalopatía, una enfermedad degenerativa cerebral incurable. La palabra se deriva de un vocablo en lengua Fore que significa “temblor”. Esta enfermedad se transmite por un agente infeccioso llamado prion, que es una proteína desenvuelta y no está catalogada ni como virus ni bacteria ni hongo ni parásito. El período de incubación de esta enfermedad es muy largo, aproximadamente 30 años, y es mortal en un corto período de tiempo luego de que se da el desarrollo del patógeno. Por mucho tiempo se pensó que la enfermedad era hereditaria porque tenía alta incidencia en miembros de la familia. En 1957 un médico de apellido Gajdusek y su equipo de trabajo comenzaron a investigar la enfermedad y demostraron que no era hereditaria, sino infecciosa, lo que les valió el premio Nobel de Fisiología en 1976. Dado que la enfermedad es infecciosa, se buscaron alternativas para hallar la causa de la incidencia en líneas familiares. En 1961, el médico Michael Alpers y la antropóloga Shirley Lindenbaum, empezaron trabajo de campo con los Fore y se dieron cuenta de que sus prácticas funerarias incluían el endocanibalismo: los familiares se comían al occiso. En particular ingerían las vísceras, y el cerebro que alberga el prion causante del kuru. La mayor epidemia de kuru ocurrió a principios del siglo XX y se extendió rápidamente por varias comunidades de Nueva Guinea. Las razones de la epidemia no se entendieron bien, entre otras razones porque nosotros los occidentales ni siquiera consideramos la posibilidad del canibalismo. De ahí que que para los Fore la expresión “comida familiar” significa algo un tanto diferente a lo que pensamos nosotros.
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En noviembre del 2000, un grupo de científicos de la Universidad de Colorado, liderado por Richard Marlar, publicó en la revista Nature un artículo que defendía la postura de que en el suroeste de Norteamérica se practicó el canibalismo hacia el 1150 dC. Antes de la descripción de este caso, muchos otros habían sido documentados arqueológicamente y había evidencias de desmembramiento de cuerpos humanos y cocción; pero estas tesis siempre habían sido descartadas por los detractores, argumentando que podía tratarse de prácticas mágico religiosas o de desmembramiento postmortem para entierros secundarios, que las evidencias no indicaban necesariamente antropofagia.
Aquí es donde el caso presentado por Marlar hizo la diferencia. En el sitio se encontraron en una vasija y en heces humanas residuos que contenían mioglobina (una proteína que está confinada al corazón y al músculo esquelético), identificada inequívocamente como humana. Podría argumentarse en contra de este hallazgo que se trata de casos de personas con sangrado intestinal y por esto la mioglobina. Sin embargo, Marlar y sus colegas mostraron que en otras heces encontradas en otros sitios de la región no había mioglobina y que estudios actuales de personas con sangrado intestinal tampoco hay presencia de la proteína, concluyendo que es necesario ingerirla para defecarla. La explicación más sencilla nos indica que allí se practicó la antropofagia. Es el principio de parsimonia como lo define Dawkins: si usted ve un vehículo en movimiento puede plantearse dos hipótesis: se mueve con energía psicoquinética o se mueve con gasolina. Pero si huele a gasolina, tiene tanque de gasolina y motor de gasolina, lo más probable es que se mueva con gasolina.
La diversidad de comportamientos humanos puede sorprendernos y hasta escandalizarnos. Las experiencias de cada sociedad en su entorno tienden a resultados que, a los ojos de otros, pueden resultar aberrantes, pero que para los propios tienen una lógica interna. Nuestros antropófagos podrán parecernos aberrados, pero si yo no canibaleo siendo Fore o siendo un indígena del suroeste norteamericano de hace mil años, quizás hubieran sido mis vísceras las que hubieran terminado revueltas en el picnic.
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