No importan los 50 años del concierto que se evaporó en el bar Marquee. Los Stones han sido celebrados en exceso. Vale la pena leer sus nervios en busca de una pista para fijar el precio del toque.
Julio es el mes de nuestra fiesta nacional pero también suma en sus días el aniversario de una institución sonora. Una que antes de serlo subvirtió el orden musical imperante para establecer su irreverente majestad. Esta, como tantas otras revoluciones, quiere tumbar a quienes mandan, ofrecer nuevos horizontes y exhibir orgullosa su triunfo. "Moverle la silla al jazz" era la consigna ,según el cronista de la revuelta que firma las quinientas páginas del relato autobiográfico que ahora presentamos. El bandido memorioso —Keef lo llamarán— es quien, a pesar de su intoxicada reputación, cuenta en el libro Vida los detalles de una historia que es también la historia de un género musical.
Estos esmirriados fanáticos de la música popular norteamericana sueñan con llevar el blues de Chicago al Reino Unido. Viven juntos en un cuchitril con calentador de monedero que, gracias a sus vecinas estudiantes de magisterio, sobrevive al caos de una tribu dedicada a oír canciones y estudiar hasta la última de sus costuras para luego ensayarlas con el grupo. Es justamente esa condición de tropa la que recibe mayor cuidado en este "solo" donde el guitarrista nos cuenta cómo se tira la primera piedra:
"Debía estar saliendo con Lee cuando nos dieron nuestra primera presentación con los Rolling Stones, un nombre que horrorizaba a Stu. Después de saber cuanto costaría la llamada, Brian telefoneo a Jazz News, que servía un poco de guía en el mundillo, y dijo:
Tenemos una presentación en…
¿Y cómo se llama tu grupo?
Nos quedamos mirándonos los unos a los otros con cara de sorpresa: "¿El rollo este? ¿Lo que montamos?". Y la llamada costaba. ¡Muddy Waters, ayúdanos! La primera canción de The Best of Muddy Waters es "Rolling' Stone", la funda del disco estaba en ese momento en el suelo. A la desesperada, Brian, Mick y yo nos tiramos al agua:
Los Rolling Stones.
¡Mierda, qué tensión! Gracias a esto y a no pensarlo mucho nos ahorramos seis peniques.
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Un toque! El grupo de Alexis Korner iba a actuar en una retransmisión en directo de la BBC el 12 de julio de 1962 y nos pidieron que tocáramos por ellos en el Marquee. El baterista esa noche fue Mick Avory, no Tony Chapman como extrañamente se cree, y Dick Taylor tocó el bajo. Los Stones de los primeros tiempos (Mick, Brian y yo) tocaban su repertorio de siempre: "Dust My Broom", "Baby What's Wrong?", "Doing the Crawdaddy", "Confession the Blues", "Got my Mojo Working". Ahí estás tocando con tus colegas y piensas: "¡Sí, una putería!". Es una sensación impagable. Y llega un momento en que te das cuenta que realmente has abandonado el planeta durante un rato y que eres intocable, flotando a varios metros del suelo, porque estás con otros tipos que quieren hacer exactamente lo mismo que tú y, cuando funciona, eso te da alas. Sabes que has ido a un sitio donde la mayoría de la gente nunca ha estado, un lugar especial, y a partir de ese momento vuelves una y otra vez y luego aterrizas. Al volver siempre te agarran, pero aún así no dejas de sentir las ganas de hacerlo nuevamente. Es como volar sin licencia".
Faltaba algo de tiempo para que el repertorio de las Satánicas Majestades incluyera canciones propias. Dice Richards que antes era necesario buscar por lo menos un amplificador (Bill, el bajista, llegará con uno que los dejará como el logo del grupo) y hacer cualquier cosa por conquistar a Charlie Watts. Lograrían eso y más para la música popular del siglo veinte, particularmente para el rock al que Keith define de la siguiente manera:
"Eso es el verdadero jazz, ese es el gran secreto: el rock and roll no es nada más que jazz con un backbeat muy marcado".
Muchas personas sienten que su patria es la música, que su filiación es cadenciosa y los vincula a una familia extraterritorial o planetaria fundada en el aire. Bien podríamos entonces celebrar el 12 julio este otro aniversario. El de la fundación de una monarquía de juglares a los que ya parece demasiado desearles salud y larga vida.
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