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     Número 36 - Julio de 2012


RAYADURA ALZHEIMER
El niño octogonolizado narra su versión pirata
José Gabriel Baena

Through the past, darkly - Big Hits Vol.2Through the past, darkly - Big Hits Vol.2

Pero lo más impresionante estaba adentro. La cubierta interior desplegada mostraba a los Stones, acostados formando una estrella en una calle londinense cualquiera, con su magnífica ropa psicodélica, y todavía estaba con ellos el majestuoso pianista Brian Jones, quien acababa de morir ese verano en su piscina de ginebra púrpura. Un pequeño poema al estilo de Keats, tal vez escrito por Jagger, era como su epitafio, pequeño, en letras amarillas, escrito en la calle: When this you see, remember me / and bear me in your mind. Let all the world say what they may / speak of me as you find (1943- 1969); esa era la carátula más insolente del rock que se hubiera publicado hasta entonces. La dependienta me preguntó si me lo envolvía, le dije que no: quería salir a la calle exhibiendo semejante bomba de relojería.

La inauguración del álbum octogonal de los Stones en el equipo de ocho parlantes de mi casa un sábado por la tarde fue un escándalo total, y desde entonces mi mamá, por años, siempre que yo iba a poner algún cosita de rock, gemía mientras se encerraba a hacer la siesta en la blindada pieza del servicio, "¿Otra vez esa música de perros y gatos?". Y sí, con esa música de cantantes como coyotes aullando bajo lunas dementes, mi cerebrito octogonalizado para siempre, seguí incólume por la vida, vagabundo en mi habitación sonora durante los siguientes tres años de huelgas en la Nacional, oculto entre mi melena que me llegaba hasta la cintura y una chaqueta de talla 40 que saqué de no sé dónde. Y mientras tanto mi colección de discos crecía, crecía, y mi fama de rockero solitario se iba regando por el barrio. Pero el humo santísimo de la Lechuga Santa todavía estaba por llegar, esparcido por la muchedumbre de idiotas que después de ver el documental del Festival de Woodstock en el Teatro Junín, el 25 de diciembre del 70, se volvieron hippies de lujo y de boutique. Todo cambió.

En agosto se había suicidado Hendrix en Londres. Meses antes una disquera colombiana había publicado su único disco en el país, que por gracia o desgracia salió "fallido". El lado 1 anunciaba seis canciones pero en verdad aparecían otras dos joyas: "All along the watchtower", de Bob Dylan, y "51st Anniversary". El lado 2 ofrecía otros seis temas: cuatro desaparecidos "Crosstown traffic", "Stars that play with laughing Sams´s dice", "Highw Chile" y "Burning of the midnigt lamp", y en cambio aparecían dos como "Red house" y "Remember", aparte de "Stone free" "Manic Depression" y "Foxy Lady". Un laberinto. Una equivocación de fábrica como esta vale hoy unos centenares de miles de euros. Tengo dos ejemplares. La música debe servir para algo, digo de nuevo. ¿Qué dices tú, mi "Donna Donna"? ¿Oyes algo en este momento? Son las 3 a.m., hora del Maligno… UC

A mediados de los años sesenta mi hermano Jesús empezó a comprar, ahorrando monedas aquí y allá de la plata que le daban para las mediamañanas del Liceo Antioqueño, algunos de los discos pop & rock que le recomendaba su amigo y compañero de clases Mario Zapata, excelente guitarrista. Zapata había empezado a iluminar las tardes de nuestros sábados con su guitarra marinilla (las mejores de la época) tocando casi que exclusivamente canciones de los Beatles. Traía los discos ya bastante trajinados, las canciones copiadas a lápiz, y entre estos colaba Zapata uno que otro álbum de los Stones, como Between the buttons; recuerdo que este último mostraba a los futuros satánicos como acabados de levantarse, los ojos drogos, nublados. Y en la contracubierta una especie de cómic dibujado por el baterista Charlie Watts, donde unos personajes apenas esbozados a tinta se burlaban en unos cuantos cuadros del destino incierto del disco: "Entre retoños empezó como una carcajada, pero muy pronto se volvió una farsa / Ente retoños, entre las fibras, conocemos a un montón que nos han llamado mentirosos. / Entre retoños, entre el pantano, sabes que a veces te sientes herido…"

En la segunda tira del "cómic" el álbum se vuelve un súper éxito. Pero su música no acababa de gustarme. Parecía demasiado sucia al lado de la muy pulida de Liverpool, aunque supieran tocar "en partitura", sobre todo el mono Brian en los teclados, quien ya estaba empezando a explorar las músicas africanas. Al margen, solía tañer Zapata para mi hermana Mary, que estaba aprendiendo a dominar la guitarra, una dulce balada judía que tocaban Joan Báez y Bob Dylan, "Donna Donna", y con ella se aprendió las principales posiciones en el mástil. Años después, en una finca hippie, una adorable señora inolvidablemente loca dijo que quien le consiguiera el disco de "Donna Donna" se ganaría el premio millonario de lamerle el Arca de la Alianza de por vida y donde fuera, y "le chuparía el cetro hasta el Apocalipsis de Durero". Y que lo mismo valía para quien le rebuscara la hermosa caja doble y perdida con las canciones y dibujos místicos de Donovan, un compositor escocés amigo de los Beatles. Debo decir que de las cajas de Donovan solo hubo una en Medellín, y la tengo bajo tres llaves. Yo le conseguí el disco de "Donna Donna"… justamente la semana en que me tenía que ir para Europa como exiliado romántico y nunca supe quién se quedó con el sangrante cáliz de consolación.

Cuando volví de las heladas tierras suecas los hippies de La Tablaza y de Robledo andaban en desbandada, casados, separados, suicidados. La vida que pasaba.

Estas sesiones de rock doméstico transatlántico fueron las que definitivamente expulsaron de mi cerebro la extraña ensalada de pop latino que se oía en las emisoras, de cantautores mexicanos y argentinos en su mayoría (Leo Dan, Palito Ortega, Enrique Guzmán —¡El papá de la sensual y reputada Alejandra de estos días!—), y empujaron hacia un extremo inexpugnable mi gusto por la música clásica europea, que vendría a emerger muchos años después. Oír pop en la radio normal era tan extraño como pensar que la tierra era cóncava (lo cual es cierto, lo juro) y solo podíamos entonces, Jesús, María y José, escuchar las nuevas canciones inglesas sintonizando en lo alto de la noche la frecuencia modulada de la BBC de Londres que se hallaba en las antiguas radiolas, con cables largos conectados a una antena en el techo.

Hasta que llegó, misteriosa y ronca "Desde Envigado, La Voz de la Música, cambiando el sonido de una generación"… ¡Queridos tiempos paleolíticos! ¡Flashback! Mario Zapata, pues, nos sacó de la noche oscura del alma grecocaldense y nos sumergió sin contemplaciones en ese mundo londinense de guitarras eléctricas y alucinación descontrolada. Los cuatro o cinco futuros peludos del pueblo nos circulábamos los pocos elepés que teníamos, venidos de extrañas manos, y sucedía a veces que todos los discos estaban perdidos porque habían vuelto a sus dueños. Nunca volví a tomar discos prestados y me propuse entonces empezar a recoger de mis algos para comprarme siquiera un LP propio al año. Pero solo el 1 de diciembre del 69 logré coronar la Gran Misión. La tarde de ese día, curioseando por el pasaje comercial Astoria, vi en la vitrina de un almacén cuyo nombre, ay, he olvidado, la carátula más insolente que mis ojos hubiesen contemplado jamás: se trataba del "álbum octogonal" de los Rolling Stones, titulado Through the past, darkly - Big Hits Vol.2, lo más original en diseño de cubiertas hasta la fecha. La carátula era doble, con todos sus ángulos cortados a troquel en fábrica, lo cual le daba los ocho lados y en suma 16. En la cubierta principal estaban los cinco Stones originales, aplastadas sus caras y manos contra un vidrio, y en la cubierta de atrás la apostasía: el vidrio totalmente roto a patadas o pedradas por los mismos Rolling, como quien dice "nos importa a fucking ass".