Han pasado casi treinta años desde que el grito del punk rodó por las empinadas laderas del Valle de Aburrá. El no futuro pronunciado en inglés cayó sobre los barrios altos de la ciudad y se adaptó a sus voces pedregosas y sus guitarras hechizas. Eran los tiempos de las tapas de olla remachadas para sonar como platillos, de los bombos armados con radiografías templadas y canecas para mezclar cemento; de los parches en terrazas y solares y de los conciertos en salones de la acción comunal, donde se tocaba al ritmo fuerte de unas baquetas labradas en palos de escoba.
Pero esas precarias circunstancias importaban poco a la hora de expresar un descontento. Sin instrumentos ni conocimientos musicales, los punks respondieron con un "No" filosófico y estético a los engañosos valores de la moto fácil y el plomo gratis que les ofrecía el momento. En la práctica, sus acordes desafinados protestaban contra la fingida armonía de la ciudad; sus guitarras y sus bajos, sacados de un tablón de comino crespo, eran la antinomia del consumismo; las crestas paradas y las chaquetas raídas de sus seguidores, no eran otra cosa que reclamos a la hipocresía de la "buena presentación".
Por obvias razones, el punk no era para todo el mundo. Las calles nocturnas permanecían desiertas y salir era en sí mismo un acto de osadía. Además, desde lo personal, no era fácil para los que teníamos gafas de miope y escaso tono muscular entrar en un pogo. Lo mismo para aquellos que no sabíamos los modales de la calle ni teníamos el estómago afilado para digerir sin consecuencias un trago de chamberlain. Pero, por fortuna para los casposos, existían los casetes regrabados una y otra vez, que caían en manos equivocadas y eran disfrutados en la intimidad.
Esa misma sensación de cuando escuché por primera vez unos temas de Los podridos en mi walkman de niño bien — tal vez en el año 88—, la tuve hace poco cuando cayeron en mis manos dos libros y un video sobre el "punk Medallo". De nuevo, los productos de esta exigente contracultura desbordaban sus propias circunstancias y tomaban vuelo propio. Se trata de dos libros escritos por David Viola y un video documental realizado por José Juan Posada, ambos fundadores de I.R.A. Los dos libros y el video son versiones de tres décadas de punk, según las miradas personales de lo que fue en esencia un movimiento de grupo, de tribu.
El primero de los libros de Viola se titula I.R.A. La antileyenda, y cuenta precisamente la historia del grupo que ayudó a fundar, y que él mismo define como "de pogo brusco, canciones cortas y fuertes, y el mensaje urbano con sátira musicalizada". Entre anécdotas e interesantes reflexiones que van del humor a la convicción, Viola consigue crear una obra que mitifica y desmitifica al mismo tiempo la historia de un fenómeno contracultural. Por su lenguaje y su manera de contar las cosas, el relato conserva la esencia punkera, en la que el virtuosismo proviene de la entrega y la honestidad.
El libro me hizo recordar a Vida, de Keith Richards y Éramos unos niños, de Patti Smith, dos autobiografías de rockeros publicadas hace poco. Quizá La antileyenda no toque solo las dificultades de la conformación y mantenimiento de una banda en el underground local, sino también sus logros y alegrías. Están en el libro los platos de sancocho y los pasteles de arequipe recibidos en pago por un concierto, las primeras salidas del país a tocar en un pantanero en el Ecuador o los aprietos para rearmar la banda ante la salida de alguno de sus miembros; pero también la satisfacción de las grandes presentaciones y las grabaciones de sus discos, que de alguna manera plantean la necesidad de trascender las férreas condiciones de ese "No" punkero, incluso en contra de sus propios seguidores.
Después vendría un segundo libro, Punk Medallo. En este, Viola intenta presentar un panorama más amplio del nacimiento y desarrollo de "una manifestación atestada de inconformes que atropellaron, abriendo brecha cultural y artística, para que pasara la caballería de la música pesada que venía sin frenos bajando por las lomas del Valle de Aburrá". Ya no es la banda, sino la búsqueda de respuestas a la filosofía y la estética del punk en su versión local. El estilo "mordaz", sin embargo, se conserva para presentar valiosa información sobre los protagonistas, los conciertos, las grabaciones y muchos otros aspectos del género.
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Punk Medallo, al igual que La antileyenda, adquiere fluidez y valor narrativo en la medida que Viola se atreve a reírse, en medio de la seriedad que exige cualquier movimiento que va contra la corriente. Amparado en su obra musical, conseguida con trabajo y dedicación, el autor se permite contar vivencias propias del punk que van más allá del ceño fruncido: grupos que se iban de gira en camiones de ganado vacíos, donde se llenaban de aserrín y de boñiga; porrazos recibidos en los pogos, tras los cuales acudía alguien con una botella de alcohol, pero no para desinfectar sino para ofrecerle un trago al herido e invitarlo a seguir en ese ritual de "empujones, jalones, pisotones, impactos, asfixia, patadas involuntarias, saltos y hasta golpes no intencionales convertidos en una extrovertida danza".
Los dos libros encuentran un equilibrio entre la trascendencia de los logros culturales y artísticos que pueden anotarse los punkeros de la ciudad por su terquedad y sacrificio, y la cotidianidad de esa peregrinación por una ciudad violenta que los vio comprometerse hasta encontrar un espacio propio. Seguramente, como él mismo lo dice, otros tendrán diferentes puntos de vista, pero no hay otra manera de comprobarlo que tirando la primera piedra. Los lectores ajenos a las botas platineras agradecemos esta posibilidad de sentir, a través de palabras, el aroma del jabón Rey derritiéndose en la asfixiante atmósfera de un concierto de garaje.
El tercer documento punk es el video titulado Más allá del No Futuro, de José Juan Posada. Quienes escuchamos hablar del autor en los ochenta como un "reconocido pandillero", difícilmente podíamos imaginarlo luego como músico, y posteriormente como documentalista. Fornido, de voz gruesa y ojos felinos, asustaba con solo verlo pasar. Sin embargo, es él quien hoy nos entrega este video sobre el "punk Medallo", como complemento fortuito de los libros de su antiguo camarada de batallas musicales.
Más allá del No Futuro es, básicamente, la recopilación de testimonios de viejos punkeros de la ciudad, editados para ofrecer la mirada personal del autor. Estas voces de quienes han recorrido las calles escuchando y tocando punk, haciendo de él un estilo de vida, presentan lo que fue el nacimiento y los motivos profundos del movimiento en la ciudad. La expresión de los protagonistas, dura y callejera, muestra el sustrato de una música simple pero llena de carácter.
Por la misma naturaleza del formato de video, no hay tiempo para tocar tantos temas como en un libro, y en este caso los punkeros prefieren hablar seriamente. Las anécdotas allí no tienen lugar. Prefieren usar el poco tiempo frente a la cámara para hablar de lo que significaba vestir de negro gastado y enfrentarse a la sociedad con su estética chatarra; de cómo los gritos de su música planteaban un desahogo no violento ante la misma violencia naciente entre los jóvenes; de cómo se hicieron "guerreros" de la calle con las armas de sus convicciones "¿Cómo quedarse en casa cuando afuera la ciudad se destruía?", dice José Juan, auto entrevistándose.
Ahí están pues tres documentos que cualquiera que haya escuchado un casete regrabado con temas de I.R.A., Mutantex, Peste, Desconcierto o cualquier otro grupo de la escena local, seguramente apreciará. De ahí a asistir a los conciertos que aún ofrecen muchas de estas bandas —algunas de ellas reunidas de nuevo después de tantos años—, hay solo un paso. Y hasta vale la pena meterse, así sea por unos segundos —sin gafas, por supuesto—, a un pogo, para sentir su efecto terapéutico. Lo que muchos tildan de un baile y una música violenta, es precisamente una muestra de desahogo y tolerancia que responde con simples empujones, y uno que otro daño al mobiliario público, a la contundencia de las balas.
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