Es la noche en Mocoa, Putumayo, una noche cargada de negro y de pequeñas estrellas que parecen pedacitos de vidrio brillando sobre las escasas nubes.
Por la calle principal del pueblo, empedrada y resbaladiza por la lluvia del mediodía, camina suavemente Cochise Rodríguez, arrastrando sus piernas chuecas y soportando una posición erguida para disimular su inminente joroba, la razón, quizás, de la pérdida de sus dos centímetros de estatura.
Cochise lleva en sus manos una fea artesanía en madera, regalo de los mocoanos, quienes a través de su Alcalde, vestido de saco y corbata, lo acaban de homenajear con algarabía en la Casa Cultural del pueblo. El 'mejor deportista del siglo XX' se presentó al acto en pantaloneta y camisa, un descuido protocolario que pasó desapercibido entre los brindis de ron y aguardiente de los presentes.
Martín Emilio se va del homenaje sin despedirse, como un niño que se escapa de la escuela antes del examen de matemáticas. En la puerta lo "descubre" el secretario de deportes de Mocoa: "por qué se va campeón", le pregunta, y Cochise le responde despacio: "estoy muy cansado, mañana tengo que madrugar".
Esa misma noche, mientras intenta atinarle a la bola nueve en una mesa de pull de un billar atascado en una calle repleta de prostíbulos y cafeterías, un hombre se le acerca con los ojos aguados y le pregunta: "¿usted es Cochise Rodríguez, verdad?". El sencillo "sí" que recibe por respuesta petrifica al hombre, quien se queda absorto, con la boca abierta, sin saber qué más preguntar.
El 'viejo' mira su lujoso reloj suizo, regalo de Santiago Botero, y dice bajito: "está temprano", su amigo Jesús Piedrahita le pregunta, "¿qué dijiste?", y Cochise responde: "que te voy a ganar la media hijuepuchica", luego suelta una carcajada. Los dos traen una cuenta pendiente desde Pitalito, Huila. Allí Martín Emilio fue derrotado por Chucho en un juego al mejor de doce tacadas, en una mesa de tres bandas, y pagó con una botella.
Con los ojos rojos y el rostro sudoroso, Cochise se toma un trago de ron antes de su turno en la mesa. Jesús acaba de fallar la bola seis y reniega por la suciedad del paño. "Vea, tráigame el cepillo para limpiar esto… y dos rones dobles más", grita Chucho al mejor estilo terrateniente. Entretanto, Cochise acaricia su taco con un trapo que huele a cerveza. Le pone poquita tiza y se inclina para buscar la bola nueve, la que se le escapó hace instantes.
El trueno se escucha delgadito por detrás de los acordes de un bolero. "Va a llover otra vez", dice Cochise, quien se manda el otro trago de ron para espantar un escalofrío. "Dale pues 'Cocho' que me vas a enfriar la mano", le suelta su rival cariñosamente.
Cochise roza la nueve, que está al borde del hoyo de la esquina nororiental. La bola se mete y el 'monstruo' hace una mueca de victoria. Está cerquita de su revancha, ahora va por la diez, arrinconada sobre la banda derecha. "Con esa no podés Cochise, vos sabés", le tira Chucho para desconcentrarlo, pero el 'viejo' no responde nada y dispara su taco. En todo el establecimiento se escucha un "ayyy" que Chucho celebra con amplias carcajadas, "si ves, te lo dije", mordisquea Piedrahita. Cochise rompió el paño y todos en el billar no saben si caerse de risa o de tristeza.
"Yo lo pago, no se preocupe", le grita Cochise al dueño. Pero el hombre ni se inmuta, sirve dos rones más, cortesía de la casa, y palmeando la espalda del ídolo dice: "tómese uno maestro, y no se preocupe, usted acá es como si fuera de la familia". Termina el juego.
Tres días después, en La Plata, Huila, una señora de ochenta años enfundada en un vestido con olor a polilla pasa corriendo por el parque principal con el rostro embriagado de angustia. "¿Dónde está, dónde está, usted no lo ha visto?".
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Cuando por fin ve a su ídolo, ataviado con gafas negras estilo James Dean y una chaqueta de Indeportes Antioquia, la señora le suelta un beso en la mejilla y se abraza a su cuerpo con tanta fuerza, que a Cochise se le ilumina la cara y se le inflan los cachetes.
Un día antes, en Gigante, un pueblo huilense que parece estar sujeto a la gran Ceiba que gobierna su plaza principal, un hombre de mediana edad le pide a Cochise que cargue a su nieto, según él, para que le dé buena suerte.
El pasado 8 de abril, el feliz cumpleaños setenta sorprendió a Cochise en el calor de Cúcuta. Allí fue invitado por Alfonso Reátegui, uno de sus mejores amigos, para que hiciera parte de un ciclopaseo y dos circuitos urbanos. Martín Emilio es incapaz de decirle no a la bicicleta. Por eso agarró maletas y con su GW blanca y negra al hombro cogió camino al Norte.
Doña Cristina y sus tres hijos: Marcela, Juan Esteban y Daniel, ya le habían celebrado al ídolo sus setenta abriles. Lo hicieron el 7, fecha marcada en la cédula que el "monstruo de Guayabal" hizo cambiar hace más de cuatro años, cuando hacía campaña para un segundo periodo como concejal de Medellín. Martín hizo que el Cochise entrara en su documento como un nombre más, para dejar de pelear con la gente que nunca lo reconocía como Martín Emilio.
"Yo soy Cochise y basta. A mí nadie me conoce por mi nombre de pila, como a Superman, que nadie se acuerda que se llama Clark Kent", explica el astro del "caballito de acero", campeón mundial de los cuatro mil metros en Varese (Italia), en 1971; récord mundial de la hora en 1970 en México y dos veces ganador de etapa en el Giro de Italia. En 1972, este medellinense nacido el 7 de abril de 1952 en el barrio Guayabal de Medellín, no pudo representar a Colombia en los Juegos Olímpicos de Munich por ser considerado deportista profesional, un total exabrupto, pues Cochise ganaba menos que cualquier tinterillo de la época. "Ese es mi gran pesar en todos estos años de ciclismo, no haber podido ir a los Olímpicos. Me dolió también que en esa época nadie me hubiera defendido, como sí defendieron, por ejemplo, a María Luisa Calle después de Atenas 2004", dice con tristeza Cochise, ganador además de cuatro vueltas a Colombia y tres vueltas al Táchira, en Venezuela.
Hijo de los campesinos Victoriano Rodríguez y Gertrudis Gutiérrez, Martín Emilio ha sido homenajeado más de cien veces por sus logros. Su apodo, inspirado en el nombre de un cacique apache, es famoso en los cinco continentes. Cochise nació para ser estrella, para ser recordado. "Yo vivo muy agradecido por el amor que todos me han brindado, por eso soy tan feliz hoy", dice con una gran sonrisa el doble campeón panamericano y eterno rival del "Ñato" Suárez en las míticas carreras colombianas de los años setenta. "Él es mi gran amigo de toda la vida, a pesar de todas las batallas que libramos en carretera", afirma.
Cochise llega a sus setenta años en perfecto estado de salud y con una rutina de dos horas diarias de bicicleta. Aunque le gusta ser famoso, el viejo sigue siendo humilde y dice: "Sí, en Colombia se necesitan más Cochises, pero también más Santiago Botero, María Luisa Calle, Juan Esteban Arango y Fabio Duarte".
Cuando volvió a Medellín recibió un segundo pastel de su familia. Como en Mocoa, en 2009, se escapó de la casa arguyendo que estaba cansado, que se iba a dormir, pero en realidad se fue a proponerle un "chico" de billar a Jesús Piedrahita, su amigo y verdugo sobre el paño. Se fueron para el centro, pidieron media de ron y se emborracharon de carambolas.
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