Después de varios años de permanecer cerrado y en silencio, el Planetario de Medellín abre de nuevo sus puertas para entregarle al visitante un pasaporte al universo. Y Passport to the Universe, se llama justamente la plataforma digital y multimedia que, en el nuevo domo, dará una extraña sensación de inmersión hacia arriba, por lo que es recomendable, en caso de mareo, usar las manos para impedir la visión lateral. Y no se preocupe. Los astronautas también sienten nauseas.
La pantalla del domo, fabricada en aluminio microperforado, sin pliegues visibles; dos proyectores JVC de alta resolución utilizados en simuladores de vuelo, con 16 millones de pixeles, más un sistema de sonido de siete canales, remplazan al viejo proyector optomecánico, que seguirá exhibiéndose en el primer nivel, como una muestra del ingenio humano, capaz de fabricar artilugios que delineaban un mapa bastante preciso de las 90 mil estrellas visibles hasta mediados del siglo pasado, a punta de huequitos, cual un sofisticado rallador de arepas y a su vez teatrino de sombras chinescas, que se reflejaban en un domo celeste artificial, mediante el raro artilugio de unos prosaicos bombillos.
Passport to the Universe, equipado con los últimos avances tecnológicos en video y simulaciones digitales, se alimenta de observaciones directas de telescopios, sondas y otros instrumentos usados por el hombre para la exploración de nuestro Sistema Solar en los últimos años, y presenta una muy vívida recreación virtual del resto del Universo, una recreación con alto rigor científico, basada en observaciones colectados por la NASA, de la Agencia Espacial Europea y del vademécum del Museo Americano de Historia Natural, que reúne y clasifica más de dos mil millones de estrellas.
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Enhorabuena por la ciencia, tan olvidada y tan ausente por estos lares, tan necesaria para entender que, en esencia, el ser humano está hecho de hidrógeno, oxígeno, calcio, hierro, fósforo, elementos que no abundan en el universo sino que son fabricados por las estrellas que vemos tan distantes, los únicos hornos capaces de hacer realidad el sueño de los alquimistas, y convertir el hidrógeno en helio, el helio en litio y en beritio y así, sumando electrones y protones, hasta convertir el platino en oro.
Parodiando a Carl Sagan, hasta en nuestras más mezquinas ambiciones, somos polvo de estrellas.
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