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            "Barcelona es como Buenos Aires,               pero sin hipódromo...", decía               nuestro padre Gardel. Lo               cual no implica que a los catalanes               les resulten antipáticos               los caballos, aunque               hayan suprimido de sus plazas               las estatuas ecuestres del generalísimo               Franco. Fortuna análoga a la padecida               por los dragones, pues desde               que San Jordi (que es como llamamos               a San Jorge en catalán) matara               al dragón, no se ha vuelto a asomar               reptil alado alguno por las pedregosas               costas mediterráneas. San Jordi               es el protector de Barna, así como de               otras villas europeas que celebran               como propia la proeza del caballero               de Capadocia. Es proverbial la ojeriza               que sienten los europeos por los               dragones, al punto de que en ciertas               lenguas orientales el mismo ideograma               europeo signifique el que siente               tirria hacia un dragón.               
            El legado de la Edad Media es               evidente en la ciudad condal, por lo               cual es menestar hablar de santos,               dragones y doncellas. En la arquitectura               del Barrio Gótico, del Born               y el Raval, así como en el estilo variopinto               de las obras de San Antonio               Gaudí, se revela el esplendor del medioevo               catalán. Grandeza que funge               de imán para los turistas, tanto               como los bares y lugares de esparcimiento               que los demás europeos visitan               a fin de colmar sus necesidades               estéticas, etílicas y cortesanas. De               ahí que suelan hallarse grupos de               entre tres y doce suecas apostadas               en lance erótico por las terrazas del               centro, un plato codiciado por donjuanes,               sífilis y herpes.               
            Pero no todo allí es color de bragas               rosa. Los vestigios de la brutalidad               de la Guerra Civil y de la represión               de la dictadura permanecen en               la memoria de los catalanes. En la               Plaça de Sant Felipe Neri, por ejemplo,               pueden verse rastros de la metralla               con la que fueran asesinadas               decenas de civiles durante los bombardeos.               Los herederos de aquellos               mártires son concientes de que la               República perdió la guerra, y tratan               de evitar las usanzas que les recuerden               una herencia compartida con el               mundo hispánico. Para algunas personas               mayores resulta incluso ofensivo               que las interpelen en la vituperada               lengua de Góngora. Compleja               situación que configura la paradoja               de una ciudad cuya notoria Oficina               de Turismo (publicitada con Woody               Allen y el Pep Guardiola), acostumbra               a promocionarla cosmopolita e               incluyente. La paradoja tiene honduras               avivadas por hechos como que               el Rey Juan Carlos I obstente el título               de Conde de Barcelona, o que allí               estén afincadas las editoriales más               influyentes de la lengua castellana.               
            No obstante a las ideas separatistas               y a la defensa de las tradiciones               locales, la inmigración y multiculturalidad               es manifiesta. Similar               a Mac Donald's en los Estados Juntos,               los paquistaníes han erigido sus               amables tiendas en cada manzana,               donde es posible adquirir productos               de Europa y Oriente. Así mismo               abundan los restaurantes de Dönner               kebab, cuyo precio económico               y carne lícita (animales sacrificados               de acuerdo al proceder islámico               que la define halal), la han convertido               en la comida tradicional del Viejo               Mundo. Según las cifras del Ajuntament,               los paquistaníes lideran la tabla               d'estrangers, seguidos por los latinos               que emigran con la esperanza               de cumplir el sueño catalá, merced a               la lengua y cultura común. Así pues,               a los paquis les siguen los italianos,               los ecuatorianos y los chinos. Lo anterior               en cuanto a inmigrantes legales,               quienes adquieren el compromiso               de integrarse a la festiva y escatológica               sociedad barcelonesa.               
              
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             La reivindicación de la identidad               se refleja en su colorido calendario               de verbenas, las cuales ponen en               evidencia un eclecticismo de tradiciones               modernas, cristianas y paganas.               Es tal el caso de la celebración               de San Jordi. Cuentan los hagiógrafos               que de la sangre del finado dragón               brotó un rosal del cual nuestro               héroe cortó una flor para la princesa.               Su día es el 23 de abril, fecha en               que murieran William Shakespeare               y Don Miguel de Cervantes, en               1616. Azar que fuera intrascendente               si los genios de la industria editorial               y floricultores catalanes no hubieran               decretado que ese día era menester               regalar a la mujer con una               rosa y al hombre con un libro. Es notable               cómo las avenidas se atiborran               de floristas y libreros por San Jordi,               lo cual hace que las damas regresen               a sus casas ataviadas con un bouquet de rosas,               en tanto los caballeros se vean en la penosa               y anticuada tarea de leer. 
             Uno de los barrios más festivos es el de               Gràcia, donde en marzo se celebra el Sant               Medir: fiesta de uno que se hiciera célebre   por salvar a un repostero quien, en gratitud,               peregrinara hasta el santuario de Collserola               repartiendo dulces a grandes y chicos. La               vecindad conmemora el hecho con carrozas,               cabalgatas, músicos y bailarines que lo emulan               al recorrer las vías lanzando caramelos.               Pero la celebración más emotiva tiene lugar               en agosto, cuando en el día de la Asunción               el barrio explota en su Festa Major. Los vecinos               disfrazan las plazas y callejuelas con               temas diversos, a fin de obtener el premio               a la mejor decoración. Así regalan siete días               de conciertos, desfiles, competencias y actividades               para las familias y el millón de visitantes               que se adhieren al jolgorio. 
             En la plaza central de Gràcia se alzan durante               dicha semana los vigorosos Castellers:               populares torres humanas que pueden alcanzar               8 niveles. Práctica que se remonta al               Siglo XVII, y la cual tiene indumentarias especiales,               música tradicional y técnicas complejas.               También hacen su aparición las procesiones               de Gegants: enormes monigotes en               forma de reyes, reinas, princesas, condes,               duques y enanos garbosos que marchan exhibiendo               su nobleza. Cortejos que vienen en               romería desde el Siglo XV, cuando las figuras               tenían el fin de ilustrar las historias bíblicas               al pueblo ignorante. A dichas usanzas               folclóricas se suman los Correfocs: desfiles               de fuego que datan del Siglo XII, los cuales               también son llamados Ball de diables. Estos               cercavilas tenían como función producir               una algarabía que diera a entender el comienzo               del guateque, y cuyo quéhacer ha               devenido en saturnales de pólvora.  
            Pero lo más notorio quizás sea la escatológica               visión del mundo en Catalunya. Es               sabido que en la Península Ibérica los regalos               de navidad son traídos el 6 de enero por               los Reyes Magos. El 24 de diciembre, los niños               catalanes tienen otro ritual, cuyo personaje               es el eximio Tió de Nadal. Se trata de               un tronco fascinante que es llevado a casa               el día de La Inmaculada, el cual se acomoda               con una manta que lo cuida del invierno.               El Tió tiene ojos y sonrisa y es amado por los               niños, quienes lo alimentan con ternura durante               16 días, y a través de aquello que pueda               comer un tronco mágico. Ceremonia que               concluye en Navidad, cuando al aullido colectivo               de canciones inocentes de la guisa               de: "Tió, Tió, caga torró/ D'aquell tan bo/               Si no en tens més/, Caga diners!...", los infantes               agarran al Tió a bastonazos a fin de que               cumpla su misión, que es a saber la de cagar               dulces. Ceremonia coprofílica que nos enseña               lo relativo que puede llegar a ser la suciedad,               la cual deja a los adultos el gusto por               todo tipo de dulces hechos en forma de excrementos               que puedes comprar en los toldillos               de la Gran Vía de las cortes catalanas. 
             Lo anterior se ajusta al inagotable esfuerzo               por construir y comprender una memoria               colectiva. Escribir la historia como               proyecto de filiación que se refleja por ejemplo               en la planeación urbanística, a través de               dos trascendentales obras de arquitectura:               el Monasterio de la Sagrada Familia, inacabado               e inacabable, telúrico, inhumano, sensual,               con sus grúas como saurios metálicos               que afirman la atemporalidad del work in               progress; y los trabajos perennes en la muralla               romana de Barcino (que es como los latinos               llamamos a Barcelona), construída hará               dos mil años, en época de Augusto. De esta               manera, en la imaginaria e irreal línea cronológica,               el discurso de la ciudad progresa             hacia el futuro de su pasado.   
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