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Sus ideas pueden resultar odiosas, porque siempre iba a la contra, siempre pensaba y decía lo que pensaba a su propio modo. ¿Cristiano? ¿Monárquico? ¿Absolutista? Sí, pero también los contrarios. Para Miguel Sánchez-Ostiz, quien hace el prólogo y la selección de Opiniones y paradojas, Baroja seguía a rajatabla la sentencia de Julien Benda: "Etiamsi omnes, non ego" (aunque todos, yo no).
Médico, de familia distinguida de San Sebastián, donde nació, don Pío Baroja publicó su primer libro en 1900, un conjunto de relatos de corte costumbrista titulado Vidas sombrías. Y no se detendría hasta su muerte en 1956: publicó más de sesenta novelas, siete volúmenes de memorias, así como libros de ensayo y crítica literaria. Agrupó sus novelas en trilogías y tetralogías aunque no tuvieran mucho en común. Lo que sí comparten todas ellas es la visión algo amarga de la vida, el poder de la observación, la idea picante y amarga, la frase breve y clara. Opiniones y paradojas, publicado por la editorial Tusquets en 2000, recoge fragmentos organizados a manera de diccionario, y es una amplia puerta de entrada a una obra inmensa y desigual, pero alimenticia para cualquier lector de hoy.
• A los perros se les tiene más cariño; a los gatos, al menos yo sí, más estimación. El perro parece un animal de una época cristiana; el gato, en cambio, es completamente pagano. El perro es un animal un poco histérico, parece que quisiera querer más de lo que quiere, entregar su alma al amo; el gato supone que un momento de sentimentalismo es una concesión vergonzosa. El gato realiza el ideal de Robespierre de la libertad. Como bonito, no hay otro animal doméstico que se le asemeje. Tiene, además, su casta una fijeza y una inmovilidad completamente aristocráticas; en cambio, el perro es una masa blanda con la que se hace lo que se quiere.
• Casi todos los corrientes españoles tienen, como las monedas, cara y cruz. Cara semítica y cruz cristiana.
• Articulistas: unos pedantes que quieren lucirse diciendo tonterías desde su casa.
• Una vida vulgar, contada con detalle y con sencillez, puede ser para mí amena y entretenida; en cambio, una vida llena de accidentes, explicada con una retórica pretenciosa, me parece aburrida e insoportable.
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• No hay ninguna ley, ni física, ni metafísica, ni matemática, que obligue por necesidad a que el hombre del campo sea un idiota, ni a que la mujer también del campo tenga que oler a ajo.
• El escritor verdadero tiene una preocupación, que parece a los demás antipática por su oficio y por su obra; en cambio, el simulador no la tiene, y esto lo hace más simpático.
• Tenemos algunos el vicio de escribir. Es difícil curarlo. Únicamente si se dispusiera de dinero y de medios de distracción se podría mitigar ese morbo.
• Si fuéramos más sensatos, si tuviéramos ideas sólidas, no podríamos vivir. La frivolidad es un bien que nos otorga la providencia.
•¿Gaudí? Yo no quisiera vivir en una de esas casas que tienen las puertas parabólicas y los balcones torcidos y las ventanas irregulares; me parecería que me había vuelto loco o que me encontraba preso de los ensueños de una digestión difícil.
• Sólo el hombre completamente estúpido es perfectamente normal.
• Por mucho que se quiera, la historia es una rama de la literatura que está sometida a la inseguridad de los datos, a la ignorancia de las causas de los hechos y a las tendencias políticas y filosóficas que corren por el mundo.
• Según López Silva y sus amigos, modernista y esteta eran palabras sinónimas de pederasta. Esta insólita opinión de un burgués amanerado y tenedor de libros tuvo su éxito.
• A una opinión radical, muchos llaman improperio.
• El escritor que emplea las palabras que ha oído, sobre todo desde niño, les da un sabor especial de verdad, de autenticidad, que no tienen casi nunca cuando las toma del diccionario.
• Se dice que en las costumbres y en la moda se busca lo higiénico y lo natural. Las mujeres no llevan corsé, porque es antihigiénico; pero no se ve qué higiene puede haber en llevar tacones de a palmo y en embadurnarse los labios con una porquería roja.
• Entre la moralidad liberal y la moralidad conservadora no hay más diferencia que la del taparrabos. Entre los conservadores, esta prenda pudorosa tiene un poco más de tela, pero no mucho más.
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