Desde hace un ya largo y triste tiempo, Universo Centro suprimió dos columnas fundamentales. Columnas de estructura, edilicias, pero también periodísticas: Crucigrama y Ajedrez. Desde las lejanísimas épocas de Fray Lejón, con el aporte posterior de un tal Mac, y hoy, a su manera (pero ésta es otra estructura), con Eva Zimmerman, en El Espectador, no gozábamos en Colombia de un auténtico crucigrama. Ese que no excede los diez u once cuadros por lado, que evita cuanto puede los cuadros negros, y que busca en su ingenio (y en el tuyo) lo que escasamente hallarás en diccionarios o ayudas virtuales. Es un tipo de crucigrama que no se te entrega de una vez (necesitas, en ocasiones, dos o tres pasadas), y que sólo en muy contados casos incurre en la gran tristeza crucigramista: ese cuadrito solo, blanco, inútil para todo, que llora su fracaso… Pero qué lindo triunfo cuando lo resuelves. Sueles llamar a tus colegas de vicio, y, por qué no, alardeas…
(Se dice que el crucigrama lo inventó un inglés llamado Víctor Orville, a comienzos del siglo XX. Otros afirman que un tal Arthur Wynn, también inglés, pero habitual colaborador de los periódicos de Hearst, se le adelantó un par de años. Yo prefiero la versión de García Márquez, según la cual el inventor fue el vicario apostólico de Un día después del sábado, encerrado en un cuartucho lleno de pájaros muertos y mariposas amarilllas…).
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En cuanto a la columna de ajedrez — género hoy por desgracia borrado de la prensa colombiana— la escribía el gran Klaus, nombre teutónico tras el cual se amparaba el autor. Unía conocimientos, actualidad, enigma y misterios, y esa gota casi invisible de humor, aprendida sin duda (pero con un muy buen toque personal) de su maestro Boris de Greiff, a quien tanto, tanto, debemos los aficionados al noble arte. Hoy, Klaus ya no existe. Paz a su tumba.
Este bellísimo verso: La tierra gime un lamento antiguo. Es de Esther Fleisacher, en su nuevo libro Canciones en la mente. Editorial Universidad Eafit.
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