A Adán Arriaga Andrade y Otto Morales Benítez, hábiles buzos de las innumerables lagunas del C.S. de T.
San José se llevó al cielo su taller de mala muerte, y en el cielo se divierte Con muebles de mediopelo. Sus taburetes de yelo y sus poltronas de nieve los fabrica en tiempo breve mientras ángeles de menta le exigen pague la cuenta de salarios que les debe.
Los líderes celestiales presentaron ya —bribones— un pliego de peticiones, de peticiones verbales. Piden alza de jornales y campo de balompié. billar y salón de té, salacunas y piscina y hay que verle la mohína al industrial San José.
Alega entre serio y bravo que la madera ha subido, que en los clavos que ha pedido, esta vez no dio en el clavo. Que no produce un ochavo aquella ebanistería de la que nadie se fía y nunca se ve que avance, y les presenta el balance de JeJoMa y Compañía.
Los obreros y aprendices fortifican su reclamo y notifican al amo que en huelga están felices. San José sus cicatrices contempla en su mano larga y con voz dulce y amarga les suplica en tono bajo que regresen al trabajo… y ellos gritan: ¡A la carga!
Sindicatos del Diamante, de la Luz y del Perfume, apoyarán —se presume— el movimiento gigante. Se organiza en un instante un mítin casi siniestro, e insinúan el secuestro del Hijo multimillonario… De piedras cae un rosario en el taller. Padre nuestro…
Intervienen San Clemente Y Lenin y San Mateo, Marx, Stalin, San Tadeo, Bakunin y San Vicente. —Es un burgués indecente, gruñe Karl. San José calla. Y en las calles la metralla a su música se apresta, y se oye allá la protesta de la celeste canalla.
San José lleno de espanto, Suavemente y manso dijo: —Por la salud de mi Hijo Me entrego con gorra y manto. Aquí les dejo mi llanto y mi afán y mi sofoco, el Pasivo, que no es poco, el good-will, que es mi pobreza, y este dolor de cabeza que me está volviendo loco…
Los ángeles —con matracas— se tomaron el taller, San José se fue a leer sus novelas policiacas. Y en su rancho de albahacas pasa sus días frutales, sin conflictos laborales, sin cepillo y sin garlopa, gustando la eterna sopa que le da María Puñales.
Desde tu corazón allanado por el plomo no me darás la mano?
Desde tus ojos sordos donde ya no cabe la luna no me darás la mano?
Desde tu derrumbada piel no me darás la mano?
Desde tus venas asombradas por desembocar en el aire no me darás la mano?
Desde la última palabra que pronunciaste —Carmen!— no me darás la mano?
En la horrísona calle amotinada tu inmóvil muerte es la estatua de nuestra furia...
ver en el número 112:
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