Número 112, diciembre 2019

Pioneras

Pablo Arango. Ilustración: Fragmentaria

 

Ilustración: Fragmentaria


Hay una serie de preguntas fundamentales que, aunque tienen una respuesta, solo Dios la sabe. Por ejemplo, ¿quién inventó la rueda? Esa ingeniera anónima tuvo que haber existido, pero su nombre se ha perdido para siempre. El caso que nos ocupa es similar, pero con una diferencia notable: aunque sospechamos que las primeras mujeres y los primeros hombres que inventaron esta práctica fundamental de la civilización pertenecían al grupo de los primeros hombres y mujeres que hubo sobre el planeta, es imposible ubicarlos en la noche de los tiempos. Dejando de lado este problema podemos, sin embargo, señalar algunos precursores.

A pesar de una sistemática campaña de censura, los logros de Arifrades llegan hasta nosotros. A veces el censor es torpe o, cegado por la envidia, deja escapar la clave del conocimiento. Me permitiré una digresión: Catherine Nixey, en un libro sobre la destrucción ejecutada por los cristianos en la cultura clásica, dice que la obra del filósofo romano Celso —que cuando leyó el Antiguo Testamento exclamó: “¡Qué montón de mierda!”— fue preservada en la obra de su principal enemigo, el filósofo cristiano Orígenes quien, para refutar a Celso —cuya obra escrita fue aniquilada por las hordas cristianas—, tuvo que resumir y explicar sus razonamientos; de este modo, como dice Nixey, el pensamiento de Celso quedó preservado “como un insecto en ámbar” en la obra denigratoria de Orígenes. De modo similar, y regresando a nuestro tema central —literal y metafóricamente central—, el principal censor moral de Arifrades, el comediógrafo Aristófanes, habla de su rival, el también comediante Arifrades, en los siguientes términos: “...es un pervertido y además quiere serlo. Y no es solo que sea un canalla, en cuyo caso ni lo habría mencionado, o un auténtico bastardo, sino que ha inventado algo nuevo. Envilece, en efecto, su lengua en vergonzosos placeres; en el prostíbulo se afana hurgando en los sexos de las mujeres y lame el flujo que expulsan, llenándose de él los bigotes”.

Esto lo escribió Aristófanes en Los caballeros, una comedia del 424 a. C., es decir, del siglo V. Esas pocas palabras pretendidamente infamantes bastan para que Arifrades aparezca como uno de los grandes precursores (Safo vivió un siglo antes, en el VI a. C., en la isla de Lesbos, y seguramente puso un pie antes que Arifrades en esta práctica esencial de la historia humana, pero ya sabemos el puesto que los hombres hemos dejado a las mujeres en la historia).

De modo similar a como Leibniz y Newton descubrieron por separado y al mismo tiempo el cálculo infinitesimal; o a como Darwin y Russell Wallace descubrieron la selección natural por variaciones aleatorias al mismo tiempo pero en lugares opuestos del planeta; de modo similar, decíamos, el uso fundamental y principal de la lengua humana (para el que fue favorecida y diseñada por la selección natural) pudo haber sido, si no descubierto, por lo menos sí registrado de manera independiente y más o menos al mismo tiempo en dos lugares y culturas distintas. Es así como en Cantar de los cantares, leemos:
Tu vulva es un cántaro,
donde no falta el vino aromático (7:2).
El libro ha sido atribuido al rey Salomón, de quien sospechamos que también fue un pionero, pero la mayoría de los estudiosos sostiene que el Cantar tiene que ser mucho más reciente —Salomón vivió en el siglo X a. C.—. Estos mismos estudiosos de que hablamos concuerdan en que el libro fue escrito en el siglo IV a. C. Tenemos, entonces, que casi al mismo tiempo en el Medio Oriente y en el Mediterráneo se comenzó a registrar, a celebrar y a denigrar uno de los pilares de la vida humana en comunidad.

El último descendiente de la estirpe de Aristófanes lo es también de la de Arifrades. Es otro comediante, actor, el canalla Michael Douglas que, como todo converso, luego de un tratamiento médico por una adicción al sexo, dio unas declaraciones en contra del cunnilingus porque, según él, el cáncer de garganta que adquirió se lo debe al invento de las primeras hembras de homo sapiens pero que aquí, siguiendo la infame tradición de Aristófanes, le atribuimos a Arifrades. Douglas está casado con Catherine Zeta-Jones, lo que plantea la pregunta: ¿alguien rechazaría el cáncer de garganta si este viene en la forma del vino aromático del cántaro de Friné?

Notas: La mayoría de las traducciones de Cantar de los cantares ponen “ombligo” en lugar de “vulva”. Pero lo consideramos un error (malintencionado en algunos casos) por dos razones. La primera es que el poeta va en ascenso: de los pies de la amada, pasando por las piernas, las caderas y, ¡zas!, salta al ombligo. Perdón, pero no es creíble. En segundo lugar, la palabra hebrea que aparece en el libro es shor, que se deriva de una palabra del arameo que significa “lugar oculto”. A este respecto, la discusión del Hebrew & English Lexicon of the Old Testament (Oxford, The Clarendon Press, 1902) nos parece concluyente para preferir la traducción que aquí usamos.

Friné, por su parte, fue una mujer griega famosa por su belleza —la belleza de Friné era tal que Praxíteles la usó de modelo para sus Afroditas— y por un juicio al que fue llevada por la chusma en un tribunal democrático, acusada de impiedad (al igual que Sócrates, pero en 350 a. C., es decir, 39 años después). Desde luego, y como lo apuntó otro erudito, dado que la belleza es apenas el nacimiento de lo terrible, los griegos no pudieron tolerarla por mucho tiempo e intentaron condenarla a muerte en el juicio. El abogado contratado por Praxíteles para defenderla, viendo que iba a ser imposible convencer mediante el razonamiento y la retórica y la ley a esa horda de semovientes, apeló a un último recurso desesperado: desnudó a Friné y les preguntó a las “gonorreas del jurado” — como los llamó Praxíteles— lo siguiente: ¿Ustedes van a ser culpables de asesinar a la belleza absoluta? Y los miembros del jurado no tuvieron más opción que dejarla en libertad, empequeñecidos por la visión de esa belleza letal.UC