Diabolus in musica
Simón Román O. Ilustración: Manuel Celis Vivas
Desde hace mucho tiempo se cree que la música puede invocar al diablo. El tritono, un intervalo disonante de dos notas al que los teóricos dan el apodo de diabolus in musica, es utilizado en las composiciones para evocar o representar lo maligno y siniestro. Las notas del tritono no son proporcionales entre sí, es decir, no son armónicas, no son naturales. Por eso su combinación se la adjudicaban al diablo, al ser adversaria de la naturaleza creada por dios.
Y bien, en el siglo XXI, algunos creen que el hecho de que una banda cante “Jesús, hipócrita, serás el primero en ser freído. Jesús, basura, cállate y muere. Jesús sodomizado”, va a llevar a nuestra sociedad, y en particular a la juventud, al abismo de la depravación y podredumbre. En septiembre de este año, desde un sector reaccionario y fanático de la sociedad bogotana, se censuró a Marduk, una banda sueca de black metal que no ve a Jesús como una figura inmaculada e impoluta.
Afortunadamente para nuestra vulnerable juventud el concierto no se llevó a cabo en Bogotá. La Alcaldía, no sabemos si influenciada por los mensajes en Twitter con el hashtag #MardukFueraDeColombia, selló el establecimiento donde se iba a realizar el concierto. La organización consiguió otro espacio y con publicidad gratuita brindada por sus opositores logró agotar la boletería. Pero a pesar de los esfuerzos por vencer la mojigatería, poco antes del concierto la organización lo canceló sin dar explicaciones. Gracias al “concejal de la familia” por alejar a Satanás de nuestra capital y evitar la depravación.
El intento fútil de evangelización moral de estos creyentes bogotanos tiene un precedente sistemático y rotundo. En 1985, Tipper Gore, esposa de Al Gore, exvicepresidente de Estados Unidos, y otras esposas de personajes de la vida política y económica de Washington se escandalizaron por los mensajes “sexualmente explícitos” que en la música de Madonna y Prince estaban oyendo sus hijos, y que los podrían llevar hacia el precipicio moral.
Esta indignación llevó a las llamadas “Esposas de Washington” a formar en 1984 el Parents Music Resource Center (PMRC) o Centro de Recursos de Padres para la Música, con el fin de advertirle al público sobre las letras obscenas en la música comercializada en Estados Unidos. El objetivo principal del PMRC era “crear conciencia” entre los padres de familia e intentar prevenir que las disqueras produjeran música con “contenido explícito”, utilizando toda la influencia y poder que traían sus apellidos. Y, naturalmente, este llamado a la conciencia también incluía la solicitud de sobres con dinero para financiar la causa.
El PMRC aducía que su fin era lograr que la industria de la música se “autorregulara” para aportar a la consecución de una sociedad libre pero escrupulosa. Su propuesta inicial era rotular los álbumes: “X” para las letras profanas o sexualmente explícitas, “V” para las letras violentas, una “O” para las satánicas o de contenido anticristiano oculto, y un “D/A” para señalar las letras con referencias a las drogas o el alcohol. Con el fin de darle tracción a su movimiento se inventaron la lista de las “Filthy fifteen” (acá les llamarían las “Quince sucias”, supongo), que comprendía, entre otras, canciones de Judas Priest, Mötley Crüe, Twisted Sister, Def Leppard, AC/DC, Venom y Black Sabbath.
Igual que con Marduk, pareciera que la música que incomoda a los moralistas es el metal, un género que desde su estética y arte gráfico lo que busca es irritar, aterrar a algunas almas virtuosas. Es decir, los que se escandalizan caen derechito en la trampa. En 1985, Kronos, vocalista de Venom, dijo en una entrevista a Kerrang!: “Yo no predico satanismo, ocultismo, brujería ni nada de eso. El rocanrol es básicamente entretenimiento y hasta ahí llega”.
Pasados más de treinta años y viendo hasta qué extremos ha llegado la música, en particular el metal o el reguetón, resulta risible el concepto de letras “profanas” o de “contenido satánico”. Risible porque la historia reciente del mundo occidental nos muestra cómo las sociedades han buscado dejar atrás la mala costumbre según la cual unos pocos cuantos deciden lo que es bueno para los otros muchos.
Gracias a los esposos de sus fundadoras, el poder del PMRC creció tanto que en septiembre de 1985 su lucha contra lo “cochino” llegó al Congreso de Estados Unidos. El Comité de Comercio del Senado convocó a una audiencia pública para discutir el “contenido explícito” en el mercado de la música. Por su probable inconstitucionalidad (la libertad de expresión está en la primera enmienda de la Constitución estadounidense), la audiencia no tenía como propósito promover legislación sino simplemente ventilar los hechos, es decir, fue una sencilla muestra de poder y un intento de apabullar a la industria. El ruido fue posible gracias a que una décima parte del Congreso estaba conformado por esposos de las “Esposas de Washington”. Al Gore y otros tres congresistas eran parte del comité que convocó la audiencia.
En defensa de los artistas y su derecho a expresarse comparecieron Dee Snider, de Twisted Sister, Frank Zappa y John Denver. La intervención de Dee Snider fue la más importante. Sostuvo un interesante intercambio de argumentos con Al Gore, que defendió una interpretación imbécil que su esposa tenía de Under the Blade de Twisted Sister. Según la familia Gore (paradójico apellido si se piensa en el subgénero de metal), la letra de esta canción promovía el sadomadoquismo, el bondage y la violación.
Pero Snider, quien compuso la letra, afirmó que la canción buscaba narrar la experiencia que tuvo el guitarrista de su banda en un quirófano. Como bien lo dijo Snider, la interpretación sobre violación y sadomasoquismo solo estaba en la cabeza de la señora Gore.
Las opiniones de los congresistas dejan ver que estaban completamente desconectados de la realidad de muchos jóvenes de la época. Sus posturas eran una evocación de los versos de The times they are a-changin, la canción de Bob Dylan que desde 1964 no pierde vigencia:
Come senators, congressmen,
Please heed the call
Don’t stand in the doorway
Don’t block up the hall
Finalmente, las señoras, ligadas al poder político y económico, ganaron y lograron que en diciembre 1985 la industria aceptara el uso de la tradicional etiqueta en blanco y negro: “Parental Advisory. Explicit Content”.
La etiqueta tuvo un efecto inmediato, algunas empresas como Walmart y Sears dejaron de vender álbumes con esta advertencia. No es claro el efecto en las ventas de los artistas: algunos dicen que sus ventas bajaron, otros que subieron; otros, incluso, buscaron que sus discos la tuvieran, como una estrategia de mercadeo.
Lo que sí es claro es que hoy en día esa etiqueta es un anacronismo, por un lado, porque ya nadie compra discos, y por otro, porque los artistas siguen expresándose como se les da la gana.
En la época del PMRC una columnista escribió: “La agudeza escandalosa del rock and roll ha cambiado el enfoque de la pelvis de Elvis hacia la sierra saliendo de la bragueta de Blackie Lawless en la carátula de W.A.S.P. Las letras en el rock han pasado de I can’t get no satisfaction a I am going to force you at gunpoint to eat me alive”.
Ahora pasamos de la inocua We´re not gonna take it a sodomizar a Jesús.
En un Estado de derecho no tiene sentido que se regulen los discursos o se busque determinar cuáles resultan válidos. El “concejal de la familia” y su secta creen a pie juntillas que el diablo está en la música y eso los lleva a promover actitudes contrarias al pluralismo que defiende la Constitución colombiana. Y el alcalde de Bogotá le da gusto enviando a censores disfrazados de estrictos burócratas administrativos.
Gore y su esposo creían que una canción sobre el miedo a los hospitales invitaba al sadomasoquismo. Una expresión teórica para referirse a un “intervalo compuesto de tres tonos enteros” se convierte, en boca de los fieles, en un anatema y un grito de batalla. El diablo sigue en la música.