Medellín estuvo entre las cinco capitales con mayor participación electoral en la primera vuelta del pasado 27 de mayo. Más del 63% de los ciudadanos habilitados salieron a votar, solo Tunja, Bogotá y Manizales mostraron más disciplina en busca del tarjetón. En Medellín a los votantes no los mueve la maquinaria sino la imagen del caudillo, la silueta del elegido señalando a su elegido. Para la primera vuelta presidencial aparecieron en los cubículos 243 637 votantes nuevos en comparación con las elecciones de Congreso del 11 de marzo. Aquí se vota del mismo modo que se va a la iglesia, con la estampita santa en la billetera, compromiso indeclinable y temor al futuro.
Medellín votó en primera vuelta como si fuera segunda y las opciones se limitaran a dos posibles candidatos. Duque y Fajardo sumaron más del 80% en todas las comunas y corregimientos, Petro solo pasó del 10% en las cárceles y Vargas Lleras y De la Calle siempre pelearon el cuarto puesto con el voto en blanco. El que dijo Uribe sumó casi la mitad de los votos en todas las comunas y llegó al 72% en El Poblado (donde la participación fue del 81%) y al 60% en Laureles. En la 13, con recuerdos de una escabrosa operación, Iván Duque obtuvo el 54%, un punto por encima de porcentaje que logró en el total en Medellín. En el norte de la ciudad, a lado y lado del río, donde se extienden las comunas 1 a la 8, Medellín votó casi exactamente igual, los mismos porcentajes para Duque (46%), Fajardo (35%), Petro (8%), con la simple anomalía de una votación muy baja en la comuna 1. Hacia el sur crecen los porcentajes para Duque, bajan para Fajardo y Petro comienza a pelear su lugar con el voto en Hegemanía electoral blanco o con De la Calle. Extraña que Fajardo tuviera más apoyo en los demás municipios del Área Metropolitana que en el de Medellín donde fue alcalde.
Políticamente somos una ciudad homogénea y monótona, además de monotemática, aquí el uribismo es legión sin importar estratos y el candidato ganador tiene que haber nacido en la “tierrita”, o al menos imitar el acento y calzar el poncho, como primer requisito. Entre nosotros el voto es también una especie de veto, la advertencia de un grupo que decide cerrar filas, la demostración de una supremacía. Solo un dato muestra posibles cambios: en el 15 o 20% de las mesas donde votan los más jóvenes, las mesas menos concurridas y más atípicas, se vota distinto, el candidato señalado pierde su hegemonía y se marca con menos miedo y menos devoción. Ya veremos si vendrán elecciones con un patrón distinto.